viernes, 10 de diciembre de 2010

Amores de Halloween.



Ella se acerca casi corriendo, se sienta en la silla (que se ve más vacía conmigo que sin mí de lo solo que estoy), y me abraza fuertemente.

¡Imagínense! Paso de estarla mirando todos los días como tonto, de hacerle favores aunque se equivoque siempre con mi nombre, y de saludarla sin que me conteste, a que en la fiesta de Halloween del colegio se aferre a mí, y sin equivocarse esta vez me diga:

¡Jorge, estoy asustada, los de sexto me asustan con sus máscaras feas!

Entonces yo me armo de valor, todo el valor que nunca tuve, y pongo un brazo mío por encima de su hombro. La abrazo, y le digo:

Tranquila, yo la cuido.

Ella parece tranquilizarse, y recuesta su cabeza sobre mi pecho. Yo pienso que ojalá no vengan los de sexto, porque ya es demasiado para mi valentía todo lo que está sucediendo, y controlar el temblor de mis piernas no es nada fácil. Si paso victorioso esta, probablemente tenga oportunidad mañana, cuando ya no sea halloween, aunque no haya disfraces que la asusten.

Pero ella se agita de pronto, y levanta la cabeza. Asustada me dice: ¡Ahí vienen! Y yo más asustado que ella, pero controlándome con fuerzas que no sabía que tenía, evito salir corriendo. Los de sexto llegan hasta nosotros, se quitan las máscaras, y se ríen de mí:

¿Qué hace con ese mión? Venga con nosotros, y le gastamos un helado en la tienda escolar.

No, él me va a gastar ahorita algo, dice ella con seguridad, y yo, sin un peso en el bolsillo, afirmo con la cabeza, pero guardando las palabras para que no me delaten los nervios.

Entonces la asustamos, dicen ellos, y se ponen de nuevo las máscaras. Ella se cubre la cara, y yo la abrazo fuertemente, pero no para confortarla, sino para sentir que me agarro de algo, porque siento que me caigo al vacío. Entonces ellos gritan como si fueran demonios, y ella salta sentada. Un líquido baja por mi pierna, y lamentablemente no es sudor, quiero morirme. ¿Sentiría ella la traición de mis nervios?

Los de sexto salen corriendo, ella me abraza del cuello, y yo me siento en la gloria, orinado y todo, pero victorioso porque no se dio cuenta de nada, o no le importa.

Nos levantamos y caminamos, y cuando miro atrás, no veo un charquito de pipí, sino dos, mientras ella evita mirarme.

Le digo, vamos le gasto algo. No sé qué me voy a inventar, pero le voy a comprar lo más caro que tengan en la tienda. Por primera vez me alegro de que mi mamá trabaje en la tienda escolar.


El Diablo Fu

lunes, 6 de diciembre de 2010

Solo en casa.



De pronto, todos se fueron. Es la primera vez que me quedo solo en casa, siempre lo quise, y ahora que todos están en la fiesta a la que no se me dio la gana ir, me siento raro.
Ya jugué, ya corrí, vi televisión, vi canales prohibidos, es tarde y no me he acostado, y he comido lo que he querido.
Pero el vacío que llena ahora a la casa es extraño, parece hablarme, y no me gusta. Me incomoda.
De pronto, comienzo a imaginar cosas.
¿Qué tal si se quedan atrapados cruzando una avenida, porque por delante y por detrás pasan muchos carros a gran velocidad?
Y yo crezco solo, en esta gran casa, comiéndome el mercado del mes, ahorrándolo para que me alcance hasta la mayoría de edad, y salgo a buscarlos. Y los encuentro allí, muchos años después, mucho más viejos, aún tratando de pasar la avenida; o tal vez ya olvidaron porqué están ahí, y tienen una vida organizada en el separador. Y como yo he crecido, porque de 7 a 18 años uno cambia, no me reconocen.
Y yo tampoco puedo pasar la avenida, así sea para unírmeles, pero si pudiera cruzar, como no saben quién soy, no me dejarían quedarme con ellos...
Mientras estas imágenes terribles pasan por mi cabeza, le doy un mordisco al queso que no me debería estar comiendo, y me digo en voz alta:
Si logran pasar esa avenida, y llegan de nuevo, los voy a abrazar muy fuerte a cada uno, y a la próxima fiesta voy a ir con ellos.

Para todos esos seres queridos que he perdido, si cruzan la avenida, los espero con un queso que no me puedo comer solo.
El Diablo Fu

viernes, 3 de diciembre de 2010

Lo que no existe.



El silencio no es la ausencia de sonido,

es la ausencia de un sonido.

El vacío no es la ausencia del todo,

es la ausencia de algo.

La oscuridad no es la ausencia de luz,

sino la ausencia de esa imagen.

Ausencia de tu voz,

de tu alma,

de tu cuerpo.

Siempre habrá sonidos, cosas, luz.

pero nunca imaginé que me faltaras tú.

La soledad no es la ausencia de personas,

la soledad es tu ausencia.



El diablo fu.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Pepo.



Pepo se acerca a Johanna, a pesar de que ella está con Luís.
Hoy te traje la lluvia, dice Pepo. Se moja la punta de su dedo índice con saliva, y toca el suelo. Entonces, unas cuantas nubecillas invaden el soleado cielo, y una suave lluvia comienza a caer en el patio del colegio.
Pero usted no sabe pegarle al balón, dice Johanna, mirando de reojo a Luís.
Pepo quita el dedo del suelo y deja de llover, mientras mira asombrado a Johanna.
Anoche baje la luna de su cuerdita, y la puse al lado de tu ventana para que no tuvieras miedo a la oscuridad, objeta Pepo, mientras saca de su morral el disco plateado que en las noches deja salir a pasear, para enseñárselo a ella.
Pero no sabes bailar, argumenta Johanna, acercándose a Luís.
Mañana iba a poner estrellas a brillar en medio del día, ¡pero lo haré hoy si quieres!, dice Pepo, sacando del bolsillo un montón de boronitas brillantes, que lanza al aire, y quedan flotando en el firmamento.
Si, dice Johanna de manera fría, y dándole la espalda a Pepo, pero nunca, nunca podrás ser alto, y fuerte, y bien parecido como lo es Luís. Tu eres gordo, pequeño, y muy feo, y ni tu lluvia, ni tu luna, ni tus estrellas van a cambiar eso.
Pepo se come sus estrellas, empaca su luna, seca su dedo, y se va caminando, todo gordo, bajito y feo, a algún lugar donde todo eso quepa, probablemente el basurero del colegio, pero no en el bote de reciclaje.

El Diablo Fu.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Cuento incompleto, o, el arrullo del Sol y la Luna.




