lunes, 8 de noviembre de 2010

Un niño sin afeitar.


Mi papá se burló de mí al descubrir que lo observaba con atención mientras se afeitaba. Se ofreció a explicarme, y se volvió a burlar cuando le dije que yo no tenía barba para afeitar.

-¡Tienes 7 años! ¡Disfrútalo! Ya quisiera yo tener tu edad...

De hecho lo deseaba. Todos se burlaban de él cuando intentaba jugar al trompo o las canicas con mis amigos y yo en la acera, en vez de ordenarme que entrara. Cuando me llevaba al colegio, observaba el edificio con ojos llorosos, y nunca desaprovechaba una ocasión para entrar (nadie podía creer lo contento que estaba el día en que lo citaron porque yo había roto un vidrio de rectoría).

Pero yo quería saber que era ser grande. Estaba harto de todo lo que concernía a mi edad: las tareas, el madrugar al colegio, los exámenes, las citas al médico, el no poder comer cuantos dulces quería...

Por eso en la noche, cuando mi papá ya se había dormido, me fui al baño, tomé su máquina de afeitar y su jabón, y frente al espejo me afeité la inexistente barba de la que mi papá se había burlado. Me lavé y sequé la cara, y me sentí adulto por primera vez en mi vida, lo que me permitió dormir muy bien esa noche.

¿Qué iba a saber yo que al otro día iba a tener semejante barba? Porque amanecí con una selva entera en mi cara, una mata de pelos que se enredaban de manera desesperada, a tal punto que se veían más ordenadas las calles de la cuidad en hora pico.

Me dirigí directamente al baño, y tomé de nuevo la máquina de afeitar. Pero al verme en el espejo, pensé que era precisamente eso lo que quería: ser mayor. Y ahora, con toda esa barba, no cabía duda de que lo era. Entonces fui al comedor, donde mi papá desayunaba.

-¿Nos vamos, papá?

-¡Por favor! Si eres todo un adulto, con esa barba. Tú no necesitas que te lleven al colegio, ve solo.

Fue extraño. ¡Pero tenía razón! Yo podía ir solo al colegio. ¿No me haría ver eso mucho más adulto? De manera que tomé mi lonchera y mi maleta, y salí de mi casa con paso decidido.

Mas por el camino, la gente me miraba y se burlaba, y yo me sentí avergonzado.

-¿De qué se burlan todos?- pregunté confundido, y una señora se acercó, y en medio de sus risas de bruja, me lo explicó.

-¿Cuándo se ha visto a un hombre de semejante barba, cargando una lonchera escolar?

Todos estallaron en risas, y yo tratando de simular y reír con ellos, abandoné mi lonchera en una caneca de basura. ¡Qué lástima, pensé! Era de los Power Rangers, ese programa que tanto veo.

Me apresuré, porque el evento me había causado gran retraso, y siempre he visto que los adultos se preocupan mucho por la puntualidad. Pero al llegar al colegio, el celador me impidió la entrada.

-¿Para dónde cree que va? El colegio es sólo para los niños. Usted valla a la universidad. O trabaje, que con esa barba, ya ni para universidad está.

Me enfurecí, como he visto que los adultos se enfurecen. Pedí que llamaran a la rectora, esa vieja fea con su verruga en la cara. Y vino. Pero me miró de una forma tan extraña, que me sentí muy incómodo.

-Qué pena con usted, señor. No lo puedo dejar entrar, pero... si quiere, le puedo dar mi número, y cuando salga de aquí nos podemos tomar algo en algún bar...

¡Guácala! ¡Esto último lo dijo levantando las cejas de manera insinuante, como yo lo hago cuando le hablo a la hija del vecino que está tan linda! Fue demasiado para mí y mi barba. Salí corriendo espantado, mientras el celador reía y la rectora hacía pataletas con la cara roja.

Me senté en frente de un almacén en el que había un televisor encendido, pues transmitían dibujos animados. Claro que yo no estaba nada animado por como habían transcurrido las cosas. Entonces alguien me tomó violentamente del hombro.

-¡A ver el señor! ¿Muy vago, o qué? ¡Muéstreme sus papeles!

El horrible soldado me llevaba muchos metros de estatura, y me miraba como si tuviera dolor de estómago.

-¿Qué papeles?- pregunté confundido –el block tamaño carta lo necesito para el colegio, pero si no me van a dejar entrar, da igual que se lo lleve.

-¡Muy chistoso el vago este! ¡Para el camión inmediatamente! ¡El servicio a la patria es obligatorio!

-¡Para donde me lleva! Yo vivo allí cerca, déjeme ir y hablo con mi papá...

-Nada de eso, ¿ya con barba y detrás del papá para todo? A usted nos lo llevamos pal monte.

En un camión lleno de jóvenes con tristes caras, nos llevaron hasta un lugar llamado “distrito militar”, donde todos los soldados tenían cara de dolor de estómago, y yo me pregunté si el desayuno que tendría que comer era tan malo, e iba a tener en el futuro la misma cara.

Me dejaron hacer una llamada, y yo llamé a mi papá, quien me dijo que inmediatamente se dirigía hacia allí. Entonces me pusieron a hacer una fila, en la cual afeitaban y rapaban a todos los que llegaban a la punta. Yo tenía muchas ganas de llorar, pero los adultos no lloran, y yo con la barba no podía darme ese lujo. Sin embargo, cuando llegó mi turno, las lágrimas comenzaron a escurrirse a medida que caían los feos pelos de mi barba, y entre menos barba quedaba, más lágrimas salían. El hombre que me afeitó me miró asustado.

-¡Oigan, pero si este es un niño! ¿A quién se le ocurre traer un niño acá? ¡Espero que no le hayan dado de comer, porque la cara que va a tener va a ser horrible!

-¡Claro que es un niño!-gritó furioso mi papá, quien entraba por la puerta empujando militares indigestados, y me alzó en sus brazos para llevarme de nuevo a casa.

En el camino me prometí dejar jugar a mi papá al trompo y las canicas junto con mis amigos, y buscarle excusas para que pudiera entrar más seguido al colegio. Hoy por eso, rompí otro vidrio.



El Diablo Fu

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