lunes, 29 de noviembre de 2010

Pepo.



Pepo se acerca a Johanna, a pesar de que ella está con Luís.
Hoy te traje la lluvia, dice Pepo. Se moja la punta de su dedo índice con saliva, y toca el suelo. Entonces, unas cuantas nubecillas invaden el soleado cielo, y una suave lluvia comienza a caer en el patio del colegio.
Pero usted no sabe pegarle al balón, dice Johanna, mirando de reojo a Luís.
Pepo quita el dedo del suelo y deja de llover, mientras mira asombrado a Johanna.
Anoche baje la luna de su cuerdita, y la puse al lado de tu ventana para que no tuvieras miedo a la oscuridad, objeta Pepo, mientras saca de su morral el disco plateado que en las noches deja salir a pasear, para enseñárselo a ella.
Pero no sabes bailar, argumenta Johanna, acercándose a Luís.
Mañana iba a poner estrellas a brillar en medio del día, ¡pero lo haré hoy si quieres!, dice Pepo, sacando del bolsillo un montón de boronitas brillantes, que lanza al aire, y quedan flotando en el firmamento.
Si, dice Johanna de manera fría, y dándole la espalda a Pepo, pero nunca, nunca podrás ser alto, y fuerte, y bien parecido como lo es Luís. Tu eres gordo, pequeño, y muy feo, y ni tu lluvia, ni tu luna, ni tus estrellas van a cambiar eso.
Pepo se come sus estrellas, empaca su luna, seca su dedo, y se va caminando, todo gordo, bajito y feo, a algún lugar donde todo eso quepa, probablemente el basurero del colegio, pero no en el bote de reciclaje.

El Diablo Fu.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Cuento incompleto, o, el arrullo del Sol y la Luna.




Ya habían pasado tres días, y Carolina no había acabado su sopa aún. No importaba cuanto cuchareara, sorbiera, o derramara con disimulo para que su gata tomara. El plato seguía igual de lleno.
Ya se había cansado de protestar, el día anterior había dejado de hacerlo, resignada a la clara orden de su madre:
-Usted no sale hasta que se acabe esa sopa.
Andrés, un niño sin padres que vivía en una casa distinta cada día, la esperaba allá afuera. Ella sabía que seguía ahí, en el andén. Sabía que se había llevado una cobija para esperar de noche. Lo había escuchado cantar en las noches una vieja canción que les había enseñado el abuelo de Carolina, una canción que le cantaban a él para que durmiera.
“Sol sale, mi niña
Sol sigue saliendo.
Luna está cansada,
Se va escondiendo.
Juguemos saltando,
Juguemos corriendo,
Luna ha salido,
Pero Sol se ha puesto
Sol sale, mi niña
Sol sigue buscando
Luna está cansada
Y sigue menguando
Sol está muy triste
Y ya no brilla tanto
El día es oscuro
Con su corazón
Sol sale, mi niña
Sol sigue saliendo,
Luna está cansada
Se va escondiendo
Juguemos saltando,
Juguemos corriendo
Hoy el que ha menguado
Es el sol.”
-No sé cuáles son las ganas de salir corriendo para la calle, eso no está nada bien - Dijo la mamá de Carolina cuando se acercó para verificar como iba con la sopa.
Cuando decía eso, a Carolina le daban ganas de ser esa niña mala que su madre pensaba que era, solo para castigarla. Tomaba furiosa de la sopa, aunque se sentía muy llena. Tan sólo había parado para dormir, y era el único momento lindo del día, pues el canto de Andrés allá afuera era dulce, y el sueño la sorprendía con las imágenes más bellas en su cabeza.
Oscurecía ya, y la voz de Andrés se dejó oír en la vacía calle. Una lágrima desesperada de Carolina corrió a ahogarse en la inagotable sopa, y su mamá le ordenó ir a dormir.
Carolina la vio poner el plato de sopa en la nevera, antes de que la encerrara con candado en su cuarto. La voz de Andrés sonó aun más fuerte. Carolina se acostó boca arriba en su cama, y cerró los ojos para escucharlo. De pronto, Andrés dejó de cantar. Carolina abrió los ojos, y escuchó atenta, esperando entender.
Llamaron a la puerta. Carolina escuchó a su madre abrir. Aunque se oía lejos, Carolina pudo entender la conversación.
-Señora, buenas noches. Me avergüenza mucho molestarla, pero llevo acá tres días ya ¿Sabe usted? Y me gustaría saber si me puede ofrecer algo de comer, pues tengo un hambre terrible.
-Lo siento, Andrés, pero no tengo nada que pueda ofrecerle en este momento...
-¡La sopa!- Gritó Carolina desde su cuarto – ¡Pídele sopa, Andrés!
-¡Carolina, usted debería estar durmiendo! –intervino la mamá.
-¿Podría entonces prestarme un baño, si no fuera mucha molestia?
Carolina oyó a su madre emitir un gruñido de fastidio, y sintió a Andrés entrar a la casa. Escuchó atentamente los pasos, hasta que estuvo precisamente en frente de su cuarto, y veía sus pies por la pequeña rendija entre la puerta y el suelo. De manera que se agachó, y en susurros, le habló a Andrés por allí.
-¡Andrés, ayúdame a acabar la sopa!
Los pies de Andrés desaparecieron en la dirección en la que quedaba el baño. Luego de un momento, salió, y se dirigió de nuevo a la mamá de Carolina.
-Perdóneme señora, pero debo insistir. ¿No tiene usted un poco de sopa, así esté fría, que me regale?
-Niño, no sea atrevido, vallase por favor de mi casa.
Carolina intentaba ver por debajo de la puerta. Andrés corrió velozmente, y la mamá de Carolina lo siguió. La nevera se abrió, algo calló y se rompió en pedazos, y un grito terrible de la mamá de carolina se escuchó.
-¡Niño, no debió hacerlo! Ahora no podrá salir de aquí, hasta que se termine esa sopa. Pero deberá tomarla de noche, pues de noche la probó por vez primera.
Carolina y Andrés se veían al amanecer, y al atardecer, cuando uno dejaba el plato para ir a dormir, y el otro despertaba para empezar a tomarlo. Cantaban el arrullo del sol y la luna para que el otro durmiera, y eran felices sabiendo que tomaban del mismo plato de sopa.