Ya habían pasado tres días, y Carolina no había acabado su sopa aún. No importaba cuanto cuchareara, sorbiera, o derramara con disimulo para que su gata tomara. El plato seguía igual de lleno.
Ya se había cansado de protestar, el día anterior había dejado de hacerlo, resignada a la clara orden de su madre:
-Usted no sale hasta que se acabe esa sopa.
Andrés, un niño sin padres que vivía en una casa distinta cada día, la esperaba allá afuera. Ella sabía que seguía ahí, en el andén. Sabía que se había llevado una cobija para esperar de noche. Lo había escuchado cantar en las noches una vieja canción que les había enseñado el abuelo de Carolina, una canción que le cantaban a él para que durmiera.
“Sol sale, mi niña
Sol sigue saliendo.
Luna está cansada,
Se va escondiendo.
Juguemos saltando,
Juguemos corriendo,
Luna ha salido,
Pero Sol se ha puesto
Sol sale, mi niña
Sol sigue buscando
Luna está cansada
Y sigue menguando
Sol está muy triste
Y ya no brilla tanto
El día es oscuro
Con su corazón
Sol sale, mi niña
Sol sigue saliendo,
Luna está cansada
Se va escondiendo
Juguemos saltando,
Juguemos corriendo
Hoy el que ha menguado
Es el sol.”
-No sé cuáles son las ganas de salir corriendo para la calle, eso no está nada bien - Dijo la mamá de Carolina cuando se acercó para verificar como iba con la sopa.
Cuando decía eso, a Carolina le daban ganas de ser esa niña mala que su madre pensaba que era, solo para castigarla. Tomaba furiosa de la sopa, aunque se sentía muy llena. Tan sólo había parado para dormir, y era el único momento lindo del día, pues el canto de Andrés allá afuera era dulce, y el sueño la sorprendía con las imágenes más bellas en su cabeza.
Oscurecía ya, y la voz de Andrés se dejó oír en la vacía calle. Una lágrima desesperada de Carolina corrió a ahogarse en la inagotable sopa, y su mamá le ordenó ir a dormir.
Carolina la vio poner el plato de sopa en la nevera, antes de que la encerrara con candado en su cuarto. La voz de Andrés sonó aun más fuerte. Carolina se acostó boca arriba en su cama, y cerró los ojos para escucharlo. De pronto, Andrés dejó de cantar. Carolina abrió los ojos, y escuchó atenta, esperando entender.
Llamaron a la puerta. Carolina escuchó a su madre abrir. Aunque se oía lejos, Carolina pudo entender la conversación.
-Señora, buenas noches. Me avergüenza mucho molestarla, pero llevo acá tres días ya ¿Sabe usted? Y me gustaría saber si me puede ofrecer algo de comer, pues tengo un hambre terrible.
-Lo siento, Andrés, pero no tengo nada que pueda ofrecerle en este momento...
-¡La sopa!- Gritó Carolina desde su cuarto – ¡Pídele sopa, Andrés!
-¡Carolina, usted debería estar durmiendo! –intervino la mamá.
-¿Podría entonces prestarme un baño, si no fuera mucha molestia?
Carolina oyó a su madre emitir un gruñido de fastidio, y sintió a Andrés entrar a la casa. Escuchó atentamente los pasos, hasta que estuvo precisamente en frente de su cuarto, y veía sus pies por la pequeña rendija entre la puerta y el suelo. De manera que se agachó, y en susurros, le habló a Andrés por allí.
-¡Andrés, ayúdame a acabar la sopa!
Los pies de Andrés desaparecieron en la dirección en la que quedaba el baño. Luego de un momento, salió, y se dirigió de nuevo a la mamá de Carolina.
-Perdóneme señora, pero debo insistir. ¿No tiene usted un poco de sopa, así esté fría, que me regale?
-Niño, no sea atrevido, vallase por favor de mi casa.
Carolina intentaba ver por debajo de la puerta. Andrés corrió velozmente, y la mamá de Carolina lo siguió. La nevera se abrió, algo calló y se rompió en pedazos, y un grito terrible de la mamá de carolina se escuchó.
-¡Niño, no debió hacerlo! Ahora no podrá salir de aquí, hasta que se termine esa sopa. Pero deberá tomarla de noche, pues de noche la probó por vez primera.
Carolina y Andrés se veían al amanecer, y al atardecer, cuando uno dejaba el plato para ir a dormir, y el otro despertaba para empezar a tomarlo. Cantaban el arrullo del sol y la luna para que el otro durmiera, y eran felices sabiendo que tomaban del mismo plato de sopa.

El Diablo Fu

martes, 16 de noviembre de 2010

Objeto Volador No Identificado, OVNI.


Si un día ven un punto negro flotando en el cielo, en órbita alrededor de la tierra, no se confundan. No es un satélite, o un OVNI. Tampoco es, como dijo una amiga, una mugre en sus ojos. Es un balón de mi vecino, William, de 9 años.

Todo empezó una tarde en que yo llegaba muy cansado de un largo viaje tan largo y pesado como la torre Eiffel, aunque nunca he visto esa torre, y al llegar a mi casa, lo único que quería hacer era tumbarme en una cama.

Pero William y su hermanita Dayana, de 9 y 8 años, estaban al frente de mi casa, jugando con un balón de microfútbol, y al verme, el niño me abordó inmediatamente con una pregunta que todo el día se había hecho.

-¿Usted puede patear el balón hasta el cielo?

-¡Claro que sí!-contesté yo - No soy muy bueno en el fútbol, pero boto bien lejos los balones.

-¡Ay, mándelo hasta el cielo, queremos ver!-rogó Dayana, entregándome el balón. Debo confesar que me sentí en aprietos, no porque no pudiera hacerlo, sino porque realmente estaba muy cansado.

-Ahorita no puedo, necesito recostarme un momento.

-¡Es mentira! ¡Usted no puede patear el balón hasta el cielo!-me dijo William entre risas.

Algo ofendido, tomé el balón, reuní todas las fuerzas que me quedaban, y pensé en cosas que me dieran mucha rabia, como cuando mis papás se separaron, o cuando quitaron la luz en medio del capítulo final de Dragon Ball GT.

Chuteé el balón de manera impresionante, y para ser sincero, nunca lo había pateado tan fuerte en mi vida. El balón subió y subió, y los tres mirábamos con la boca abierta la ascensión del “esférico”, como dicen los comentaristas deportivos. Pero el muy degenerado balón se enredó en una nube y no bajó.

Durante un rato bien largo, nos quedamos con las caras dirigidas al cielo y las bocas sin cerrar, y después, William y Dayana me miraron como reclamándome.

-¡Me lo tiene que pagar! Mi papá se va a enojar conmigo.

-Yo no tengo plata para pagárselo... nos toca esperar, a ver si baja- dije yo, con una mezcla de de culpa y vergüenza que se dejaba oír en la voz.

Esperamos dos horas, el sol ya había bajado bastante. Las nubes se habían oscurecido y comenzó a caer una triste lluvia de manera monótona e insistente, como intentando hacer fértil el pavimento del barrio, y en un momento cualquiera, el balón cayó al suelo, pues la nube en la que se había enredado ya se había deshecho.

Yo recogí el balón. Cuando paró de llover, William me miró a los ojos, y sonrió de manera graciosa y desafiante.

-Yo lo puedo lanzar más lejos.

Tomó el balón de mis manos, se fue hasta la mojada calle, y estiró la pierna como si fuera de caucho. ¡Nunca había visto algo así! Pateó el balón a una velocidad impresionante, y este volvió a subir. Pero esta vez subió tanto, que, aunque no había nubes, se quedó allá arriba. Porque había salido de la atmósfera, y la gravedad de la tierra ya no lo alcanzaba a hacer bajar. El pequeño puntito que se veía se quedó flotando, desplazándose lentamente.

Lo vimos durante seis días más, y luego desapareció en el horizonte. Hace unos días pasaron por el noticiero que habían visto un OVNI sobrevolando Inglaterra. Yo vi la noticia, y sé que no era un platillo volador, como aseguraba el hombre que lo había fotografiado, pues reconocí el balón de William inmediatamente.

Menos mal que el que lo botó por allá fue William, si no, me hubiera tocado a mí pagar el dichoso balón.



El Diablo Fu.

Para J.K. Rowling, que tantas alegrías me dio en todos estos años de Harry Potter.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Un niño sin afeitar.


Mi papá se burló de mí al descubrir que lo observaba con atención mientras se afeitaba. Se ofreció a explicarme, y se volvió a burlar cuando le dije que yo no tenía barba para afeitar.

-¡Tienes 7 años! ¡Disfrútalo! Ya quisiera yo tener tu edad...

De hecho lo deseaba. Todos se burlaban de él cuando intentaba jugar al trompo o las canicas con mis amigos y yo en la acera, en vez de ordenarme que entrara. Cuando me llevaba al colegio, observaba el edificio con ojos llorosos, y nunca desaprovechaba una ocasión para entrar (nadie podía creer lo contento que estaba el día en que lo citaron porque yo había roto un vidrio de rectoría).

Pero yo quería saber que era ser grande. Estaba harto de todo lo que concernía a mi edad: las tareas, el madrugar al colegio, los exámenes, las citas al médico, el no poder comer cuantos dulces quería...

Por eso en la noche, cuando mi papá ya se había dormido, me fui al baño, tomé su máquina de afeitar y su jabón, y frente al espejo me afeité la inexistente barba de la que mi papá se había burlado. Me lavé y sequé la cara, y me sentí adulto por primera vez en mi vida, lo que me permitió dormir muy bien esa noche.

