En San Juan del Guayabo, un pueblo a dos horas en lancha de Tumaco, no había luz. Sus callecitas de barro estaban enmarcadas por casas de madera que parecían flotar en el aire, aunque solo estaban paradas de puntitas sobre unos piececitos de madera para no mojarse cuando el río crecía, y para que no entraran animales sin permiso del dueño.
En este pueblo vivía el niño Fausto y su abuelita, La abuelita de Fausto ya no veía nada de noche, y Fausto pensó que con un bombillo, acaso tan grande como la luna, ella podría tejer de nuevo en la noche sus canastos.
Por eso Fausto tomó una red de las que usaba para pescar en el día, y ¡zas! la lanzó fuerte hacia el cielo, pescando así a la Luna, que flotaba como un globo, y trataba de volver al cielo.
-¡Abuelita! Traje la luna, ella nos va a dar la luz que necesitamos en la casa- Dijo Fausto al llegar a casa.
La abuela lo miró enternecida.
-Mire ustéd tan lindo, Fausto. Pero está muy mal que traiga la Luna a la casa.
Fausto no entendía por qué la abuelita no se alegraba de tener la luna para tejer canastas. Entonces ella le pidió que lo acompañara al centro del pueblo, dejando la Luna un momento allí.
-¿Qué tú ves?- Preguntó la abuelita.
-No veo nada, abuelita, la noche está muy oscura.
Algunos vencinos habían encendido fuego, pero aparte de eso no se podía distinguir ni siquiera las formas de las cosas.
-¿Cómo van a ver estas personas por dónde caminan si nosotros tenemos la luna en la casa? Venga conmigo.
Fueron hasta el borde del monte que quedaba al lado del pueblo. Un perro se escuchaba ladrar, pero no se veía dónde estaba.
-¿Cómo van a ver los animales los peligros de la noche si nosotros tenemos la luna en la casa? Vamos para allá.
Caminaro hasta donde estaba el río por el que se iba hacia el pueblo, y desde allí se veía el resplandor de las luces que lo iluinaban.
-Ellos si pueden ver, ¿cierto abuelita?
-No todos, hijo, hay gente que está en la calle a esta hora. ¿Cómo van a ver en una calle oscura, si no tienen la luna? Y sobre todo, mijo, póngame atención. Por muchas luces que tenga, ninguna luz va a ser tan bonita como esa que usted acabó de bajar con la red.
Faustino meditaba lo que le decía su abuela.
-La luna está allá arriba porque así lo quiso Dios y la Naturaleza, que fuera para todos y no para unos pocos. Es como si nos guardaramos el río, o el monte, o la tierra para nosotros solos.
Faustino y su abuela se devolvieron a la casa, y cuando el niño vio a la Luna que había pescado, le pareció que se veía triste. La llevó de nuevo en la red, y afuera, en medio del pueblo, la soltó.
Y ella, como un globo contento, volvió a subir al cielo, a iluminar la noche de todos. De los del pueblo, los animales y planas, y hasta de los que, por tener luz, no sabían que también extrañarían la Luna si alguien la llegaba a pescar.
El Diablo Fu