viernes, 10 de diciembre de 2010

Amores de Halloween.



Ella se acerca casi corriendo, se sienta en la silla (que se ve más vacía conmigo que sin mí de lo solo que estoy), y me abraza fuertemente.

¡Imagínense! Paso de estarla mirando todos los días como tonto, de hacerle favores aunque se equivoque siempre con mi nombre, y de saludarla sin que me conteste, a que en la fiesta de Halloween del colegio se aferre a mí, y sin equivocarse esta vez me diga:

¡Jorge, estoy asustada, los de sexto me asustan con sus máscaras feas!

Entonces yo me armo de valor, todo el valor que nunca tuve, y pongo un brazo mío por encima de su hombro. La abrazo, y le digo:

Tranquila, yo la cuido.

Ella parece tranquilizarse, y recuesta su cabeza sobre mi pecho. Yo pienso que ojalá no vengan los de sexto, porque ya es demasiado para mi valentía todo lo que está sucediendo, y controlar el temblor de mis piernas no es nada fácil. Si paso victorioso esta, probablemente tenga oportunidad mañana, cuando ya no sea halloween, aunque no haya disfraces que la asusten.

Pero ella se agita de pronto, y levanta la cabeza. Asustada me dice: ¡Ahí vienen! Y yo más asustado que ella, pero controlándome con fuerzas que no sabía que tenía, evito salir corriendo. Los de sexto llegan hasta nosotros, se quitan las máscaras, y se ríen de mí:

¿Qué hace con ese mión? Venga con nosotros, y le gastamos un helado en la tienda escolar.

No, él me va a gastar ahorita algo, dice ella con seguridad, y yo, sin un peso en el bolsillo, afirmo con la cabeza, pero guardando las palabras para que no me delaten los nervios.

Entonces la asustamos, dicen ellos, y se ponen de nuevo las máscaras. Ella se cubre la cara, y yo la abrazo fuertemente, pero no para confortarla, sino para sentir que me agarro de algo, porque siento que me caigo al vacío. Entonces ellos gritan como si fueran demonios, y ella salta sentada. Un líquido baja por mi pierna, y lamentablemente no es sudor, quiero morirme. ¿Sentiría ella la traición de mis nervios?

Los de sexto salen corriendo, ella me abraza del cuello, y yo me siento en la gloria, orinado y todo, pero victorioso porque no se dio cuenta de nada, o no le importa.

Nos levantamos y caminamos, y cuando miro atrás, no veo un charquito de pipí, sino dos, mientras ella evita mirarme.

Le digo, vamos le gasto algo. No sé qué me voy a inventar, pero le voy a comprar lo más caro que tengan en la tienda. Por primera vez me alegro de que mi mamá trabaje en la tienda escolar.


El Diablo Fu

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