
Serie de cuentos interactivos. Conoce a los distintos niños de este salón de clases, y a sus maravillosas mascotas en el orden que tú quieras.
Como no puedo hablar cada vez que estás cerca, he concluido que tengo problemas en la garganta. Porque cuando te voy a hablar me sale un sonido ronco, como de columpio quejándose, como de puerta adolorida.
Y entonces me recomendaron acercarme a ti con una bolsita que tuviera panela y miel, porque dicen que eso es bueno para la garganta. Yo pensé que serviría también para que mis palabras no sonaran feo, sino dulce, así como suenan tus ojos, así como escucho tu pelo, así como cantan tus dientes cuando los veo brillar.
Pero resulta que no escuchaste nada, no sé si porque no dije nada, o porque necesitabas un traductor de palabras derivadas de la abeja y la caña. Entonces, para descartar cualquier cosa, te escribí una carta con la panela y la miel, con el sonido de tus ojos, tu pelo, y tus dientes.
Y al otro día llegaste con un cuerno que te ponías en tu oído, y en el cuerno ponía yo la panela y la miel, y ahora me escuchas. Estoy mintiendo, ojala fuera yo capaz de mandarte la carta.
Pero creo que si debes ser sorda. Sorda a las palabras que no me salen cuando las quiero decir.
El Diablo Fu
Soy supersticioso. Lo reconozco. No como dicen que son los supersticiosos. No le temo a los gatos negros, que untados de noche, son pedazos de noche en el día; ni temo a romper los espejos, pues un espejo roto en mil pedazos es mil veces tu cara en ellos reflejada.
Pero me pongo mi camiseta favorita en un día de examen, y me gusta ver al sol salir en la mañana, para que sea él quien vigile mi día. ¡Qué digo! Si he llegado a dormirme de cabeza cuando las cosas no andan bien, a ver si al otro día la vida también se dio la vuelta. Pero hay algo que es de más buena suerte que un arco iris en mi tejado, o una mariposa en mi tarea. Y es verte a ti.Ese día que te vi, se dañó el televisor, y mis papás me prohibieron salir, y me perdí los dos partidos más importantes del mes: el de Colombia contra Argentina, y el de Los Rompe-vidrios (donde juego yo) contra Los Pecuecas.
Y sin embargo, ¡ay!, sin embargo, te puedo decir que ese día en que te vi sin que esperara verte, fue el mejor día de mi vida. Porque te vi y ya. Porque nada podía ser mejor.
O tal vez lo que es de buena suerte, es despertarse tarde. Porque ese día me desperté tarde, y descubrí que sales de tu casa 15 minutos después que yo.
Ahora, a mis supersticiones le agregué esa, despertarme quince minutos tarde, y funciona de maravilla. Aunque la profesora me sentenció que voy a perder por retardos, cada día es un buen día cuando te veo.
El Diablo Fu
Supersticiones by El Diablo Fu is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License.
-El sol siempre ha soñado con contar las estrellas.
-El sol siempre ha querido conocer la noche, y cuando tiene la oportunidad de verla (en el eclipse), la luna lo tapa y no lo deja ver.
-El sol siempre ha deseado sentarse a ver un atardecer.
-El sol también quiere ver el amanecer, dando un gran salto.
-El sol mira al océano desde arriba, y quisiera darse un baño.
-Cuando el sol ve una playa, le gustaría acostarse allí para broncearse.
-El sol siempre ha querido tener sombra.
El Diablo Fu.
Los sueños frustrados del sol by Luis Alexander Díaz Molina is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License.
-Y el pueblo más feliz del país, según la más reciente encuesta que ha hecho nuestro canal, es Valle Volcán- dijo una alegre presentadora en el noticiero de la noche.
Lo más curioso era que la gente no sabía que era feliz hasta que lo vieron por televisión. Y cuando lo vieron, olvidaron que tenían hambre, que sus casas estaban cayéndose, o que había mucha inseguridad.
Sólo un hombre no lo olvidó, porque en ese preciso instante no estaba viendo la tele, sino tratando de vender cosas en la calle para tener algo que comer y un lugar donde dormir esa noche. Se llamaba Claudio, y cuando le contaron que vivía en el pueblo más feliz, no lo creyó.
