miércoles, 1 de mayo de 2013

El inventor de constelaciones (Carta a Marina la Mandarina)


Si hubiera podido elegir entre todos los oficios antiguos, escoger mi destino, decidir los arcanos,
diseñar el mapa de los cielos hubiera sido mi elección: ser Inventor de Constelaciones. 

Mirar al cielo, como lo hago todas las noches, y unir estrellas con estrellas, extender cables imaginarios entre cada bombillo del oscuro cielo, ponerle nombre a las formas que imagino cuando observo el techo nocturno.

Yo le envié una carta a la NASA y a la Unión Astronómica Internacional, contándoles mis nuevos descubrimientos en el tema de estrellas y sus diferentes formas de hacer amigas, esperando ver las 274 figuras que había descubierto en el cielo, diferentes a las que aparecen ya, en mi libro de astronomía.

Entre ellas pude descubrir, por ejemplo, la constelación del Cinturón de Orinón, que tiene la forma del cinturón con el que mi mamá me pega cuando me orino en la cama, y que es una línea curva, que le pega a un trasero estelar y brillante.

Descubrí la constelación del Carambolas Fútbol Club, el glorioso equipo de mi ciudad y el mejor del mundo según yo. ¡Claro!, dije yo en mi emoción de astrónomo futbolero ese día: ¡Mi equipo no podría menos que estar en el cielo! Hasta que un rato después descubrí el escudo del enemigo del Carambolas, el Deportivo Chichones. 

¿Cómo podía estar semejante equipo tan malo allí arriba? Aprendí que en el cielo, como en la tierra, hay espacio para todos, y se ven hasta bien los dos escudos contiguos. Después de todo no será tan malo el Deportivo, porque nos ganaron el último partido, y sí que jugaron bien...

Pero la constelación más bonita que he descubierto, es la primera que veo cada noche al mirar un cielo despejado. Y es una flecha que apunta directamente al lugar en que nos conocimos tú y yo, Marinita. Por eso se llama la Brújula de Marina la Mandarina, una constante huella en la faz celeste que me recuerda que mañana te veré en el colegio.

No respondieron la carta nunca, y no me duele que no aparezcan en los libros las 273 constelaciones restantes. Pero... Marina la Mandarina, tu constelación es la más bonita, y ellos se la pierden. Porque si la siguieran, seguro encontrarían como yo, una niña preciosa para estar enamorados.

jueves, 7 de marzo de 2013

¡Uy, cómo fuera!

Si la tierra fuera el cielo, y el cielo fuera la tierra, ¡Uy! ¡Cómo fuera!

Yo por mi parte, dormiría hasta tarde, y soñaría medio despierto, después me sentaría en el viento a mirar el mar.

No detendría ningún sueño, más bien caminaría hacia la plaza, descalzo, muy despacito, arrastrando con una cuerda muy larga el sol.

Y cuando llegara a la mitad, saldría corriendo,
apresuro la marcha, no me detengo hasta haberme escondido con el sol entre mis manos, y luego me río con la gente, y grito: ¡No ha habido instante más feliz que el presente, pero lo habrá, lo habrá!

Fabricaría juguetes que puedan volar, y correr, y nadar en el agua; inventaría un nuevo dulce, me seguiría la corriente y escribiría trabalenguas en las paredes de mi cuarto.

Y le celebro el día de la madre a mi mami aunque no sea el día, y le doy besos, y una serenata ovni; luego la pongo a hacer el mapa de Latinoamérica, a ver si es que sabe. Y le prohíbo a mi papá ver el noticiero por no haberme acompañado al colegio. Pero lo perdono.

Le pongo una tarea a la profe para que sepa lo que es bueno, pero la invito a jugar con nosotros en el descanso. Y doy una clase, eso es definitivo: voy a dictar una clase sobre cómo ser bueno en matemáticas sin saberse las tablas.

Y luego me siento a descansar. Y a tomar onces bajo un árbol, y a mirar la tierra que es cielo, y el cielo que es tierra.




sábado, 2 de marzo de 2013

Sobre dragones y sus gustos.

