sábado, 2 de marzo de 2013

Sobre dragones y sus gustos.

No podría asegurarlo, pero el otro día me pareció ver un enorme dragón, que recorría las montañas de la cordillera que se ve desde mi casa. No es sorprendente, yo siempre he creído que los dragones existen. Si no fuera así, ¿por qué en todo el mundo se habla de ellos?

En Oriente, por ejemplo, hay dragones que se esconden tras el gran monte Fuji, o que toman un baño en las costas de Japón. Son dragones que adoran comer bolas de arroz, y de vez en cuando se toman un saque para alegrar las noches. Muchos de los temblores y terremotos que suceden en Japón son atribuidos a dragones que no encontraron sake en su tienda favorita.

En Europa los dragones son distintos. Nunca los han querido mucho, y por eso se esconden mejor. Son ellos los que crearon la fama del dragón que vomita fuego, y es porque ellos sí lo hacen. Lo que pasa es que ellos viven en los volcanes para que no los cacen, y respiran azufre. Su sulfurado aliento combinado con sus babas de gasolina, y las chispas al rechinar sus dientes, hacen que escupan grandes bolas de llamas, muy útil para comer malvaviscos un poquito pasados por  el fuego.

En este lado del mundo, el continente que antes llamaban Abya Yalá, y que ahora llaman América, hay grandes dragones primos de los dragones orientales. Algunos son dragones de agua, y pacen en los ríos y lagunas si son de dulce, o en las costas y el océano, si son de mar.

Como los dragones de los manglares, que son pequeños y hábiles para nadar entre las raíces de esos árboles para atrapar peces y conchas, que les encanta comer. También hay dragones de aire, que descansan en el cielo, y cuando hay partido de Colombia, acomodan nubes alrededor del estadio para hacer barra.

Y creo que fue uno de estos dragones el que yo vi, porque llevaba una camiseta de Colombia puesta, y ese día ganamos el partido.

El Diablo Fu.

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