martes, 15 de noviembre de 2011

EL SALÓN DE CLASES


Serie de cuentos interactivos. Conoce a los distintos niños de este salón de clases, y a sus maravillosas mascotas en el orden que tú quieras.
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lunes, 17 de octubre de 2011

Carta a una niña sorda.


Como no puedo hablar cada vez que estás cerca, he concluido que tengo problemas en la garganta. Porque cuando te voy a hablar me sale un sonido ronco, como de columpio quejándose, como de puerta adolorida.

Y entonces me recomendaron acercarme a ti con una bolsita que tuviera panela y miel, porque dicen que eso es bueno para la garganta. Yo pensé que serviría también para que mis palabras no sonaran feo, sino dulce, así como suenan tus ojos, así como escucho tu pelo, así como cantan tus dientes cuando los veo brillar.

Pero resulta que no escuchaste nada, no sé si porque no dije nada, o porque necesitabas un traductor de palabras derivadas de la abeja y la caña. Entonces, para descartar cualquier cosa, te escribí una carta con la panela y la miel, con el sonido de tus ojos, tu pelo, y tus dientes.

Y al otro día llegaste con un cuerno que te ponías en tu oído, y en el cuerno ponía yo la panela y la miel, y ahora me escuchas. Estoy mintiendo, ojala fuera yo capaz de mandarte la carta.

Pero creo que si debes ser sorda. Sorda a las palabras que no me salen cuando las quiero decir.

El Diablo Fu

sábado, 3 de septiembre de 2011

Récord mundial de trompo! Las notas de El Diablo Fu

REPORTAJE FANTÁSTICO! Primer capitulo de las notas de El Diablo Fu!


lunes, 8 de agosto de 2011

Supersticiones.


Soy supersticioso. Lo reconozco. No como dicen que son los supersticiosos. No le temo a los gatos negros, que untados de noche, son pedazos de noche en el día; ni temo a romper los espejos, pues un espejo roto en mil pedazos es mil veces tu cara en ellos reflejada.

Pero me pongo mi camiseta favorita en un día de examen, y me gusta ver al sol salir en la mañana, para que sea él quien vigile mi día. ¡Qué digo! Si he llegado a dormirme de cabeza cuando las cosas no andan bien, a ver si al otro día la vida también se dio la vuelta. Pero hay algo que es de más buena suerte que un arco iris en mi tejado, o una mariposa en mi tarea. Y es verte a ti.

Ese día que te vi, llovió y llegué mojado y tarde al colegio, se me perdió el dinero de las onces y la profe me puso mala nota.

Ese día que te vi, olvidé el camino a casa, y cuando llegué, me di cuenta que también había olvidado mi libro de matemáticas en el colegio.

Ese día que te vi, se dañó el televisor, y mis papás me prohibieron salir, y me perdí los dos partidos más importantes del mes: el de Colombia contra Argentina, y el de Los Rompe-vidrios (donde juego yo) contra Los Pecuecas.

Y sin embargo, ¡ay!, sin embargo, te puedo decir que ese día en que te vi sin que esperara verte, fue el mejor día de mi vida. Porque te vi y ya. Porque nada podía ser mejor.

O tal vez lo que es de buena suerte, es despertarse tarde. Porque ese día me desperté tarde, y descubrí que sales de tu casa 15 minutos después que yo.

Ahora, a mis supersticiones le agregué esa, despertarme quince minutos tarde, y funciona de maravilla. Aunque la profesora me sentenció que voy a perder por retardos, cada día es un buen día cuando te veo.

El Diablo Fu


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Supersticiones by El Diablo Fu is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License.

sábado, 30 de julio de 2011

Los sueños frustrados del sol.


-El sol siempre ha soñado con contar las estrellas.

-El sol siempre ha querido conocer la noche, y cuando tiene la oportunidad de verla (en el eclipse), la luna lo tapa y no lo deja ver.