¿Qué iba a saber yo que al otro día iba a tener semejante barba? Porque amanecí con una selva entera en mi cara, una mata de pelos que se enredaban de manera desesperada, a tal punto que se veían más ordenadas las calles de la cuidad en hora pico.

Me dirigí directamente al baño, y tomé de nuevo la máquina de afeitar. Pero al verme en el espejo, pensé que era precisamente eso lo que quería: ser mayor. Y ahora, con toda esa barba, no cabía duda de que lo era. Entonces fui al comedor, donde mi papá desayunaba.

-¿Nos vamos, papá?

-¡Por favor! Si eres todo un adulto, con esa barba. Tú no necesitas que te lleven al colegio, ve solo.

Fue extraño. ¡Pero tenía razón! Yo podía ir solo al colegio. ¿No me haría ver eso mucho más adulto? De manera que tomé mi lonchera y mi maleta, y salí de mi casa con paso decidido.

Mas por el camino, la gente me miraba y se burlaba, y yo me sentí avergonzado.

-¿De qué se burlan todos?- pregunté confundido, y una señora se acercó, y en medio de sus risas de bruja, me lo explicó.

-¿Cuándo se ha visto a un hombre de semejante barba, cargando una lonchera escolar?

Todos estallaron en risas, y yo tratando de simular y reír con ellos, abandoné mi lonchera en una caneca de basura. ¡Qué lástima, pensé! Era de los Power Rangers, ese programa que tanto veo.

Me apresuré, porque el evento me había causado gran retraso, y siempre he visto que los adultos se preocupan mucho por la puntualidad. Pero al llegar al colegio, el celador me impidió la entrada.

-¿Para dónde cree que va? El colegio es sólo para los niños. Usted valla a la universidad. O trabaje, que con esa barba, ya ni para universidad está.

Me enfurecí, como he visto que los adultos se enfurecen. Pedí que llamaran a la rectora, esa vieja fea con su verruga en la cara. Y vino. Pero me miró de una forma tan extraña, que me sentí muy incómodo.

-Qué pena con usted, señor. No lo puedo dejar entrar, pero... si quiere, le puedo dar mi número, y cuando salga de aquí nos podemos tomar algo en algún bar...

¡Guácala! ¡Esto último lo dijo levantando las cejas de manera insinuante, como yo lo hago cuando le hablo a la hija del vecino que está tan linda! Fue demasiado para mí y mi barba. Salí corriendo espantado, mientras el celador reía y la rectora hacía pataletas con la cara roja.

Me senté en frente de un almacén en el que había un televisor encendido, pues transmitían dibujos animados. Claro que yo no estaba nada animado por como habían transcurrido las cosas. Entonces alguien me tomó violentamente del hombro.

-¡A ver el señor! ¿Muy vago, o qué? ¡Muéstreme sus papeles!

El horrible soldado me llevaba muchos metros de estatura, y me miraba como si tuviera dolor de estómago.

-¿Qué papeles?- pregunté confundido –el block tamaño carta lo necesito para el colegio, pero si no me van a dejar entrar, da igual que se lo lleve.

-¡Muy chistoso el vago este! ¡Para el camión inmediatamente! ¡El servicio a la patria es obligatorio!

-¡Para donde me lleva! Yo vivo allí cerca, déjeme ir y hablo con mi papá...

-Nada de eso, ¿ya con barba y detrás del papá para todo? A usted nos lo llevamos pal monte.

En un camión lleno de jóvenes con tristes caras, nos llevaron hasta un lugar llamado “distrito militar”, donde todos los soldados tenían cara de dolor de estómago, y yo me pregunté si el desayuno que tendría que comer era tan malo, e iba a tener en el futuro la misma cara.

Me dejaron hacer una llamada, y yo llamé a mi papá, quien me dijo que inmediatamente se dirigía hacia allí. Entonces me pusieron a hacer una fila, en la cual afeitaban y rapaban a todos los que llegaban a la punta. Yo tenía muchas ganas de llorar, pero los adultos no lloran, y yo con la barba no podía darme ese lujo. Sin embargo, cuando llegó mi turno, las lágrimas comenzaron a escurrirse a medida que caían los feos pelos de mi barba, y entre menos barba quedaba, más lágrimas salían. El hombre que me afeitó me miró asustado.

-¡Oigan, pero si este es un niño! ¿A quién se le ocurre traer un niño acá? ¡Espero que no le hayan dado de comer, porque la cara que va a tener va a ser horrible!

-¡Claro que es un niño!-gritó furioso mi papá, quien entraba por la puerta empujando militares indigestados, y me alzó en sus brazos para llevarme de nuevo a casa.

En el camino me prometí dejar jugar a mi papá al trompo y las canicas junto con mis amigos, y buscarle excusas para que pudiera entrar más seguido al colegio. Hoy por eso, rompí otro vidrio.



El Diablo Fu

domingo, 24 de octubre de 2010

El Guardián de la Noche


Gregorio es un niño de 9 años, que vive en algún barrio del sur de Bacatá, y su aspecto es el de un niño normal. Cualquiera que lo mirara de reojo, no imaginaría quién es en realidad Gregorio, y su identidad secreta cuando se convierte en el Guardián De la Noche.

Son las diez de la noche, y hace 3 horas que Gregorio debería estar en su cama, durmiendo. Pero no está allí. Busca en el fondo de su armario, una bolsa escondida que contiene un abrigo (a falta de un buen gabán, hay que ser recursivos, ¿no?), y se lo pone.

Toma su linterna, y baja sigilosamente a la cocina, de donde agarra los guantes de su mamá, y luego, en el espejo del baño, se observa cuidadosamente. ¡Un súper héroe de identidad desconocida no puede andar con la cara descubierta!

Por lo tanto, decide llevar a cabo una operación peligrosísima, pero él, como súper héroe, está acostumbrado a este tipo de riesgos. Así que entra silencioso al cuarto de su hermano mayor, y toma una de sus bufandas, con la cual se cubre el rostro.

Listo para la aventura, el Guardián de la Noche alista su fiel lazo (que tomó prestado de las herramientas de su papá), y sube a la terraza.

Vigila. Toma nota del silencio que grita en las calles. Tanta tranquilidad en esa ciudad sólo puede significar crimen escondido. Apunta con su linterna hacia un lote vacío que queda en frente de su casa.

De pronto oye un grito. Alguien viene corriendo. El Guardián de la Noche apaga su linterna rápidamente, y se oculta tras la ropa que su mamá olvidó guardar en el día. Ve pasar a una mujer que corre apresurada, y dos hombres que la persiguen.

El Guardián de la Noche amarra su lazo a una varilla que ha quedado salida de la plancha que su papá ayudó a echar, y comienza a descender. Siente el corazón palpitar, siempre le pasa cuando se dispone a la aventura. La adrenalina corre de manera violenta por su cuerpo, y entonces se da cuenta.

Su lazo está muy gastado ya, y además lleno de cemento. Debe decidir rápidamente. La mujer puede estar en peligro, pero si algo fallara, el Guardián de la Noche podría no volver a sus andanzas y los débiles y desprevenidos transeúntes se quedarían sin quien les ayude. Además, ahora que lo pienso, esa mujer no iba gritando. Iba riéndose. Y caminaba chistoso, igual que los dos señores.

Mejor me subo de nuevo, y mañana le pregunto a mi papá si tiene un lazo más nuevo. ¿Será que soy muy cobarde para ser súper héroe? No, es el lazo. Y esta ciudad necesita un súper héroe. Yo podré tener nueve años, pero entiendo los noticieros, y no olvido los cadáveres que vi hoy al medio día.

Y así, el Guardián de la Noche se devuelve a su guarida secreta, planeando sus nuevas hazañas para el día siguiente. Al fin y al cabo, este era su primer día, y no estuvo del todo mal. Mañana devolverá los guantes, la bufanda y el lazo, y en la noche habrá grandes aventuras.

El Diablo Fu.

martes, 19 de octubre de 2010

El Gran Desastre del Tejado.