No podría asegurarlo, pero el otro día me pareció ver un enorme dragón, que recorría las montañas de la cordillera que se ve desde mi casa. No es sorprendente, yo siempre he creído que los dragones existen. Si no fuera así, ¿por qué en todo el mundo se habla de ellos?

En Oriente, por ejemplo, hay dragones que se esconden tras el gran monte Fuji, o que toman un baño en las costas de Japón. Son dragones que adoran comer bolas de arroz, y de vez en cuando se toman un saque para alegrar las noches. Muchos de los temblores y terremotos que suceden en Japón son atribuidos a dragones que no encontraron sake en su tienda favorita.

En Europa los dragones son distintos. Nunca los han querido mucho, y por eso se esconden mejor. Son ellos los que crearon la fama del dragón que vomita fuego, y es porque ellos sí lo hacen. Lo que pasa es que ellos viven en los volcanes para que no los cacen, y respiran azufre. Su sulfurado aliento combinado con sus babas de gasolina, y las chispas al rechinar sus dientes, hacen que escupan grandes bolas de llamas, muy útil para comer malvaviscos un poquito pasados por  el fuego.

En este lado del mundo, el continente que antes llamaban Abya Yalá, y que ahora llaman América, hay grandes dragones primos de los dragones orientales. Algunos son dragones de agua, y pacen en los ríos y lagunas si son de dulce, o en las costas y el océano, si son de mar.

Como los dragones de los manglares, que son pequeños y hábiles para nadar entre las raíces de esos árboles para atrapar peces y conchas, que les encanta comer. También hay dragones de aire, que descansan en el cielo, y cuando hay partido de Colombia, acomodan nubes alrededor del estadio para hacer barra.

Y creo que fue uno de estos dragones el que yo vi, porque llevaba una camiseta de Colombia puesta, y ese día ganamos el partido.

El Diablo Fu.

martes, 29 de enero de 2013

¿Qué es la Chunchonfleja?

“...Y Enseñar implica necesariamente aprender... El educador necesita del educando, así como el educando necesita del educador” Paulo Freire

La profesora tenía que enseñarle  a Juanito sobre la Chunchonfleja, la planta del colegio que era digna de aparecer al lado del escudo y la bandera.  Pero la profesora no sabía nada de la Chunchonfleja, pues acababa de entrar a trabajar al colegio, mientras que Juanito ya estaba allí el año pasado. No podía permitirse que un alumno de la mitad de su estatura supiera más que ella.

De manera que se plantó frente a la planta cada tarde después de clases, con un libro bajo el brazo que creía saber todo sobre la planta, y la estudió sin parpadear, quieta como un árbol sin hojas.  Hay que aprender para enseñar, se dijo.

Cuando se sintió preparada ya, llevó a Juanito hasta la matica, que era más alta que él, y le pidió que la observara. Al percatar que no podía verla sino desde abajo, la describió recitando en voz alta el libro, y verificando con su mirada que lo que decía era verdad: una planta de corta estatura, cuyo tallo se divide en varios cientos de ramas, con varios miles de hojas verdes cada una.

Cuando acabó de repetir el aburrido discurso del libro (que no cité textualmente aquí, de lo aburrido y largo que era), Juanito la interpeló como a una naranja:

-Profesora, las hojas de la Chunchonfleja son rojas, no verdes....

La profesora abrió sus ojos como si se fuera a tragar a Juanito (sí, por los ojos), y se estremeció con e de escalofrío. El alumno se había atrevido a corregirla, a ella que había estudiado todo para enseñarle, él que apenas podía ver la planta desde abajo...

-¡Juanito!

-A ver, ¿Me puedo montar sobre usted un momento, para verla desde arriba? ¡Qué bonita está la planta!

La profesora se sintió sonrojar, no que le diera vergüenza de cargar a Juanito, sino que sentía que Juanito aprendía más rápido que ella. Pero se puso a la altura del educando que la rodeó y se trepó en su espalda,  y antes de ella levantarse, miró hacia arriba y vio el reverso rojo de las hojas, para luego escuchar encima suyo a Juanito:

-Profe, yo no me llamo Juanito, soy Adrian. ¿Usted cómo se llama?