lunes, 13 de septiembre de 2010

La mochila que se fue.

A varias personas les he contado este suceso que me aconteció, pero pocos me creen. He decidido escribirlo, aún a pesar de que es mejor contarlo, más si tengo la mochila conmigo. Pero espero que algún día el tiempo me dé la razón, y no me tachen más de loco si aseguro que la historia que acontinuación les cuento es real.

Hace unos meses decidí enseñarle a mi mochila a caminar. La tomaba en una mano, y la ponía a dar pasos, como pequeños saltos en el suelo, a medida que yo andaba. Y le decía: “es que yo no voy a estar siempre. El día que yo no esté, usted tiene que ser capaz de ir sola a donde haya que ir” Me gustaba imaginarla caminando por ahí, tal vez buscándome.

Así duré mucho tiempo, caminando por el barrio con mi mochila dando pasos colgando de mi mano, y los vecinos me miraban raro. Algunos se burlaban de mí, cuando me preguntaban por qué cargaba a mi mochila de esa manera, y yo les explicaba mis intenciones.

Una mañana desperté, y mi mochila no estaba. La busqué por toda la casa, incluso ordené mi cuarto (cosa poco usual en mi), pero no la hallé. Preocupado, le pregunté a algún amigo si la había dejado en su casa el día anterior, pero tampoco se encontraba allí. La mochila había aprendido a caminar, y se fue por ahí, sola, quién sabe a dónde.

Muy triste, me dediqué a poner anuncios en internet. Diseñe también un afiche de “se busca”, y lo pegué en distintos postes. Pero nadie me daba razón de ella. Así pasaron dos semanas, y yo con mi tristeza, extrañando a mi fiel compañera.

Por fin una noche perdí toda esperanza de volverla a ver, me asomé a mi terraza, y la imaginé por las calles, andando solitaria, sucia y gastada. Después me fui a llorar a mi cuarto, llorar hasta que el sueño llenó el espacio que desocuparon mis lágrimas, y me dormí. En la mañana, desperté con un sentimiento de malestar, ese vacío en el estómago cuando se extraña a alguien. Y es que yo creo que a los seres valiosos no los llevamos en el corazón sino en el estómago, porque cuando hacen falta es ahí donde se siente el vacío.

Desperté entonces con esa horrible sensación, pero fue grande mi sorpresa, casi tanta como mi alegría, cuando encontré allí a la hermosa mochila, muy sucia eso sí, pero de nuevo conmigo. Había vuelto, seguramente al ver los afiches que había pegado en los postes, y entender que la extrañaba. Desde entonces no la volví a hacer caminar, pero sé que aún lo hace, pues aunque no se va de la casa, nunca amanece en el lugar en que la dejé la noche anterior.

El diablo Fu



Nota: es de aclarar que fue mi mochila la que le enseño a caminar a mi bicicleta, jum

2 comentarios:

  1. que ternura compa, que bello relato... aqui a cada cosa le tocó aprender a caminar por si solita...
    sobre todo cuando se enojaban se escondían al principio era fácil, (se escondían bajo mi cama) pero luego se volvió mas y mas dificil hasta el momento en que ya no las extrañaba, entonces se dieron cuenta de que sus pataletas no surtian efecto, y asi se iban en grupitos duraban varios dias por fuera y luego regresaban... asi aprendimos a convivir todos...

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