Se dice de la historia que es el estudio del pasado de la humanidad, y que es bueno estudiarla para que no se repita. Bueno, pues, en la gloriosa y reciente historia de mi cuarto, hay una fecha que siempre se recordará, 19 de junio del 2010, día del Gran Desastre del Tejado. Y hoy, en pleno aniversario del triste evento, lo recuerdo con el ánimo de que no se repita un hecho como aquél, que tantas víctimas dejó, y produjo tantas historias que conmovieron a los afligidos corazones que asistieron al espectáculo.

Viernes era, lo recuerdo, cuando me encontraba en mi oscuro cuarto, tocando guitarra, chateando con algún amigo, y jugando con los muñecos de Dragon Ball Z que tenía desde hacía algún tiempo.

De pronto oí un crujido en el techo, y algo me dijo que el peligro rondaba, de manera que en un instante, agarré mi guitarra, me levanté a toda prisa, y me alejé del lugar en el que estaba sentado, al frente de mi computador.

Tan instantánea fue mi huida, como el ver quebrarse la teja de barro de mi cuarto, y aparecer entre los pedazos, cayendo a gran velocidad, al vecino de la casa del lado sobre el mismo lugar en el que un momento antes yo estaba.

Cayó de manera graciosa pues mi cama, que como algunos de ustedes sabrán, es un colchón en el piso, estaba en el lugar preciso para recibirlo acostado, mientras sus pies quedaron en la silla del computador.

Pero fue lo único gracioso del asunto. Pues las tejas y el vecino, habían hecho de mi cuarto un camposanto. Muñecos se debatían entre la vida y la muerte, pocillos rotos se despedían de manera melancólica de los platos que intentaban sobrevivir. Álbumes de diferentes programas, carritos, aviones, un montón de desaparecidos entre los escombros, y los seres que habían tenido la mala suerte de sobrevivir al desastre, buscándolos en amargas lágrimas.

Mi vecino se levantó asustado, y miró alrededor el desastre que había causado.

-¿Qué ha hecho?- pregunté confundido- ¡Ya sabe usted que no puede volar! ¡¡No puede usted seguirle creyendo a los programas de televisión todo lo que allí ve!

-Ya lo hice una vez, sé que puedo volver a hacerlo- respondió él avergonzado y con la cabeza gacha.

Mi vecino tiene 57 años, y no está loco. Es un hombre normal, taxista, todos los días sale a trabajar, tiene esposa e hijos, y una vida como la de cualquiera. Pero un día de mucha emoción en el que su nieto había nacido, voló en la terraza de su casa, en el momento en el que le dieron la noticia, y desde entonces no paraba de intentar volver a hacerlo.

En esta ocasión, calculó mal la dirección del viento, y la dirección del salto, y acabó destruyendo mi tejado.

Las labores de rescate fueron arduas, y mi vecino, mi familia y mis juguetes participaron en ellas. Uno de los más tristes recuerdos que me quedaron fue la historia de un gancho de ropa que sacó de los sitios más recónditos de los escombros a las maltratadas víctimas, hasta que heroica y trágicamente se partió cuando no pudo dar más vueltas. Mi antigua teja de barro fue reemplazada por una plástica transparente, porque mi papá quería que yo tuviera más luz, pero a mi me gusta la oscuridad y el cambio no me agradó mucho. Y días después de mucho trabajo, el cuarto llegó a estar de nuevo en condiciones más o menos normales, pero nunca volvió a ser el mismo.

Hoy que se cumplen 4 meses del Gran Desastre del Tejado, recorro el cuarto, melancólico. Veo el pocillo quebrado que me había regalado mi hermana de cumpleaños. Veo a Gokú, quien ahora no tiene piernas, y sus peleas con Freezer las deberá ganar sin una sola patada. Y veo los pedazos de tejas que dejé sobre el computador, para recordar siempre el evento, a manera de monumento. Porque la historia se escribe para no repetirse. Aunque algunos quieran ignorar el espejo que es la historia.



El Diablo Fu

viernes, 15 de octubre de 2010

La anciana casa embrujada.


Hoy “capo” la primera hora de clase. Nunca lo había hecho, siempre he sido muy aplicado en el colegio, pero dos amigos míos, López y Román, llevaban mucho tiempo invitándome a hacerlo, y hoy por fin lo haré porque nos vamos, no a una tienda de videojuegos, ni al parque, sino para la anciana casa que queda cerca de mi colegio.

Es una casa muy grande y abandonada, y se dice que está embrujada. Desde la ventana de mi salón se puede ver bien a la vieja casa con cara de abuelita. Con mis amigos siempre hablamos de esa casa, pues muchos misterios la rodean.

-¡Es la abuelita de todas las casas de este barrio!-cuenta López.

-Hay una ventana que uno puede romper todos los días si quiere-dice Román mientras caminamos a la casa vieja- y al otro día está ahí, como nueva, pero vieja, porque está llena de polvo y telarañas; como si no la hubiera roto el día anterior.

-¿Y se han escuchado voces o gritos alguna vez?-Yo pregunto intrigado.

-Yo una vez escuché como si un bebé llorara-contesta López.

Llegamos por fin, y nos detenemos en la entrada. Román, el más atrevido de todos, intenta empujar la puerta, pero está sellada. Lo habíamos previsto, así que trepamos por una de las paredes laterales. Primero trepa Román, a quien vemos desaparecer tras el muro. López y yo escuchamos en silencio, y yo estoy preparado para salir corriendo en cualquier momento, pues ya me estoy arrepintiendo de haber venido.

-Ahhhhhhhhhhhhhhh!- grita Román, y yo pego el brinco más alto que he dado en mi vida, si me viera el profesor de educación física, seguro apruebo la materia.

López y Román ríen descaradamente.

-Tranquilo, Alex, pueden pasar, acá hay un patio, tienen que saltar-dice Román desde el otro lado.

López sube también, y se pierde tras la pared. Luego yo comienzo a trepar, y llego a la parte superior del muro. Román y López se adelantan, y me piden que me apresure. Pero yo escucho un ruido extraño en el segundo piso, en una ventana que tengo precisamente unos metros al lado. Dudo un momento, y luego, en vez de saltar al patio, trepo por el viejo tejado de la casa que cruje bajo mis pies, y entro por la ventana que está a medio abrir.

El lugar es tenebroso en verdad. Todo el piso es de una madera que parece llorar cuando uno la pisa. Hay telarañas por todos lados, la luz entra con dificultad colándose por la ventana que acabo de entrar, y algunos agujeritos en el techo y las paredes. Hay muchas sombras que parecen recorrer todos los lugares, y todo está tan lleno de polvo, que pienso que si mi mamá viera esto regañaría al dueño de este lugar, y luego ella misma se pondría a hacer aseo.

-Buenos días, señoras sombras-digo gentilmente, y continúo mi camino.

Salgo a un pasillo, y allí está una de las cosas de las que me contaron que había acá: un esqueleto de perro completamente armado. Allí, parado, como si estuviera haciendo guardia en los huesos, parece que mira fijamente a una pared, y yo paso por su lado cuidando de no tocarlo, porque se puede desarmar, y yo no sé armar esqueletos.

-Con permiso, señor perro- digo, y continúo mi exploración al cuarto siguiente.

Ahí veo entonces, sobre una mesa llena de polvo, la famosa máquina de escribir que se escribe sola. De hecho nunca había visto una máquina de escribir: mi papá me cuenta que es como un computador, pero solo sirve para escribir, y que con eso hacían antes los trabajos para el colegio.

La curiosa máquina teclea y teclea escribiendo cartas invisibles sobre un tubo negro que da vueltas, y yo me quedo como tonto viéndola escribir sola.

Entonces escucho una voz ronca y extraña a mis espaldas.

-¿Le gusta?

Me doy la vuelta asustado. Es un viejito de ropas que serían muy elegantes si no fuera porque están rotas y muy sucias. El hombre también tiene la piel curtida por la mugre, y barba muy larga.

-Como no sé leer ni escribir, ella escribe por mí lo que quisiera decirle al mundo, pero son cartas que solo el aire leerá, porque no tengo hojas para ponerle-dice el viejo.

En este punto, me arrepiento de no estar en el colegio, no sé si porque el anciano no sabe leer y escribir mientras yo puedo aprender, o por puro y físico miedo, ya que si estuviera estudiando no estaría allí.