-El sol siempre ha deseado sentarse a ver un atardecer.

-El sol también quiere ver el amanecer, dando un gran salto.

-El sol mira al océano desde arriba, y quisiera darse un baño.

-Cuando el sol ve una playa, le gustaría acostarse allí para broncearse.

-El sol siempre ha querido tener sombra.

El Diablo Fu.


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Los sueños frustrados del sol by Luis Alexander Díaz Molina is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License.

martes, 12 de julio de 2011

El vendedor de huecos.


-Y el pueblo más feliz del país, según la más reciente encuesta que ha hecho nuestro canal, es Valle Volcán- dijo una alegre presentadora en el noticiero de la noche.

Lo más curioso era que la gente no sabía que era feliz hasta que lo vieron por televisión. Y cuando lo vieron, olvidaron que tenían hambre, que sus casas estaban cayéndose, o que había mucha inseguridad.

Sólo un hombre no lo olvidó, porque en ese preciso instante no estaba viendo la tele, sino tratando de vender cosas en la calle para tener algo que comer y un lugar donde dormir esa noche. Se llamaba Claudio, y cuando le contaron que vivía en el pueblo más feliz, no lo creyó.

Sin embargo el alcalde del pueblo quería que el pueblo se mantuviera así, y por eso decidió contratar a don Claudio para que vendiera huecos en un lote que él mismo le asignaría, y donde don Claudio podría vivir.

Desde entonces a don Claudio no le faltó la comida, ni un lugar donde vivir. La gente iba feliz a don Claudio, compraba un hueco a buen precio, y allí guardaba todos los gritos que quería. Luego salían con sonrisas extrañas en sus caras, y los gritos quedaban enterrados al tapar los huecos.

El único que no usaba los huecos era el mismo don Claudio, porque como no creía que ese fuera el pueblo más feliz del país, no quería guardar sus gritos.

Pero algo no dejó dormir a don Claudio en paz. Y es que en la pequeña casita se escuchaban de noche susurros que salían de la tierra, que inquietaban a don Claudio.

De día se le veía muy cansado, y de todo el pueblo sonriente, él era el único que lucía triste. Preocupado, el alcalde habló con él.

-Si usted sigue así, no podremos mantener el título del pueblo más feliz de Colombia. Necesitamos que todos estén felices, nada puede cuestionar nuestra felicidad.

-Señor alcalde, ¿Qué más quisiera yo? Pero es imposible dormir custodiando esos huecos.

-No sé, pero necesito que me solucione ese problema pronto.

Una noche, desesperado de oír todos los susurros de todos los huecos de todos los gritos de todo el pueblo, don Claudio se levantó de su cama, y corrió hacia el cementerio de gritos. Cavó rápidamente un hueco, y se inclinó sobre él, lanzando un grito estremecedor:

-¡El pueblo entero está gritándome al oído!

El lote, lleno de gritos, no aguantó uno más, y un temblor extraño, con un sonido grave, estremeció a todo el pueblo. La casita en la que vivía don Claudio voló en pedazos junto con la tierra, y los gritos se dejaron escuchar en la mitad de la noche hasta al otro lado de la tierra.

La gente salió de sus casas sin sonrisas extrañas, asustados en primer momento por el ruido. Luego, al reconocer los gritos que habían enterrado, y que volaban por las calles del pueblo, lloraron. Y por último, cada quién agarró sus gritos propios, y al ponerlos de nuevo en sus gargantas, sonrisas sinceras aparecieron, sonrisas que también gritaban: no somos el pueblo más feliz, gritamos porque queremos serlo.

El Diablo Fu.

miércoles, 29 de junio de 2011

El hermano de Susana.


-¿Qué te pasa?

-No me pasa nada.

-Estás muy callado.

-No, solo estoy pensando. Mira esa nube que va allá, tiene forma de conejo.