El Diablo Fu

martes, 16 de noviembre de 2010

Objeto Volador No Identificado, OVNI.


Si un día ven un punto negro flotando en el cielo, en órbita alrededor de la tierra, no se confundan. No es un satélite, o un OVNI. Tampoco es, como dijo una amiga, una mugre en sus ojos. Es un balón de mi vecino, William, de 9 años.

Todo empezó una tarde en que yo llegaba muy cansado de un largo viaje tan largo y pesado como la torre Eiffel, aunque nunca he visto esa torre, y al llegar a mi casa, lo único que quería hacer era tumbarme en una cama.

Pero William y su hermanita Dayana, de 9 y 8 años, estaban al frente de mi casa, jugando con un balón de microfútbol, y al verme, el niño me abordó inmediatamente con una pregunta que todo el día se había hecho.

-¿Usted puede patear el balón hasta el cielo?

-¡Claro que sí!-contesté yo - No soy muy bueno en el fútbol, pero boto bien lejos los balones.

-¡Ay, mándelo hasta el cielo, queremos ver!-rogó Dayana, entregándome el balón. Debo confesar que me sentí en aprietos, no porque no pudiera hacerlo, sino porque realmente estaba muy cansado.

-Ahorita no puedo, necesito recostarme un momento.

-¡Es mentira! ¡Usted no puede patear el balón hasta el cielo!-me dijo William entre risas.

Algo ofendido, tomé el balón, reuní todas las fuerzas que me quedaban, y pensé en cosas que me dieran mucha rabia, como cuando mis papás se separaron, o cuando quitaron la luz en medio del capítulo final de Dragon Ball GT.

Chuteé el balón de manera impresionante, y para ser sincero, nunca lo había pateado tan fuerte en mi vida. El balón subió y subió, y los tres mirábamos con la boca abierta la ascensión del “esférico”, como dicen los comentaristas deportivos. Pero el muy degenerado balón se enredó en una nube y no bajó.

Durante un rato bien largo, nos quedamos con las caras dirigidas al cielo y las bocas sin cerrar, y después, William y Dayana me miraron como reclamándome.

-¡Me lo tiene que pagar! Mi papá se va a enojar conmigo.

-Yo no tengo plata para pagárselo... nos toca esperar, a ver si baja- dije yo, con una mezcla de de culpa y vergüenza que se dejaba oír en la voz.

Esperamos dos horas, el sol ya había bajado bastante. Las nubes se habían oscurecido y comenzó a caer una triste lluvia de manera monótona e insistente, como intentando hacer fértil el pavimento del barrio, y en un momento cualquiera, el balón cayó al suelo, pues la nube en la que se había enredado ya se había deshecho.

Yo recogí el balón. Cuando paró de llover, William me miró a los ojos, y sonrió de manera graciosa y desafiante.

-Yo lo puedo lanzar más lejos.

Tomó el balón de mis manos, se fue hasta la mojada calle, y estiró la pierna como si fuera de caucho. ¡Nunca había visto algo así! Pateó el balón a una velocidad impresionante, y este volvió a subir. Pero esta vez subió tanto, que, aunque no había nubes, se quedó allá arriba. Porque había salido de la atmósfera, y la gravedad de la tierra ya no lo alcanzaba a hacer bajar. El pequeño puntito que se veía se quedó flotando, desplazándose lentamente.