Miro sus manos. Son idénticas a la de mis abuelos, que viven en el campo. Son arrugadas, llenas de callos, con los dedos torcidos. Miro sus ojos, que brillan en medio de aquella oscuridad de manera misteriosa, pero que no me asustan.

-¿Usted es un fantasma?-pregunto.

-Morí hace mucho tiempo, supongo-contesta el anciano, y sonríe de manera dulce, y me doy cuenta que no tiene dientes.

Pongo mi maleta en el polvoriento piso, saco un cuaderno, y le arranco una hoja que luego pongo en la máquina de escribir, que sigue tecleando sola. Las letras comienzan a aparecer, y me parece más mágico que escribir en computador:

“Hoy unos niños entraron a la casa vieja, y uno de ellos me habló. La última vez que hablé con un niño, fue la última vez que hablé con mi nieto, que nunca más pude ver...”

-¡Vámonos ya!-escucho gritar en el primer piso a López.

Miro al viejito, quien tiene un pedazo de pan duro en la mano. Parte un pedazo y me lo ofrece, pero yo no me quiero comer eso.

-No es para usted, es para el perro. Cuando valla saliendo, déjeselo ahí. No se lo va a comer si usted lo mira. Vive moviéndose, pero la vergüenza con las personas lo hace congelarse.

Tomo el pedazo de pan, y me despido del anciano.

Al salir, veo que el perro está mirando a una pared distinta. Le dejo en el suelo el pedazo de pan, y bajo al primer piso a encontrarme con mis amigos.

-¿Qué vieron?-pregunto.

-Yo no encontré nada. López encontró la ventana que se vuelve a arreglar cuando se quiebra.

Nos vamos de la anciana casa, en dirección al colegio, mientras les cuento mi encuentro. Diremos que llegamos tarde, y seguiremos clases normales. Me pregunto qué vieron en Sociales mientras yo estaba hablando con el anciano de la casa vieja, y si habrán dejado tarea.

El Diablo Fu.

sábado, 9 de octubre de 2010

Futuras noticias


-Ya me tengo que ir a dormir, mi mamá me va a apagar el computador-escribió Carlos.

El mensaje llegó después de un zumbido que le envié a mi primo, quien vive en España. Yo no entendía por qué lo mandaban a acostarse tan temprano.

Era el comienzo de un caluroso Diciembre, y habíamos tomado por costumbre chatear todos los días, pues más que primos, somos los mejores amigos. Hace dos meses se había ido con mi tío, quien había conseguido un trabajo allá.

-¿Por qué tan temprano?- pregunté intrigado.

-Son las siete de la noche ya, siempre me acuesto a esta hora.

¿Las siete de la noche? ¡Si era la una de la tarde!

-¡Acá hasta ahora va a empezar el chavo en el 6!- respondí intrigado.

-¿Estás diciendo que allá no ha anochecido aún?

Nos quedamos un rato sin escribir nada. Ambos pensábamos en el extraño suceso. Hablábamos de muchas cosas en el chat: niñas del colegio, trompos que habíamos ganado en crueles competencias, fútbol, películas, dibujos animados... ¡Dibujos animados!

-¡Viajaste al futuro!

-¿Qué?

-¿No has visto ese capítulo nuevo de “los detectives súper increíblemente fantásticos” en que viajan al futuro para detener a su archi-enemigo, el tomate mutante?

Carlos estuvo un rato sin escribir. Luego, lo entendió todo, y puso un emoticón de sorpresa.

-¡Nos estamos comunicando en el tiempo! Eso quiere decir que...

-Que me puedes contar lo que va a pasar en un lapso de.... ¡seis horas! ¡Viajaste seis horas al futuro! Dime, ¿Qué está pasando en este momento?

-Es curioso que lo preguntes... ¡está empezando a nevar!

Yo no cabía de la emoción en mi silla, y me caí. Di tres vueltas, miré a todos lados, me cogí la cabeza, y me senté de nuevo. ¡Iba a conocer la nieve! ¡En seis horas nevaría! ¡A las siete y cuarto caerían copos de nieve, tenía la plena seguridad! Mi primo ya había visto caer el sol seis horas después, si el sol caía también aquí, caería también nieve.

Mi primo se despidió, pidiéndome que le contara todo tal cuál sucediera.

Yo, muy ansioso, me fui a mi cuarto, tomé dos sacos, un buen abrigo, un gorro y una bufanda, y me alisté para recibir la nieve. Bajé al primer piso, y sudando dentro de mi protección para el frío en medio de todo ese calor, me acerqué a mi mamá, que preparaba buñuelos en la cocina.

-¿Estás loco? ¡Qué haces con todo eso puesto, en medio de este calor!

-¡Mamá, debemos recibir la nieve!

Al ver que ella no reaccionaba, decidí salir de la casa. Me senté en el andén, y me quedé mirando al cielo, mientras el sol avanzaba lentamente, y en lo único que podía pensar era en la nieve cubriendo esas calles que, como yo, no la conocían.

La gente pasaba mirándome asombrada, pues todos ellos iban en pantalonetas, bermudas, faldas cortas, y cualquier otra prenda que les ayudara a calmar el calor que sentían. Yo, sudando en mi abrigo, no les ponía atención, y a veces hasta les aconsejaba que se abrigaran un poco.

-Señora, con esa faldita tan corta, se va a congelar esta noche.

Y por fin el sol se escondió. Mis papás habían intentado entrarme, pero todos sus esfuerzos eran vanos, y se quedaron en la puerta vigilándome, pensando que tal vez estaba enfermo. No eran los únicos. Todos los vecinos del barrio se amontonaban a mi alrededor, burlándose de mi atuendo, y mirando al cielo, donde yo miraba.

Muy ansioso, con el conocimiento que, de seis horas en el futuro, me había dado mi primo, miré el reloj, que marcaba las siete y cuarto y me levanté. Todos los vecinos hicieron silencio.

Mi papá salió entonces gritando.

-No más, no se van a burlar más de mi hijo. Y tú, jovencito, para dentro ya, es suficiente, ¡estás castigado! Es el colmo que nos pongas en esta situ.....

-¡Miren!-gritó de pronto alguien- ¡Es nieve!

Y era verdad. De repente, toda la calle comenzó a llenarse de nieve, pero sólo mi calle. La nieve caía lentamente, y el frío se apoderó del lugar. Los vecinos, en sus ropas descubiertas, comenzaron a tiritar, y se pusieron todos morados, no sé si del frío, o de la emoción, porque saltaban y reían como nunca los había visto. Mi papá se olvidó de mi, y se fue a jugar entre la nieve, revolcándose en ella, y haciendo bolas para lanzar a los demás.

Pronto, de las otras calles en las que no caía nieve, se supo la noticia, y todos llegaron a festejar el acontecimiento. Yo armé un muñeco de nieve, que se desbarató casi al instante. Después me fui a dormir, porque estaba muy cansado. Qué bueno que tenía mis abrigos, al otro día, todo el mundo estaba resfriado, menos yo, y me tocó hacer mucha agua de panela con limón en una olla enorme, de donde todos los vecinos tomaron para aliviarse. Luego le conté por chat a mi primo todo cuanto había sucedido, y él me dijo que hubiera preferido disfrutar de la nieve en el pasado y no en el futuro.

El diablo Fu

miércoles, 6 de octubre de 2010

Arquera movible.


A mí no me gusta juntarme con las niñas. Son feas, fastidiosas, creídas; lo único que tienen chévere es que huelen bonito.

Pero Julieth era distinta, para mi Julieth era hombre. Se la pasaba todo el día con Rodríguez y conmigo. Yo me rompía la cabeza tratando de entender cómo era posible eso. Lo peor era que cada día me la pasaba observándola, y me daba la impresión que era algo más que curiosidad.

Un día, por ejemplo, nos hacía falta uno para jugar microfútbol, y ella se ofreció. Al ver que no íbamos a poder jugar, Rodríguez la dejó de arquera. Un delantero del equipo contrario recibió un pase muy cerca de nuestro arco, y metió un taponazo tan fuerte, que yo, defensa, salí corriendo. Pero Julieth flexionó las rodillas, alistó las manos, y ¡zas! Atajó el balón.

