martes, 22 de febrero de 2011

Vacaciones con mis abuelitos.


-Usted no va a río si no desayuna antes- dijo tajante mi abuelito. Era un viejito bonachón, de ojos pequeños y brillantes que lo hacían lucir pícaro, aunque en ese momento me miraba muy serio.

Pero yo no tenía hambre, y me crucé de brazos enojado.

-Tranquilo, mijo, cómase esto y nos vamos al río, yo me encargo- dijo mi abuelita, una tierna mujer de ojos grandes y puros aunque opacados por los años, y sobre todo de una sonrisa que desbarataba cualquier razón.

Entonces se sentó a mi lado, haciéndose de espaldas a mi abuelo, quién se mecía en su silla mirándome con interés.

Mi abuelita tomó la cuchara, la llenó de cereal con leche, y dijo con un gesto exagerado:

-A ver, por tu papá.

-¡No quiero!- grité, pero ella guiñó un ojo. Dirigió la cuchara hacia mi boca y cuando ya iba a llegar, desvió su camino como si una invisible rueda se hubiera soltado, para acabar comiéndose ella el cereal sin que mi abuelito lo notara.

-¿Si ve que si podía?- me dijo en tono victorioso mi abuelito, después que mi abuela había comido cereal hasta por los vecinos- Ahora si pueden irse al río.

Una vez llegamos al río, me bajé de los hombros de mi abuelita, y la miré a los ojos con cara de inocente y una sonrisa sobreactuada.

-Abuelita, tengo hambre…

Como si fuera una piñata con mil juguetes, una carcajada multicolor estalló en la boca de mi abuelita, y sacó de una bolsa un recipiente con cereal en leche, pan y mermelada.

-Por mi abuelito y mi abuelita, que me hacen reír tanto en vacaciones- dije yo, y me comí el cereal.



El Diablo Fu.

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