Sin embargo el alcalde del pueblo quería que el pueblo se mantuviera así, y por eso decidió contratar a don Claudio para que vendiera huecos en un lote que él mismo le asignaría, y donde don Claudio podría vivir.
Desde entonces a don Claudio no le faltó la comida, ni un lugar donde vivir. La gente iba feliz a don Claudio, compraba un hueco a buen precio, y allí guardaba todos los gritos que quería. Luego salían con sonrisas extrañas en sus caras, y los gritos quedaban enterrados al tapar los huecos.
El único que no usaba los huecos era el mismo don Claudio, porque como no creía que ese fuera el pueblo más feliz del país, no quería guardar sus gritos.
Pero algo no dejó dormir a don Claudio en paz. Y es que en la pequeña casita se escuchaban de noche susurros que salían de la tierra, que inquietaban a don Claudio.
De día se le veía muy cansado, y de todo el pueblo sonriente, él era el único que lucía triste. Preocupado, el alcalde habló con él.
-Si usted sigue así, no podremos mantener el título del pueblo más feliz de Colombia. Necesitamos que todos estén felices, nada puede cuestionar nuestra felicidad.
-Señor alcalde, ¿Qué más quisiera yo? Pero es imposible dormir custodiando esos huecos.
-No sé, pero necesito que me solucione ese problema pronto.
Una noche, desesperado de oír todos los susurros de todos los huecos de todos los gritos de todo el pueblo, don Claudio se levantó de su cama, y corrió hacia el cementerio de gritos. Cavó rápidamente un hueco, y se inclinó sobre él, lanzando un grito estremecedor:
-¡El pueblo entero está gritándome al oído!
El lote, lleno de gritos, no aguantó uno más, y un temblor extraño, con un sonido grave, estremeció a todo el pueblo. La casita en la que vivía don Claudio voló en pedazos junto con la tierra, y los gritos se dejaron escuchar en la mitad de la noche hasta al otro lado de la tierra.
La gente salió de sus casas sin sonrisas extrañas, asustados en primer momento por el ruido. Luego, al reconocer los gritos que habían enterrado, y que volaban por las calles del pueblo, lloraron. Y por último, cada quién agarró sus gritos propios, y al ponerlos de nuevo en sus gargantas, sonrisas sinceras aparecieron, sonrisas que también gritaban: no somos el pueblo más feliz, gritamos porque queremos serlo.
El Diablo Fu.
-¿Qué te pasa?
-No me pasa nada.
-Estás muy callado.
-No, solo estoy pensando. Mira esa nube que va allá, tiene forma de conejo.
Susana miró la nube. En realidad le parecía un caballo, pero no dijo nada. Miró a su hermano, Andrés, quien observaba la nube. Después de un rato de silencio, Susana decidió hablar de nuevo.
-Hoy te castigaron en el colegio, Torres me contó.
-Mira, ¡hay un tigre tras el conejo!
Susana volvió a mirar las nubes. No era un tigre, era como un enanito. De pronto, el enanito comenzó a crecer, y crecer, y crecer muchísimo. Y cuando estuvo suficientemente grande, saltó sobre el caballo, y galopó hasta el borde del cielo.
Quiso decírselo a Andrés, pero él tenía los ojos llorosos, y Susana no pudo emitir ninguna palabra. Abrazó a su hermano, y aún sin saber porqué estaba tan triste, entendió.
-El tigre se ha tragado al conejo- Dijo Andrés.
A mi hermana.
El Diablo Fu.
Se llamaba Jorge, y tenía 9 años. ¿Qué quieren que les diga, si así se llamaba, y esa edad tenía?
Y nunca fue muy bueno para el fútbol, aunque no era tan malo como Jimmy, un compañero de su curso que realmente no sabía jugar. Pero tampoco era tan bueno como muchos otros que no hacían más que jugar, y eran muy populares en el colegio y el barrio.
Al comenzar el año, el profesor que era director de grupo les dijo:
-Muchachos, alístense, por favor. Empieza el torneo escolar, y quiero que 502 sea el campeón este año. Formemos un buen equipo, y yo me comprometo a darles cada ocho días una clase libre para que entrenemos.