Y no sólo eso, lo puso en el suelo, salió del arco con él, y a mitad de la cancha pegó otro taponazo, metiendo el gol más lindo que había visto yo en mi vida. Lástima que no lo valieron, porque no aceptaban arquero movible. Pero desde ese día, vi a Julieth, a sus ojos grandes y brillantes, a su cabello largo y liso, de otra manera. Desde ese día me quedó claro que era uno de nosotros.

Un descanso se fue con nosotros, le pidió algunas canicas prestadas a Rodríguez, y al volver a clases, nos había dejado sin una canica en el bolsillo.

En otra ocasión, se sentó entre Rodríguez y yo. Le pidió un cuaderno prestado a él, pero Rodríguez se negó. Entonces yo le di mi cuaderno, ella arrancó una hoja, e hizo un avioncito que le dio tres vueltas al salón entero antes de aterrizar en la espesa selva de cabello de la profesora Jennifer.

Me castigaron a mí, y eso que yo nunca he podido hacer un avión de papel que vuele dos metros. De todas formas no la iba a delatar. Por el contrario, decidí acercarme más a Julieth para entender el misterio de que fuera más hombre que todos los que éramos hombres en el salón. Al menos esa era mi excusa.

A la salida de ese día busqué a Julieth. Le pregunté si quería ir a mi casa a jugar X box.

-No puedo, es que Rodríguez me invitó a la de él, a jugar Play.

¿Cambiar un x box por un Play? ¡Yo había visto el que tenía Rodríguez! ¡Era un Play 1! Algo andaba mal. Sin embargo no le dije nada. La vi caminar hacia Rodríguez, y decirle algo mientras esbozaba una linda sonrisa en su carita. Y eso fue raro. Rodríguez hizo una cara extraña y le contestó algo.

Fue en ese momento que vi que Julieth si era mujer, porque lloró en silencio mientras Rodríguez se alejaba de ella. Y descubrí que yo también algo tenía de mujer, porque verla llorar, me hizo llorar a mí.

El diablo Fu.

sábado, 2 de octubre de 2010

Un cuento de letras desordenadas


Un día la A se encontró con la I en un hiato. Un hiato, como ustedes sabrán, es cuando dos vocales viven de vecinas en una palabra, como la palabra caer, país, o maestro.
En este caso, la A se encontró con la I en la palabra Hiato.
Primero había llegado la H, porque es muy puntual. Después llegó la I, de manera que ya decían:
Hi.
Entonces llegó A, y vio a la I, y le pareció maravillosa.
Hia
La miraba con mucha atención y curiosidad, hasta que la I se sintió avergonzada. Luego llegaron las otras letras: la T, y la O, y formaron la palabra:
Hiato
Pero la A seguía encantada con la I.
Cuando se fueron todas, A no se pudo sacar de la cabeza a I. Le parecía curiosa, inteligente, bonita. Y A decidió que quería ser una I.
Mamá A la reprendió fuertemente.
-¿Cómo se te ocurre que vas a ser una I? ¡Te escribieron A, y serás A por siempre! ¡No puedes ser una I!
Entonces la abuela A le contó una historia a hija A, donde una N quería ser una M, pero al final entendía que debía ser una N porque así había nacido.
Pero A sólo quería ser I. Así que desde ese día, no volvió a ser A, y cada vez que formaba una palabra, se hacía pasar por I, y descubrió cosas muy interesantes.
A veces, las palabras podían sonar más feas, por ejemplo, si antes escribían papá, ahora escribían pipí.
A veces las palabras cambiaban de forma curiosa. Por ejemplo, un día no escribió tanto, sino tinto, que es como le llaman al café sin leche en algunas partes de Colombia.
Y a veces las palabras simplemente parecían nuevas palabras por el cambio de A que ahora era I. Por ejemplo, una vez se iba a escribir pantalla, pero finalmente se leyó “pintilli”.
Todas las letras disfrutaban mucho estos cambios, porque eran graciosos, y además los hacía pensar. Pero un día el dueño del lápiz llamó a formación a todas las letras, de manera que formaran un abecedario, y se estremeció cuando encontró lo siguiente:
I B C D E F G H I J......
¿Dónde está la A? ¿Y por qué hay una I al comienzo del abecedario? Gritó y gritó, y después llamó a mamá A, y se quejó ante ella. Y mamá A cogió a A hija, y la castigó severamente. Pero I, que había visto todo, y como los demás había reído y pensado con el cambio de A, la defendió.
¿Por qué, al fin y al cabo, tenía que haber una a siempre al principio del alfabeto? ¿Porqué no podía ser otra letra? ¿Y por qué no podía A decidir qué letra quería ser, y cómo quería sonar? Entonces todas las letras, apoyando a A, decidieron seguir su ejemplo, e inventar qué letra querían ser. De manera que el abecedario ya no fue:
A B C D E F G H I J K ....
Sino
H F I O R T D L Y E B S A
El dueño del lápiz se enojó mucho al ver esto, y comenzó a gritar más fuerte que nunca.
Pero ya no había control, y las palabras eran totalmente nuevas, y ya no tenían sentido, por lo que se inventaron significados nuevos:
Hdregkof significaba cielo verde. Jjbmjlihnlkfc significaba fuego duro.
Y en un momento todas se convirtieron unas en A, y otras en I, y formaron una nueva palabra:
AIAIAIAIAI.
Que significaba libertad color árbol. Y al dueño del lápiz le pareció curioso que pudiera haber nuevas palabras, y nuevos significados, y se divirtió, y pensó. Y decidió que estaba bien que las letras fueran lo que quisieran, porque así le ayudaría a escribir cosas nuevas, con nuevos significados.
A siguió siendo I, pero con el desorden, nadie se dio cuenta que I decidió ser A, porque le pareció que lo que había hecho era muy valiente, y la admiraba mucho.
Menos mal las letras me colaboraron para escribir esta historia: aunque son palabras viejas, cuando escribo P, es una U, y cuando escribo W es una Ñ.
El diablo Fu

martes, 14 de septiembre de 2010

¿Qué es lo que mira Chabela?


Cuando salíamos de la escuela, Chabela se quedaba mirando al cielo, pero yo no entendía qué era lo que miraba. Se quedaba callada, y respondía con palabras cortas.

-¿Estás bien?

-Sí.

-¿En qué piensas?

-En nada.

Así era siempre. Nunca supe nada de ella, ni de su familia, ni de su pasado. La dejaba en la puerta de su casa, que queda al frente del parque del barrio, porque me quedaba de camino a mi casa. Luego me iba a averiguar qué era lo que quería.

Comencé con lo usual: le llevé flores, chocolates, peluches, pero ella seguía con su mirada fija en el cielo. Le regalé un cuaderno, para que escribiera o dibujara lo que quisiera, a ver si con eso podía saber qué le pasaba. Pero, aunque lo recibió, nunca lo usó.

Entonces comencé a hacer cosas algo más raras. Un día, por ejemplo, puse semillas de cacao en todos los árboles que habían en el camino de la escuela a su casa, y a los tres días comenzaron a dar por frutos chocolatinas que yo recogía y le ofrecía. Ella comió algunos, pero no dijo nada, y los chocolates se los comían todos los demás niños del barrio.

Yo me prometí no comer ni un solo chocolate-fruta, hasta no descubrir qué le pasaba a Chabela. Me fui una mañana que no había escuela al parque, me acosté en el pasto, y me quedé mirando fijamente al cielo.

¿Qué era lo que veía ahí? Yo sólo veía nubes pasar, a veces calmadas, y a veces como si fueran de afán. Fue lo más cerca que estuve de entender a Chabela.

Me fui para mi casa, y busqué las herramientas de mi papá. Durante varios días me dediqué a mi nuevo trabajo: Hacer una escalera. No hacía las tareas, dejé de ver televisión, pasaba la noche sin dormir, y me despertaba tarde, de manera que no alcanzaba a recoger a Chabela para ir a la escuela.

Duré así como dos semanas, hasta que mi escalera estuvo terminada, la escalera más alta que nadie hubiera visto antes. Como no cabía en mi casa, la había tenido que terminar en el jardín, y fue allí mismo donde me trepé en ella, y subí muy alto, hasta alcanzar una nube de la que arranqué un trocito. La guardé en una cajita con mucho cuidado para que no se deshiciera, y bajé de nuevo.