Susana miró la nube. En realidad le parecía un caballo, pero no dijo nada. Miró a su hermano, Andrés, quien observaba la nube. Después de un rato de silencio, Susana decidió hablar de nuevo.

-Hoy te castigaron en el colegio, Torres me contó.

-Mira, ¡hay un tigre tras el conejo!

Susana volvió a mirar las nubes. No era un tigre, era como un enanito. De pronto, el enanito comenzó a crecer, y crecer, y crecer muchísimo. Y cuando estuvo suficientemente grande, saltó sobre el caballo, y galopó hasta el borde del cielo.

Quiso decírselo a Andrés, pero él tenía los ojos llorosos, y Susana no pudo emitir ninguna palabra. Abrazó a su hermano, y aún sin saber porqué estaba tan triste, entendió.

-El tigre se ha tragado al conejo- Dijo Andrés.

A mi hermana.

El Diablo Fu.

miércoles, 22 de junio de 2011

El número diez.


Se llamaba Jorge, y tenía 9 años. ¿Qué quieren que les diga, si así se llamaba, y esa edad tenía?

Y nunca fue muy bueno para el fútbol, aunque no era tan malo como Jimmy, un compañero de su curso que realmente no sabía jugar. Pero tampoco era tan bueno como muchos otros que no hacían más que jugar, y eran muy populares en el colegio y el barrio.

Al comenzar el año, el profesor que era director de grupo les dijo:

-Muchachos, alístense, por favor. Empieza el torneo escolar, y quiero que 502 sea el campeón este año. Formemos un buen equipo, y yo me comprometo a darles cada ocho días una clase libre para que entrenemos.

¿Qué quieren que les diga? Si eso les dijo el profe.

Y les explicó las reglas del torneo: 7 niños por equipo, 5 que jugaban, y 2 de suplentes. Y, aunque Jorge no lo podía creer, lo escogieron para el equipo. De suplente, por supuesto, pero lo escogieron.

Jorge llegó emocionado, si, eso les digo, muy emocionado a su casa, y le dijo a mamá:

-Necesito una camiseta con un número, ¡me escogieron para el torneo!

Y mamá sonrió al ver la alegría de su hijo, aunque no sabía de dónde iban a sacar una camiseta de fútbol, con el poco dinero que ganaba en su trabajo. Entonces le propuso hacer la camiseta, y Jorge emocionado por la idea, aceptó. De esa manera podría escoger el número que quisiera tener.

-Que sea un diez, es el número de los campeones y capitanes, lo vi en la tele.

Y su mamá cogió una camiseta que Jorge ya no usaba, pues tenía unos dibujitos de un programa infantil que ya nadie veía a su edad, e hizo la camiseta más bonita, con el diez más lleno de cariño que nadie hubiera visto. Eso les digo, así era la camiseta. Y Jorge agradeció con un beso a su mamá, pues ahora podría participar en el torneo.

El día del primer partido, Jorge llevaba su camiseta en la maleta cuando llegó a la cancha, y sintió un frío detestable al ver a los demás jugadores, todos con camisetas hermosas, originales, de equipos de todo el mundo. Camisetas de Colombia, Argentina, Brasil, Inglaterra, o del River Plate, del América de Cali, o Nacional, compradas por padres que ganaban mucho más que la mamá de Jorge.

Y esto es lo que les digo, porque así sucedió. Jorge sintió vergüenza, y ya no quería ponerse su camiseta, hecha por su mamá con un diez de color violeta cosido a la espalda. Abrió su maleta, y sin sacarla, la miró, y pensó en su mamá esa noche que no durmió por hacerla, y en su mirada cuando se la entregó y le preguntó: ¿Te gusta?

El profesor le dijo amablemente:

-Jorge, Ibañez no llegó, póngase la camiseta.

Jorge pensó en mentir. En decir que algo había pasado, y que no tenía camiseta. Pero finalmente, en un ataque de orgullo, se la puso, y salió a la cancha, tratando de ignorar las risas de sus compañeros cuando lo veían pasar.

