martes, 16 de noviembre de 2010

Objeto Volador No Identificado, OVNI.


Si un día ven un punto negro flotando en el cielo, en órbita alrededor de la tierra, no se confundan. No es un satélite, o un OVNI. Tampoco es, como dijo una amiga, una mugre en sus ojos. Es un balón de mi vecino, William, de 9 años.

Todo empezó una tarde en que yo llegaba muy cansado de un largo viaje tan largo y pesado como la torre Eiffel, aunque nunca he visto esa torre, y al llegar a mi casa, lo único que quería hacer era tumbarme en una cama.

Pero William y su hermanita Dayana, de 9 y 8 años, estaban al frente de mi casa, jugando con un balón de microfútbol, y al verme, el niño me abordó inmediatamente con una pregunta que todo el día se había hecho.

-¿Usted puede patear el balón hasta el cielo?

-¡Claro que sí!-contesté yo - No soy muy bueno en el fútbol, pero boto bien lejos los balones.

-¡Ay, mándelo hasta el cielo, queremos ver!-rogó Dayana, entregándome el balón. Debo confesar que me sentí en aprietos, no porque no pudiera hacerlo, sino porque realmente estaba muy cansado.

-Ahorita no puedo, necesito recostarme un momento.

-¡Es mentira! ¡Usted no puede patear el balón hasta el cielo!-me dijo William entre risas.

Algo ofendido, tomé el balón, reuní todas las fuerzas que me quedaban, y pensé en cosas que me dieran mucha rabia, como cuando mis papás se separaron, o cuando quitaron la luz en medio del capítulo final de Dragon Ball GT.

Chuteé el balón de manera impresionante, y para ser sincero, nunca lo había pateado tan fuerte en mi vida. El balón subió y subió, y los tres mirábamos con la boca abierta la ascensión del “esférico”, como dicen los comentaristas deportivos. Pero el muy degenerado balón se enredó en una nube y no bajó.

Durante un rato bien largo, nos quedamos con las caras dirigidas al cielo y las bocas sin cerrar, y después, William y Dayana me miraron como reclamándome.

-¡Me lo tiene que pagar! Mi papá se va a enojar conmigo.

-Yo no tengo plata para pagárselo... nos toca esperar, a ver si baja- dije yo, con una mezcla de de culpa y vergüenza que se dejaba oír en la voz.

Esperamos dos horas, el sol ya había bajado bastante. Las nubes se habían oscurecido y comenzó a caer una triste lluvia de manera monótona e insistente, como intentando hacer fértil el pavimento del barrio, y en un momento cualquiera, el balón cayó al suelo, pues la nube en la que se había enredado ya se había deshecho.

Yo recogí el balón. Cuando paró de llover, William me miró a los ojos, y sonrió de manera graciosa y desafiante.

-Yo lo puedo lanzar más lejos.

Tomó el balón de mis manos, se fue hasta la mojada calle, y estiró la pierna como si fuera de caucho. ¡Nunca había visto algo así! Pateó el balón a una velocidad impresionante, y este volvió a subir. Pero esta vez subió tanto, que, aunque no había nubes, se quedó allá arriba. Porque había salido de la atmósfera, y la gravedad de la tierra ya no lo alcanzaba a hacer bajar. El pequeño puntito que se veía se quedó flotando, desplazándose lentamente.

Lo vimos durante seis días más, y luego desapareció en el horizonte. Hace unos días pasaron por el noticiero que habían visto un OVNI sobrevolando Inglaterra. Yo vi la noticia, y sé que no era un platillo volador, como aseguraba el hombre que lo había fotografiado, pues reconocí el balón de William inmediatamente.

Menos mal que el que lo botó por allá fue William, si no, me hubiera tocado a mí pagar el dichoso balón.



El Diablo Fu.

Para J.K. Rowling, que tantas alegrías me dio en todos estos años de Harry Potter.

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