jueves, 10 de marzo de 2011

Banano de noche.




¡Ay! ¿Quién se atreve a pelar ese banano,
y lanzando su cáscara al monte,
lo deja del cielo colgando?

Sin ni un bocado haber probado
brillante, flotante, rotante,
amante de las alturas, banano.

Amarillo de blanco,
blanco soñando, lunero banano.
¿Quién te lanza al pecoso cielo
de este lindo pueblo brillando?




(Basado en la metáfora de un niño)

El Diablo Fu

domingo, 6 de marzo de 2011

Yo soy fan del número 3.


Carlitos era aficionado a Dragon Ball. Cristina era fan de RBD. René era hincha de Nacional. Pero a Leo lo que le apasionaba, por lo que vivía, lo que le quitaba el sueño, y lo que más amaba en la vida, era el número 3.

Nadie entendía su pasión. Todos se burlaban de sus camisetas del número 3, o sus cuadernos del número 3, o sus tres manillas de colores. De hecho no se llamaba Leo, sino Leonardo, pero se hacía llamar Leo porque tenía tres letras, y pensaba que la gente debería llamarse como le guste llamarse.

Su mamá se había cansado de discutirle y aceptó servirle sus comidas en forma de 3, y organizar su cuarto en la misma figura. No valía que el celador lo presionara para salir a las doce del colegio, pues él esperaba que fueran las tres de la tarde para irse a su casa, y en la madrugada, su despertador sonaba faltando 3 minutos para las 3, para observar la hora más bonita del día.

Un día, en medio de la clase de democracia, el rector del colegio llamó a la profesora, y se quedaron los estudiantes de quinto grado solos en el salón. Entonces uno de los grandulones tomó el morral oficial del 3 que Leo mismo había fabricado, y se pusieron a jugar con él. Leo trató de recuperarlo, tarea imposible, ya que era el más bajito del salón, y triste se fue a su puesto a pensar que nadie lo comprendía.

Entonces entró la profesora con una niña trigueña de ojos grandes, que lucía un misterioso saco negro en vez del horrible azul del uniforme del colegio, y a quien la profesora presentó como Lola, la nueva estudiante. Leo se quedó maravillado ante la visión de esa niña tan bonita.

Pero aún más tonto quedó cuando la profesora la sentó a su lado. Lo único que pudo hacer fue sonreírle con esa sonrisa tonta que todos ponemos cuando nos enfrentamos por vez primera a la persona que más queremos, sonrisa que mantienen los que quieren por siempre con la intensidad de la primera vez.

Mientras la profesora explicaba la lección del día, Lola miró las manos de leo, observando las tres manillas, y luego vio el cuaderno que tenía sobre el puesto, que estaba lleno de muchos tres por todos lados. Lola sonrió.

Leo lo notó, y le dijo en voz baja:

-Anda, búrlate, todos se burlan porque me gusta el tres.
-No me burlo-contestó ella-a mi me gusta el 4, y siempre se han burlado de mi.

Entonces levantó su saco negro, y le mostró una hermosa camiseta de mil colores, con un gran 4 en la mitad.

Leo se reventó de risa, y la profesora se giró para lanzarle una mirada que leo no alcanzó a esquivar y lo despeinó.

-¿El cuatro? ¡Que ridículo! ¿a quién en sus tres sentidos le puede gustar el 4?-susurró Leo.

El rostro de Lola se entristeció, pero luego se tensó, y Leo hubiera preferido la mirada de la profesora a la que Lola le dirigió en ese momento.

-Primero que todo, no son tres sentidos, son cuatro. Y segundo, el cuatro es un número muy bonito, mucho más bonito que el tres. ¡Y es más grande!

-¿Cómo va a ser más bonito que el tres? ¡Si cuentas hasta tres para empezar cualquier cosa, son tres las guerreras mágicas, y el número tres va antes que el cuatro!

Lola lo miró seriamente.
-¿Y entonces porqué no te gusta el 2? ¡Ese va antes del 3!

-Este… no sé… porque el tres es bonito, yo cuento hasta tres y me siento bien… eso no me pasa con el 2, ¡o con el cuatro! ¿Por qué no te gusta el 5, si es más grande?

-Por lo mismo que a ti te gusta el 3, y yo no fui la que se burló del otro- dijo Lola ofendida, y se dio la vuelta.

Leo se sintió muy mal. Entonces tomó su esfero, y se dibujó en la palma de la mano un cuatro que la llenó. Luego se la enseñó a Lola, quien sonriendo, se dibujó un tres en su propia mano, chocaron las cinco, y de allí en adelante fueron dos en medio tantos ceros.

El Diablo Fu.