Sintió las orejas muy calientes, como cuando a veces le daba fiebre, y cuando el partido empezó, se movió de un lado a otro, tratando de relajarse.

Tiro de esquina, y Jorge pensó que era la posibilidad de un gol para él, o por lo menos una jugada que le diera algo de nivel en medio de todos esos buenos jugadores con camisetas finas. Entonces escuchó al arquero del equipo contrario, que dijo a alguien:

-¡Marque al de pijama!

Jorge disimuló. Hizo como que se limpiaba el sudor con el antebrazo. Pero las lágrimas ya no lo dejaron ver bien, y desperdició un gol bastante fácil.

¿Qué quieren que les diga? ¿Qué ya no se burlaron más de Jorge? ¿Qué los demás niños aprendieron una lección? ¿Para qué les digo eso, si no fue así?

No, niños, Jorge se sintió tan mal, que abandonó el partido, caminando torpemente entre las lágrimas. Y nunca volvió a jugar.

El profesor, triste y enternecido con la historia de Jorge, logró poner una nueva regla para el campeonato: prohibido llevar camisetas que no fueran hechas en casa. Y así se vio un torneo menos lujoso, aunque lleno de números cosidos o dibujados torpemente por las manos de muchas mamás o papás junto con sus hijos.

Aún así, Jorge no volvió a jugar. Pero sé que guarda con cariño la camiseta que le hizo mamá, a quien nunca le contó nada de lo que le pasó con la camiseta, pues no quería herirla.

Porque en el mundo debería ser más importante lo que se hace con el corazón, que lo que se compra con el dinero. Pero tristemente, muchas veces no es así.

El Diablo Fu.

domingo, 3 de abril de 2011

Las matemáticas de Vic


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Muchas veces me dicen: ¡Ey! ¡Vic, despierta! Pero yo no quiero. Me gusta soñar, y más en clase.
Sueño con un mundo en el que las matemáticas no existan. O por lo menos que los números sean más amigables, ¡que sean impredecibles!

Sueño con la matemática irreal.

Donde a los abrazos les puedas restar lamentos, y den como resultado lágrimas mojadas de sonrisas. Donde los números sean libres, pobrecitos ellos, sujetos a tantas reglas….

-¿Uno más uno, señorita Vic?
-¡Uno más uno igual a 4, señorita!

-¡8 menos 3!
-¡eso es igual a 12!

-¿Si tengo una manzana, y la quiero repartir entre dos personas, qué fracción me queda?
-¡Señorita, si usted reparte una manzana entre dos personas, eso es igual a cero!

Saqué cero de nuevo ese día…
La profesora no entiende que los números quieren ser ellos mismos, y no seguir la monótona vida que ella les impone…
Me voy con mi cero. ¡Mi cero está feliz porque vale mucho más de lo que la profesora cree!

jueves, 10 de marzo de 2011

Banano de noche.




¡Ay! ¿Quién se atreve a pelar ese banano,
y lanzando su cáscara al monte,
lo deja del cielo colgando?

Sin ni un bocado haber probado
brillante, flotante, rotante,
amante de las alturas, banano.

Amarillo de blanco,
blanco soñando, lunero banano.
¿Quién te lanza al pecoso cielo
de este lindo pueblo brillando?




(Basado en la metáfora de un niño)

El Diablo Fu

domingo, 6 de marzo de 2011

Yo soy fan del número 3.


Carlitos era aficionado a Dragon Ball. Cristina era fan de RBD. René era hincha de Nacional. Pero a Leo lo que le apasionaba, por lo que vivía, lo que le quitaba el sueño, y lo que más amaba en la vida, era el número 3.

Nadie entendía su pasión. Todos se burlaban de sus camisetas del número 3, o sus cuadernos del número 3, o sus tres manillas de colores. De hecho no se llamaba Leo, sino Leonardo, pero se hacía llamar Leo porque tenía tres letras, y pensaba que la gente debería llamarse como le guste llamarse.