¿Qué quieren que les diga? Si eso les dijo el profe.
Y les explicó las reglas del torneo: 7 niños por equipo, 5 que jugaban, y 2 de suplentes. Y, aunque Jorge no lo podía creer, lo escogieron para el equipo. De suplente, por supuesto, pero lo escogieron.
Jorge llegó emocionado, si, eso les digo, muy emocionado a su casa, y le dijo a mamá:
-Necesito una camiseta con un número, ¡me escogieron para el torneo!
Y mamá sonrió al ver la alegría de su hijo, aunque no sabía de dónde iban a sacar una camiseta de fútbol, con el poco dinero que ganaba en su trabajo. Entonces le propuso hacer la camiseta, y Jorge emocionado por la idea, aceptó. De esa manera podría escoger el número que quisiera tener.
-Que sea un diez, es el número de los campeones y capitanes, lo vi en la tele.
Y su mamá cogió una camiseta que Jorge ya no usaba, pues tenía unos dibujitos de un programa infantil que ya nadie veía a su edad, e hizo la camiseta más bonita, con el diez más lleno de cariño que nadie hubiera visto. Eso les digo, así era la camiseta. Y Jorge agradeció con un beso a su mamá, pues ahora podría participar en el torneo.
El día del primer partido, Jorge llevaba su camiseta en la maleta cuando llegó a la cancha, y sintió un frío detestable al ver a los demás jugadores, todos con camisetas hermosas, originales, de equipos de todo el mundo. Camisetas de Colombia, Argentina, Brasil, Inglaterra, o del River Plate, del América de Cali, o Nacional, compradas por padres que ganaban mucho más que la mamá de Jorge.
Y esto es lo que les digo, porque así sucedió. Jorge sintió vergüenza, y ya no quería ponerse su camiseta, hecha por su mamá con un diez de color violeta cosido a la espalda. Abrió su maleta, y sin sacarla, la miró, y pensó en su mamá esa noche que no durmió por hacerla, y en su mirada cuando se la entregó y le preguntó: ¿Te gusta?
El profesor le dijo amablemente:
-Jorge, Ibañez no llegó, póngase la camiseta.
Jorge pensó en mentir. En decir que algo había pasado, y que no tenía camiseta. Pero finalmente, en un ataque de orgullo, se la puso, y salió a la cancha, tratando de ignorar las risas de sus compañeros cuando lo veían pasar.
Sintió las orejas muy calientes, como cuando a veces le daba fiebre, y cuando el partido empezó, se movió de un lado a otro, tratando de relajarse.
Tiro de esquina, y Jorge pensó que era la posibilidad de un gol para él, o por lo menos una jugada que le diera algo de nivel en medio de todos esos buenos jugadores con camisetas finas. Entonces escuchó al arquero del equipo contrario, que dijo a alguien:
-¡Marque al de pijama!
Jorge disimuló. Hizo como que se limpiaba el sudor con el antebrazo. Pero las lágrimas ya no lo dejaron ver bien, y desperdició un gol bastante fácil.
¿Qué quieren que les diga? ¿Qué ya no se burlaron más de Jorge? ¿Qué los demás niños aprendieron una lección? ¿Para qué les digo eso, si no fue así?
No, niños, Jorge se sintió tan mal, que abandonó el partido, caminando torpemente entre las lágrimas. Y nunca volvió a jugar.
El profesor, triste y enternecido con la historia de Jorge, logró poner una nueva regla para el campeonato: prohibido llevar camisetas que no fueran hechas en casa. Y así se vio un torneo menos lujoso, aunque lleno de números cosidos o dibujados torpemente por las manos de muchas mamás o papás junto con sus hijos.
Aún así, Jorge no volvió a jugar. Pero sé que guarda con cariño la camiseta que le hizo mamá, a quien nunca le contó nada de lo que le pasó con la camiseta, pues no quería herirla.
Porque en el mundo debería ser más importante lo que se hace con el corazón, que lo que se compra con el dinero. Pero tristemente, muchas veces no es así.
El Diablo Fu.