Salí corriendo con la cajita directamente a la casa de Chabela, y llamé a la puerta con ansiedad. Chabela se demoró un poco en salir, y cuando abrió, me miró con esos ojos que parecían representantes de otros ojos que estaban quién sabe en donde. Abrí la caja y le enseñé el trocito de nube.

Nunca olvidaré la cara que hizo. Era como ver a Chabela por primera vez, como si por fin estuviera en frente mío.

-¿Cómo la conseguiste?

-Construí una escalera.

-¿Me llevas?

Con la sonrisa que había pintada en su rostro era más que imposible negarse. Fuimos al jardín de mi casa, y nos quedamos mirando la escalera que se perdía en el azul del cielo.

-Espérame, y no subas mientras yo esté arriba- me dijo, y comenzó a trepar.

La observé subir hasta donde pude, porque después de un rato no la vi más. Y la esperé. La esperé hasta que cayó la noche, y mi mamá me mandó acostarme. A la mañana siguiente, volví al jardín a esperarla. Y a la siguiente, y así por dos semanas. Un día decidí subir la escalera, y cuando llegué arriba, no había nada más que nubes viajeras.

Nunca nadie la buscó de su casa. En la escuela la quitaron de las listas. Los mayores quitaron las semillas de cacao de los árboles para que, en vez de chocolatinas, volvieran a dar manzanas, naranjas y limones.

Yo aún sigo pensando a Chabela, y cuando salgo de las recuperaciones de las materias que perdí por no llevar tareas, voy al jardín, al lado de la escalera que no le he dejado a mi papá quitar, y la espero. Me gusta pensar que por fin le di lo que realmente quería, pero no puedo estar seguro si ella no vuelve para contarme que así fue.

El diablo Fu

Cuando Almaguer despierta


El macizo colombiano es una formación de muchas montañas colosales, tan grandes que solo puedes ver el cielo si miras bien hacia arriba, porque al horizonte solo ves las más hermosas montañas que puedas imaginar, y de las cuáles nace agua tan fresca, tan limpia y tan recién nacida, que hasta dan ganas de cantarle canciones de cuna.

En una de estas montañas, queda el pueblo de Almaguer, que tuve la oportunidad de visitar por una grabación que realicé allí. Y no quiero que desconozcan, niños colombianos, lo que sucede allí, para que vean el hermoso país en el que viven.

Cuando sale el sol, la montaña de Almaguer se despierta lentamente, y comienza a desperezarse. Como cuando una persona estira los brazos, esta montaña se estira hacia arriba, sube y sube hasta que llega a las altas nubes, que de pronto están por todo el pueblo, caminando por las calles, golpeando las puertas de las casas para luego salir a correr, persignándose frente a la iglesia, y jugando en la plaza central, nubes juguetonas. Por esto no es raro encontrarse en Almaguer algún ángel que estuviera trepado en alguna nube. Y yo encontré uno, en la mañana en que tenía que grabar la entrada de los estudiantes de uno de los colegios del pueblo. Mientras las nubes correteaban de aquí a allá, ese angelito de tez morena parecía muy ocupado contándolas, y tratando de no perderlas de vista.

-Perdón, ¿Qué hace?-pregunté imprudentemente.

El ángel ni siquiera me miró.

-Cuando la montaña baje, todas las nubes tienen que estar completas, sino, no lloverá como debe llover. No puedo perder ni una. ¡Hey! ¡Allá no!- le gritó a una nubecita, que intentaba entrar a una alcantarilla.

-¿Y usted no juega nunca?- insistí.

-¡Claro que sí! Los domingos son ellas las que me tienen que cuidar, porque comienzo a hacer travesuras, en el día escondo las cosas a la gente, y en la noche me hago pasar por espanto, y los asusto. Al finalizar el día estoy tan cansado, que caigo dormido en cualquier parte, y a la madrugada las nubes salen a buscarme por todo el pueblo, para llevarme a descansar un rato.

En ese momento comenzó a bajar la montaña de nuevo, el ángel llamó a todas las nubes que se formaron en frente de él, y se despidieron de mí mientras yo bajaba con la montaña y ellos se quedaban allá arriba.

Dicen los habitantes de Almaguer que cuando llega alguien que no es del pueblo, llueve, pero se sorprendieron al ver que en mi caso no llovió cuando yo llegué, sino cuando me fui. Creo que fue el ángel que dio la orden a las nubes de que sólo lloviera cuando yo me fuera, como una forma de despedida. A las personas que conocí en Almaguer, les pido que le den mis afectuosos saludos al ángel y a las nubes, y a la montaña que en las mañanas se despereza hasta llegar a ellos.

El Diablo Fu



lunes, 13 de septiembre de 2010

La mochila que se fue.

A varias personas les he contado este suceso que me aconteció, pero pocos me creen. He decidido escribirlo, aún a pesar de que es mejor contarlo, más si tengo la mochila conmigo. Pero espero que algún día el tiempo me dé la razón, y no me tachen más de loco si aseguro que la historia que acontinuación les cuento es real.

Hace unos meses decidí enseñarle a mi mochila a caminar. La tomaba en una mano, y la ponía a dar pasos, como pequeños saltos en el suelo, a medida que yo andaba. Y le decía: “es que yo no voy a estar siempre. El día que yo no esté, usted tiene que ser capaz de ir sola a donde haya que ir” Me gustaba imaginarla caminando por ahí, tal vez buscándome.

Así duré mucho tiempo, caminando por el barrio con mi mochila dando pasos colgando de mi mano, y los vecinos me miraban raro. Algunos se burlaban de mí, cuando me preguntaban por qué cargaba a mi mochila de esa manera, y yo les explicaba mis intenciones.

Una mañana desperté, y mi mochila no estaba. La busqué por toda la casa, incluso ordené mi cuarto (cosa poco usual en mi), pero no la hallé. Preocupado, le pregunté a algún amigo si la había dejado en su casa el día anterior, pero tampoco se encontraba allí. La mochila había aprendido a caminar, y se fue por ahí, sola, quién sabe a dónde.

Muy triste, me dediqué a poner anuncios en internet. Diseñe también un afiche de “se busca”, y lo pegué en distintos postes. Pero nadie me daba razón de ella. Así pasaron dos semanas, y yo con mi tristeza, extrañando a mi fiel compañera.

Por fin una noche perdí toda esperanza de volverla a ver, me asomé a mi terraza, y la imaginé por las calles, andando solitaria, sucia y gastada. Después me fui a llorar a mi cuarto, llorar hasta que el sueño llenó el espacio que desocuparon mis lágrimas, y me dormí. En la mañana, desperté con un sentimiento de malestar, ese vacío en el estómago cuando se extraña a alguien. Y es que yo creo que a los seres valiosos no los llevamos en el corazón sino en el estómago, porque cuando hacen falta es ahí donde se siente el vacío.

Desperté entonces con esa horrible sensación, pero fue grande mi sorpresa, casi tanta como mi alegría, cuando encontré allí a la hermosa mochila, muy sucia eso sí, pero de nuevo conmigo. Había vuelto, seguramente al ver los afiches que había pegado en los postes, y entender que la extrañaba. Desde entonces no la volví a hacer caminar, pero sé que aún lo hace, pues aunque no se va de la casa, nunca amanece en el lugar en que la dejé la noche anterior.

El diablo Fu



Nota: es de aclarar que fue mi mochila la que le enseño a caminar a mi bicicleta, jum

sábado, 11 de septiembre de 2010

Cercapared. Cortometraje infantil.

Este cortometraje fué realizado por el Colectivo Audiovisual Cinempleo, y El diablo Fu producciones, y fue seleccionado para la competencia mejor cortometraje nacional del Festival de Cine de Bogotá, 2010. Acostumbro decir que sólo teníamos tres pesos de presupuesto, pero no los podíamos gastar porque eran parte de la utileria :D

Mi cama se enojó conmigo.