Su mamá se había cansado de discutirle y aceptó servirle sus comidas en forma de 3, y organizar su cuarto en la misma figura. No valía que el celador lo presionara para salir a las doce del colegio, pues él esperaba que fueran las tres de la tarde para irse a su casa, y en la madrugada, su despertador sonaba faltando 3 minutos para las 3, para observar la hora más bonita del día.

Un día, en medio de la clase de democracia, el rector del colegio llamó a la profesora, y se quedaron los estudiantes de quinto grado solos en el salón. Entonces uno de los grandulones tomó el morral oficial del 3 que Leo mismo había fabricado, y se pusieron a jugar con él. Leo trató de recuperarlo, tarea imposible, ya que era el más bajito del salón, y triste se fue a su puesto a pensar que nadie lo comprendía.

Entonces entró la profesora con una niña trigueña de ojos grandes, que lucía un misterioso saco negro en vez del horrible azul del uniforme del colegio, y a quien la profesora presentó como Lola, la nueva estudiante. Leo se quedó maravillado ante la visión de esa niña tan bonita.

Pero aún más tonto quedó cuando la profesora la sentó a su lado. Lo único que pudo hacer fue sonreírle con esa sonrisa tonta que todos ponemos cuando nos enfrentamos por vez primera a la persona que más queremos, sonrisa que mantienen los que quieren por siempre con la intensidad de la primera vez.

Mientras la profesora explicaba la lección del día, Lola miró las manos de leo, observando las tres manillas, y luego vio el cuaderno que tenía sobre el puesto, que estaba lleno de muchos tres por todos lados. Lola sonrió.

Leo lo notó, y le dijo en voz baja:

-Anda, búrlate, todos se burlan porque me gusta el tres.
-No me burlo-contestó ella-a mi me gusta el 4, y siempre se han burlado de mi.

Entonces levantó su saco negro, y le mostró una hermosa camiseta de mil colores, con un gran 4 en la mitad.

Leo se reventó de risa, y la profesora se giró para lanzarle una mirada que leo no alcanzó a esquivar y lo despeinó.

-¿El cuatro? ¡Que ridículo! ¿a quién en sus tres sentidos le puede gustar el 4?-susurró Leo.

El rostro de Lola se entristeció, pero luego se tensó, y Leo hubiera preferido la mirada de la profesora a la que Lola le dirigió en ese momento.

-Primero que todo, no son tres sentidos, son cuatro. Y segundo, el cuatro es un número muy bonito, mucho más bonito que el tres. ¡Y es más grande!

-¿Cómo va a ser más bonito que el tres? ¡Si cuentas hasta tres para empezar cualquier cosa, son tres las guerreras mágicas, y el número tres va antes que el cuatro!

Lola lo miró seriamente.
-¿Y entonces porqué no te gusta el 2? ¡Ese va antes del 3!

-Este… no sé… porque el tres es bonito, yo cuento hasta tres y me siento bien… eso no me pasa con el 2, ¡o con el cuatro! ¿Por qué no te gusta el 5, si es más grande?

-Por lo mismo que a ti te gusta el 3, y yo no fui la que se burló del otro- dijo Lola ofendida, y se dio la vuelta.

Leo se sintió muy mal. Entonces tomó su esfero, y se dibujó en la palma de la mano un cuatro que la llenó. Luego se la enseñó a Lola, quien sonriendo, se dibujó un tres en su propia mano, chocaron las cinco, y de allí en adelante fueron dos en medio tantos ceros.

El Diablo Fu.

domingo, 27 de febrero de 2011

Nuestra canción.


-¿Cómo te fue en el viaje?- Preguntó Natalia, contenta de volver a ver a Nicolás.

-¡Bien! Conocí el mar, te mandó saludes, y además guardé una ola en este tarro, para ti.

