martes, 14 de septiembre de 2010

Cuando Almaguer despierta


El macizo colombiano es una formación de muchas montañas colosales, tan grandes que solo puedes ver el cielo si miras bien hacia arriba, porque al horizonte solo ves las más hermosas montañas que puedas imaginar, y de las cuáles nace agua tan fresca, tan limpia y tan recién nacida, que hasta dan ganas de cantarle canciones de cuna.

En una de estas montañas, queda el pueblo de Almaguer, que tuve la oportunidad de visitar por una grabación que realicé allí. Y no quiero que desconozcan, niños colombianos, lo que sucede allí, para que vean el hermoso país en el que viven.

Cuando sale el sol, la montaña de Almaguer se despierta lentamente, y comienza a desperezarse. Como cuando una persona estira los brazos, esta montaña se estira hacia arriba, sube y sube hasta que llega a las altas nubes, que de pronto están por todo el pueblo, caminando por las calles, golpeando las puertas de las casas para luego salir a correr, persignándose frente a la iglesia, y jugando en la plaza central, nubes juguetonas. Por esto no es raro encontrarse en Almaguer algún ángel que estuviera trepado en alguna nube. Y yo encontré uno, en la mañana en que tenía que grabar la entrada de los estudiantes de uno de los colegios del pueblo. Mientras las nubes correteaban de aquí a allá, ese angelito de tez morena parecía muy ocupado contándolas, y tratando de no perderlas de vista.

-Perdón, ¿Qué hace?-pregunté imprudentemente.

El ángel ni siquiera me miró.

-Cuando la montaña baje, todas las nubes tienen que estar completas, sino, no lloverá como debe llover. No puedo perder ni una. ¡Hey! ¡Allá no!- le gritó a una nubecita, que intentaba entrar a una alcantarilla.

-¿Y usted no juega nunca?- insistí.

-¡Claro que sí! Los domingos son ellas las que me tienen que cuidar, porque comienzo a hacer travesuras, en el día escondo las cosas a la gente, y en la noche me hago pasar por espanto, y los asusto. Al finalizar el día estoy tan cansado, que caigo dormido en cualquier parte, y a la madrugada las nubes salen a buscarme por todo el pueblo, para llevarme a descansar un rato.

En ese momento comenzó a bajar la montaña de nuevo, el ángel llamó a todas las nubes que se formaron en frente de él, y se despidieron de mí mientras yo bajaba con la montaña y ellos se quedaban allá arriba.

Dicen los habitantes de Almaguer que cuando llega alguien que no es del pueblo, llueve, pero se sorprendieron al ver que en mi caso no llovió cuando yo llegué, sino cuando me fui. Creo que fue el ángel que dio la orden a las nubes de que sólo lloviera cuando yo me fuera, como una forma de despedida. A las personas que conocí en Almaguer, les pido que le den mis afectuosos saludos al ángel y a las nubes, y a la montaña que en las mañanas se despereza hasta llegar a ellos.

El Diablo Fu



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