Para Nicol Lorena Gaitán Díaz, quien lo inspiró :)
Tracatás! Sonaron todas las tablas de mi cama cuando intenté acostarme en ella.
Estaba celosa porque la noche pasada, por primera vez me quedé a dormir en otra casa, en casa de mi abuela.
Cuando llegué, mi cama no me saludó. Me miró de lado, y me ignoró. No pensamos que fuera de importancia, pero cuando mi papá me acostó, la muy pilla dejó caer todas las tablas al suelo. Sorprendido mi papá, sorprendida yo, quitamos todo, y ordenamos las tablas. Luego pusimos colchón, sábanas y cobijas, y me acosté de nuevo, con mucho cuidado.
Mi cama nos miraba de manera sospechosa. Una vez yo estaba entre las cobijas, mi papá se sentó a mi lado para contarme una historia, pero apenas su trasero tocó la cama, esta malgeniada vuelve y ¡tracatún! ¡Al suelo todas las tablas!
Mi papá y yo reímos hasta pararse el ombligo, de vernos ahí tumbados en graciosas posiciones, pero el vernos reír, enojó más a mi cama conmigo, y ya no se dejó poner más las tablas y tablones.
De manera que esa noche, tuve que dormir en el suelo, colchón en el piso, a un lado de la celosa cama, quien no podía entender cómo era que yo había pasado una noche sin dormir en mi casa.
Esa noche fue algo rara. Soñé con una ciudad de camas al atardecer, e iban por las carreteras presurosas porque llegaban tarde al trabajo. Una cama grande remolcaba a otra que se había quedado sin una pata, y en una esquina, una triste y aburrida cunita vendía almohadas.
Entonces me levanté temprano, y con ayuda de mi papá, nos pusimos muy juiciosos a coser y remendar: Con trapos de muchos colores y suave relleno de espuma, diseñamos una almohadita que tenía dibujada una sonriente luna.
Entré cautelosa y suavemente a mi cuarto, aunque la muy digna cama ni volteó a mirar. Me paré a su lado, escondiendo el regalito en mi espalda, y le pedí disculpas por mi ausencia pasada. Ella me escuchaba sin mirarme a los ojos.
Le expliqué que hace mucho no veía a mi abuela, y visitarla era muy importante para ella y para mí puesto que nos queremos mucho. La cama me miró por primera vez.
Saqué la almohadita de colores que tenía bien escondida, y se la ofrecí con una sonrisa. La cama respondió también sonriendo, y puse el regalo encima de las otras almohadas, donde quedó muy bonito. La cama me dejó sentarme, y aseguró que nunca más iba a celarme, ni enojarse si yo tenía que dormir de nuevo en casa de mi abuela. Yo la abracé y me quedé dormida, y descansé lo que no había descansado durmiendo antes en el piso.
El Diablo Fu

Colores allá arriba.



-No me moleste más- Dijiste, y yo escondí el perro de peluche que te había comprado, y salí corriendo.
Llegué a mi casa, y mi mamá me regañó porque no la saludé. Pero no dije nada. Me encerré en mi cuarto, y con la maleta aún puesta, busqué mi caja de cosas importantes. Estaba al lado de la caja de cosas raras, y sobre la caja de cosas para cambiar con mis amigos.
Saqué una a una, todas las cartas que te había escrito, pero que nunca te envié, y me senté con el peluche que no alcancé ni a enseñarte aún en la mano, a leer todos y cada uno de los papeles de mil colores que llenaban la caja.
La primera, fue del día en que te conocí. El día que llegué nuevo al colegio, y la profesora me sentó a tu lado. Una carta color galletas, donde te contaba que habías sido la única buena noticia del día.
Una a una, fui leyendo las cartas, algunas de color amarillo, como la del día en que nos tocó hacer una exposición a los dos, otras de color gris, como la del día en que pediste cambio de puesto.
132 cartas en total, desde el día que te conocí, todas regadas por mi cuarto, y el perro que decía “te quiero” si le presionabas una patita, sobre ellas.
Ya había caído la noche, habrían pasado unas 7 horas desde que se me vació el estómago con tus palabras. Salté diez veces en la cama, y luego, mi mamá me llamó para comer, y no fui.
Armé 132 avioncitos de papel, de mil colores distintos, y con los ojos borrosos, y la garganta doliéndome, comencé a lanzarlos por la ventana de mi cuarto.
Uno a uno, los avioncitos de papel dieron vueltas cayendo al andén que queda en frente de mi casa, pero luego, antes de tocar el piso, tomaban un nuevo impulso, y remontaban las alturas. Poco a poco, todos los aviones fueron subiendo, tratando de alcanzar la luna menguante que colgaba del cielo. Poco a poco, mil colores se tomaron la clara noche, y revoloteando como pajaritos, ascendieron sin cesar, hasta que, a eso de las once y once, ya no se vieron más, y el cielo quedó vacío y sin colores.
Luego, guardé el peluche por el que no comí dos semanas en los descansos, en la caja de cosas para no olvidar, sin escuchar sus protestas porque quería ir a la caja de cosas para botar.
El Diablo Fu

Francisca tras la roca.


Como a Francisca le gustaba mucho el sol, decidió una noche subir hasta la montaña más alta de su pueblo, y esperar tras una roca a que saliera, para pedirle que le permitiera acariciarlo. No podía dormir, no por el frío, sino por la ansiedad de la espera.
Por fin, comenzó a amanecer, y escondida tras la roca, Francisca vio como la gran esfera dorada salía tras la montaña en la que ella se encontraba, pero estaba tan nerviosa que no se atrevió a salir.
Poco a poco, vio como la sombra de la roca que la ocultaba se corría, y desesperada, pensando que el sol se iría de su alcance, y en un descuido de este, Francisca salió de su escondite, extendió su manita, y acarició la piel del astro. Después, con la respiración agitada y el corazón golpeándole su pecho, corrió a esconderse de nuevo tras la roca. Comenzó a sentir un ardor en su mano, y vio que estaba roja, pues se había quemado. Se asomó cuidadosamente, y vio como el sol, al que le había quedado su manita marcada en la piel, miraba sorprendido a todos lados buscando el origen de la caricia.
Francisca estaba avergonzada, y mientas se apretaba su adolorida mano, dejó caer una lagrimita por sus mejillas, pues no era capaz de salir a decirle al sol que quien había dejado aquella marca en él había sido ella.
El sol estuvo todo el día buscando la mano que lo había acariciado, pero terminó por irse, dando paso a la noche. Francisca bajó de la montaña, y se escondió en una cueva desde donde no podía ver el sol, ni él podría verla a ella. El sol siguió saliendo y ocultándose, y aunque la marca de Francisca nunca se fue, él termino por olvidarla. En cambio, Francisca nunca más salió, pero su manita adolorida no le permitió olvidar nunca que había acariciado al sol.

El Diablo Fu

1 A.M.

Iba pensando tan intensamente en ti, que las personas que estaban a mi alrededor comenzaron a recordarte sin nunca haberte conocido, y un poeta que estaba sentado a mi lado escribió las palabras que pensaba decirte. Al verlo le arrebaté la hoja. Esto es mio, le dije, y me persiguió durante horas rogándome que le dictara el poema. Mas cuando por fin te ví, no fuí capaz de decir nada, y no supiste que la gente te recordó sin conocerte, y que un poeta escribió las palabras que yo pensaba decirte, porque te estaba pensando muy intensamente.

el diablo Fú

Inercia.



Cuando caminaba mucho, su cuerpo se empezaba a hacer muy, muy pesado, y la ley de la inercia hacía efecto en él resistiéndose así a moverse del lugar en el que se encontraba. Esto llegaba a tal punto que su cuerpo se hacía más pesado que toda la tierra y se quedaba totalmente quieto, pero como quería seguir caminando, hacía un esfuerzo tremendo, y comenzaba a girar la tierra con sus pies. Toda la tierra giraba hasta que el lugar al que quería llegar, o mejor, las cosas a las que quería llegar llegaban a él. Nadie nunca se dio cuenta de que todos y todo era movido por sus pies; para los demás, él sólo estaba caminando. Las verdad es que él tampoco se dio cuenta nunca de esto: lo único que él sabía era que llegaba siempre muy, muy cansado al lugar que quería llegar.

El Diablo Fu