miércoles, 22 de junio de 2011

El número diez.


Se llamaba Jorge, y tenía 9 años. ¿Qué quieren que les diga, si así se llamaba, y esa edad tenía?

Y nunca fue muy bueno para el fútbol, aunque no era tan malo como Jimmy, un compañero de su curso que realmente no sabía jugar. Pero tampoco era tan bueno como muchos otros que no hacían más que jugar, y eran muy populares en el colegio y el barrio.

Al comenzar el año, el profesor que era director de grupo les dijo:

-Muchachos, alístense, por favor. Empieza el torneo escolar, y quiero que 502 sea el campeón este año. Formemos un buen equipo, y yo me comprometo a darles cada ocho días una clase libre para que entrenemos.

¿Qué quieren que les diga? Si eso les dijo el profe.

Y les explicó las reglas del torneo: 7 niños por equipo, 5 que jugaban, y 2 de suplentes. Y, aunque Jorge no lo podía creer, lo escogieron para el equipo. De suplente, por supuesto, pero lo escogieron.

Jorge llegó emocionado, si, eso les digo, muy emocionado a su casa, y le dijo a mamá:

-Necesito una camiseta con un número, ¡me escogieron para el torneo!

Y mamá sonrió al ver la alegría de su hijo, aunque no sabía de dónde iban a sacar una camiseta de fútbol, con el poco dinero que ganaba en su trabajo. Entonces le propuso hacer la camiseta, y Jorge emocionado por la idea, aceptó. De esa manera podría escoger el número que quisiera tener.

-Que sea un diez, es el número de los campeones y capitanes, lo vi en la tele.

Y su mamá cogió una camiseta que Jorge ya no usaba, pues tenía unos dibujitos de un programa infantil que ya nadie veía a su edad, e hizo la camiseta más bonita, con el diez más lleno de cariño que nadie hubiera visto. Eso les digo, así era la camiseta. Y Jorge agradeció con un beso a su mamá, pues ahora podría participar en el torneo.

El día del primer partido, Jorge llevaba su camiseta en la maleta cuando llegó a la cancha, y sintió un frío detestable al ver a los demás jugadores, todos con camisetas hermosas, originales, de equipos de todo el mundo. Camisetas de Colombia, Argentina, Brasil, Inglaterra, o del River Plate, del América de Cali, o Nacional, compradas por padres que ganaban mucho más que la mamá de Jorge.

Y esto es lo que les digo, porque así sucedió. Jorge sintió vergüenza, y ya no quería ponerse su camiseta, hecha por su mamá con un diez de color violeta cosido a la espalda. Abrió su maleta, y sin sacarla, la miró, y pensó en su mamá esa noche que no durmió por hacerla, y en su mirada cuando se la entregó y le preguntó: ¿Te gusta?

El profesor le dijo amablemente:

-Jorge, Ibañez no llegó, póngase la camiseta.

Jorge pensó en mentir. En decir que algo había pasado, y que no tenía camiseta. Pero finalmente, en un ataque de orgullo, se la puso, y salió a la cancha, tratando de ignorar las risas de sus compañeros cuando lo veían pasar.

Sintió las orejas muy calientes, como cuando a veces le daba fiebre, y cuando el partido empezó, se movió de un lado a otro, tratando de relajarse.

Tiro de esquina, y Jorge pensó que era la posibilidad de un gol para él, o por lo menos una jugada que le diera algo de nivel en medio de todos esos buenos jugadores con camisetas finas. Entonces escuchó al arquero del equipo contrario, que dijo a alguien:

-¡Marque al de pijama!

Jorge disimuló. Hizo como que se limpiaba el sudor con el antebrazo. Pero las lágrimas ya no lo dejaron ver bien, y desperdició un gol bastante fácil.

¿Qué quieren que les diga? ¿Qué ya no se burlaron más de Jorge? ¿Qué los demás niños aprendieron una lección? ¿Para qué les digo eso, si no fue así?

No, niños, Jorge se sintió tan mal, que abandonó el partido, caminando torpemente entre las lágrimas. Y nunca volvió a jugar.

El profesor, triste y enternecido con la historia de Jorge, logró poner una nueva regla para el campeonato: prohibido llevar camisetas que no fueran hechas en casa. Y así se vio un torneo menos lujoso, aunque lleno de números cosidos o dibujados torpemente por las manos de muchas mamás o papás junto con sus hijos.

Aún así, Jorge no volvió a jugar. Pero sé que guarda con cariño la camiseta que le hizo mamá, a quien nunca le contó nada de lo que le pasó con la camiseta, pues no quería herirla.

Porque en el mundo debería ser más importante lo que se hace con el corazón, que lo que se compra con el dinero. Pero tristemente, muchas veces no es así.

El Diablo Fu.

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