domingo, 27 de febrero de 2011

Nuestra canción.


-¿Cómo te fue en el viaje?- Preguntó Natalia, contenta de volver a ver a Nicolás.

-¡Bien! Conocí el mar, te mandó saludes, y además guardé una ola en este tarro, para ti.

Natalia recibió el tarro, y se dispuso a destaparlo.

-¡No lo hagas! ¡No se puede soltar una ola en medio de la ciudad! Además, no sé que pudo entrar en el tarro con ella, el mar tiene muchas cosas en sí. Me ha dado la impresión de que he escuchado algo más que la ola allí dentro.

Ambos se sentaron en el pasto del parque, y pusieron sus oídos en el tarro.

Escucharon la gran ola rugir, ir y venir dentro del tarro, y arrastrar con ella secretos que conocía de tiempos muy antiguos, de lugares muy lejanos, y de personas muy distintas.

-¡Allí está!-dijo Nicolás, emocionado.

Efectivamente un sonido distinto al de la ola comenzó a escucharse, y Natalia sintió que nunca había escuchado nada tan hermoso. Sus ojos se pusieron brillantes, y Nicolás vio un rayo del sol reflejarse en una lágrima de la niña.

-Cuánto me gustaría conocer el mar-dijo emocionada Natalia-¿qué hermoso misterio encerraste en este tarro sin darte cuenta? ¡Quisiera saberlo, pero no hay forma!

Nicolás se sintió avergonzado. Tomó de la mano a Natalia, y la llevó a una colina que había en el parque. Puso el tarro en el suelo, y sonrió al mirar a las personas sin traje de baño.

-¡Haz los honores!

Natalia sonrió también, y retiró la tapa que contenía a la ola: montones y montones de agua comenzaron a salir del pequeño tarro, agua salada como las alegres lágrimas de Natalia, y con toda esa agua, estrellas de mar, caracoles, arena, y un sonido hermoso…

Un sonido que aumentaba cada vez más, mientras la gente en el parque corría asustada, mientras los niños jugaban y nadaban, mientras el pavimento se convertía en el fondo de un nuevo mar.

Y el hermoso canto se hizo ballena, una gran ballena que, alegre de salir del tarro, se dejó montar de los dos niños, quienes escuchaban atentos su canción de amor, el concierto que ofrecía el cetáceo a su nuevo hogar.


El Diablo Fu.

martes, 22 de febrero de 2011

Vacaciones con mis abuelitos.


-Usted no va a río si no desayuna antes- dijo tajante mi abuelito. Era un viejito bonachón, de ojos pequeños y brillantes que lo hacían lucir pícaro, aunque en ese momento me miraba muy serio.

Pero yo no tenía hambre, y me crucé de brazos enojado.

-Tranquilo, mijo, cómase esto y nos vamos al río, yo me encargo- dijo mi abuelita, una tierna mujer de ojos grandes y puros aunque opacados por los años, y sobre todo de una sonrisa que desbarataba cualquier razón.

Entonces se sentó a mi lado, haciéndose de espaldas a mi abuelo, quién se mecía en su silla mirándome con interés.

Mi abuelita tomó la cuchara, la llenó de cereal con leche, y dijo con un gesto exagerado:

-A ver, por tu papá.

-¡No quiero!- grité, pero ella guiñó un ojo. Dirigió la cuchara hacia mi boca y cuando ya iba a llegar, desvió su camino como si una invisible rueda se hubiera soltado, para acabar comiéndose ella el cereal sin que mi abuelito lo notara.

-¿Si ve que si podía?- me dijo en tono victorioso mi abuelito, después que mi abuela había comido cereal hasta por los vecinos- Ahora si pueden irse al río.

Una vez llegamos al río, me bajé de los hombros de mi abuelita, y la miré a los ojos con cara de inocente y una sonrisa sobreactuada.

-Abuelita, tengo hambre…

Como si fuera una piñata con mil juguetes, una carcajada multicolor estalló en la boca de mi abuelita, y sacó de una bolsa un recipiente con cereal en leche, pan y mermelada.

-Por mi abuelito y mi abuelita, que me hacen reír tanto en vacaciones- dije yo, y me comí el cereal.



El Diablo Fu.