Si hubiera podido elegir entre todos los oficios antiguos, escoger mi destino, decidir los arcanos,
diseñar el mapa de los cielos hubiera sido mi elección: ser Inventor de Constelaciones.
Mirar al cielo, como lo hago todas las noches, y unir estrellas con estrellas, extender cables imaginarios entre cada bombillo del oscuro cielo, ponerle nombre a las formas que imagino cuando observo el techo nocturno.
Yo le envié una carta a la NASA y a la Unión Astronómica Internacional, contándoles mis nuevos descubrimientos en el tema de estrellas y sus diferentes formas de hacer amigas, esperando ver las 274 figuras que había descubierto en el cielo, diferentes a las que aparecen ya, en mi libro de astronomía.
Entre ellas pude descubrir, por ejemplo, la constelación del Cinturón de Orinón, que tiene la forma del cinturón con el que mi mamá me pega cuando me orino en la cama, y que es una línea curva, que le pega a un trasero estelar y brillante.
Descubrí la constelación del Carambolas Fútbol Club, el glorioso equipo de mi ciudad y el mejor del mundo según yo. ¡Claro!, dije yo en mi emoción de astrónomo futbolero ese día: ¡Mi equipo no podría menos que estar en el cielo! Hasta que un rato después descubrí el escudo del enemigo del Carambolas, el Deportivo Chichones.
¿Cómo podía estar semejante equipo tan malo allí arriba? Aprendí que en el cielo, como en la tierra, hay espacio para todos, y se ven hasta bien los dos escudos contiguos. Después de todo no será tan malo el Deportivo, porque nos ganaron el último partido, y sí que jugaron bien...
¿Cómo podía estar semejante equipo tan malo allí arriba? Aprendí que en el cielo, como en la tierra, hay espacio para todos, y se ven hasta bien los dos escudos contiguos. Después de todo no será tan malo el Deportivo, porque nos ganaron el último partido, y sí que jugaron bien...
Pero la constelación más bonita que he descubierto, es la primera que veo cada noche al mirar un cielo despejado. Y es una flecha que apunta directamente al lugar en que nos conocimos tú y yo, Marinita. Por eso se llama la Brújula de Marina la Mandarina, una constante huella en la faz celeste que me recuerda que mañana te veré en el colegio.
No respondieron la carta nunca, y no me duele que no aparezcan en los libros las 273 constelaciones restantes. Pero... Marina la Mandarina, tu constelación es la más bonita, y ellos se la pierden. Porque si la siguieran, seguro encontrarían como yo, una niña preciosa para estar enamorados.