Natalia recibió el tarro, y se dispuso a destaparlo.

-¡No lo hagas! ¡No se puede soltar una ola en medio de la ciudad! Además, no sé que pudo entrar en el tarro con ella, el mar tiene muchas cosas en sí. Me ha dado la impresión de que he escuchado algo más que la ola allí dentro.

Ambos se sentaron en el pasto del parque, y pusieron sus oídos en el tarro.

Escucharon la gran ola rugir, ir y venir dentro del tarro, y arrastrar con ella secretos que conocía de tiempos muy antiguos, de lugares muy lejanos, y de personas muy distintas.

-¡Allí está!-dijo Nicolás, emocionado.

Efectivamente un sonido distinto al de la ola comenzó a escucharse, y Natalia sintió que nunca había escuchado nada tan hermoso. Sus ojos se pusieron brillantes, y Nicolás vio un rayo del sol reflejarse en una lágrima de la niña.

-Cuánto me gustaría conocer el mar-dijo emocionada Natalia-¿qué hermoso misterio encerraste en este tarro sin darte cuenta? ¡Quisiera saberlo, pero no hay forma!

Nicolás se sintió avergonzado. Tomó de la mano a Natalia, y la llevó a una colina que había en el parque. Puso el tarro en el suelo, y sonrió al mirar a las personas sin traje de baño.

-¡Haz los honores!

Natalia sonrió también, y retiró la tapa que contenía a la ola: montones y montones de agua comenzaron a salir del pequeño tarro, agua salada como las alegres lágrimas de Natalia, y con toda esa agua, estrellas de mar, caracoles, arena, y un sonido hermoso…

Un sonido que aumentaba cada vez más, mientras la gente en el parque corría asustada, mientras los niños jugaban y nadaban, mientras el pavimento se convertía en el fondo de un nuevo mar.

Y el hermoso canto se hizo ballena, una gran ballena que, alegre de salir del tarro, se dejó montar de los dos niños, quienes escuchaban atentos su canción de amor, el concierto que ofrecía el cetáceo a su nuevo hogar.


El Diablo Fu.

martes, 22 de febrero de 2011

Vacaciones con mis abuelitos.


-Usted no va a río si no desayuna antes- dijo tajante mi abuelito. Era un viejito bonachón, de ojos pequeños y brillantes que lo hacían lucir pícaro, aunque en ese momento me miraba muy serio.

Pero yo no tenía hambre, y me crucé de brazos enojado.

-Tranquilo, mijo, cómase esto y nos vamos al río, yo me encargo- dijo mi abuelita, una tierna mujer de ojos grandes y puros aunque opacados por los años, y sobre todo de una sonrisa que desbarataba cualquier razón.

Entonces se sentó a mi lado, haciéndose de espaldas a mi abuelo, quién se mecía en su silla mirándome con interés.

Mi abuelita tomó la cuchara, la llenó de cereal con leche, y dijo con un gesto exagerado:

-A ver, por tu papá.

-¡No quiero!- grité, pero ella guiñó un ojo. Dirigió la cuchara hacia mi boca y cuando ya iba a llegar, desvió su camino como si una invisible rueda se hubiera soltado, para acabar comiéndose ella el cereal sin que mi abuelito lo notara.

-¿Si ve que si podía?- me dijo en tono victorioso mi abuelito, después que mi abuela había comido cereal hasta por los vecinos- Ahora si pueden irse al río.

Una vez llegamos al río, me bajé de los hombros de mi abuelita, y la miré a los ojos con cara de inocente y una sonrisa sobreactuada.

-Abuelita, tengo hambre…

Como si fuera una piñata con mil juguetes, una carcajada multicolor estalló en la boca de mi abuelita, y sacó de una bolsa un recipiente con cereal en leche, pan y mermelada.

-Por mi abuelito y mi abuelita, que me hacen reír tanto en vacaciones- dije yo, y me comí el cereal.



El Diablo Fu.