Lo vimos durante seis días más, y luego desapareció en el horizonte. Hace unos días pasaron por el noticiero que habían visto un OVNI sobrevolando Inglaterra. Yo vi la noticia, y sé que no era un platillo volador, como aseguraba el hombre que lo había fotografiado, pues reconocí el balón de William inmediatamente.

Menos mal que el que lo botó por allá fue William, si no, me hubiera tocado a mí pagar el dichoso balón.



El Diablo Fu.

Para J.K. Rowling, que tantas alegrías me dio en todos estos años de Harry Potter.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Un niño sin afeitar.


Mi papá se burló de mí al descubrir que lo observaba con atención mientras se afeitaba. Se ofreció a explicarme, y se volvió a burlar cuando le dije que yo no tenía barba para afeitar.

-¡Tienes 7 años! ¡Disfrútalo! Ya quisiera yo tener tu edad...

De hecho lo deseaba. Todos se burlaban de él cuando intentaba jugar al trompo o las canicas con mis amigos y yo en la acera, en vez de ordenarme que entrara. Cuando me llevaba al colegio, observaba el edificio con ojos llorosos, y nunca desaprovechaba una ocasión para entrar (nadie podía creer lo contento que estaba el día en que lo citaron porque yo había roto un vidrio de rectoría).

Pero yo quería saber que era ser grande. Estaba harto de todo lo que concernía a mi edad: las tareas, el madrugar al colegio, los exámenes, las citas al médico, el no poder comer cuantos dulces quería...

Por eso en la noche, cuando mi papá ya se había dormido, me fui al baño, tomé su máquina de afeitar y su jabón, y frente al espejo me afeité la inexistente barba de la que mi papá se había burlado. Me lavé y sequé la cara, y me sentí adulto por primera vez en mi vida, lo que me permitió dormir muy bien esa noche.

¿Qué iba a saber yo que al otro día iba a tener semejante barba? Porque amanecí con una selva entera en mi cara, una mata de pelos que se enredaban de manera desesperada, a tal punto que se veían más ordenadas las calles de la cuidad en hora pico.

Me dirigí directamente al baño, y tomé de nuevo la máquina de afeitar. Pero al verme en el espejo, pensé que era precisamente eso lo que quería: ser mayor. Y ahora, con toda esa barba, no cabía duda de que lo era. Entonces fui al comedor, donde mi papá desayunaba.

-¿Nos vamos, papá?

-¡Por favor! Si eres todo un adulto, con esa barba. Tú no necesitas que te lleven al colegio, ve solo.

Fue extraño. ¡Pero tenía razón! Yo podía ir solo al colegio. ¿No me haría ver eso mucho más adulto? De manera que tomé mi lonchera y mi maleta, y salí de mi casa con paso decidido.

Mas por el camino, la gente me miraba y se burlaba, y yo me sentí avergonzado.

-¿De qué se burlan todos?- pregunté confundido, y una señora se acercó, y en medio de sus risas de bruja, me lo explicó.

-¿Cuándo se ha visto a un hombre de semejante barba, cargando una lonchera escolar?

Todos estallaron en risas, y yo tratando de simular y reír con ellos, abandoné mi lonchera en una caneca de basura. ¡Qué lástima, pensé! Era de los Power Rangers, ese programa que tanto veo.

Me apresuré, porque el evento me había causado gran retraso, y siempre he visto que los adultos se preocupan mucho por la puntualidad. Pero al llegar al colegio, el celador me impidió la entrada.

-¿Para dónde cree que va? El colegio es sólo para los niños. Usted valla a la universidad. O trabaje, que con esa barba, ya ni para universidad está.

Me enfurecí, como he visto que los adultos se enfurecen. Pedí que llamaran a la rectora, esa vieja fea con su verruga en la cara. Y vino. Pero me miró de una forma tan extraña, que me sentí muy incómodo.

-Qué pena con usted, señor. No lo puedo dejar entrar, pero... si quiere, le puedo dar mi número, y cuando salga de aquí nos podemos tomar algo en algún bar...

¡Guácala! ¡Esto último lo dijo levantando las cejas de manera insinuante, como yo lo hago cuando le hablo a la hija del vecino que está tan linda! Fue demasiado para mí y mi barba. Salí corriendo espantado, mientras el celador reía y la rectora hacía pataletas con la cara roja.

Me senté en frente de un almacén en el que había un televisor encendido, pues transmitían dibujos animados. Claro que yo no estaba nada animado por como habían transcurrido las cosas. Entonces alguien me tomó violentamente del hombro.

-¡A ver el señor! ¿Muy vago, o qué? ¡Muéstreme sus papeles!

El horrible soldado me llevaba muchos metros de estatura, y me miraba como si tuviera dolor de estómago.

-¿Qué papeles?- pregunté confundido –el block tamaño carta lo necesito para el colegio, pero si no me van a dejar entrar, da igual que se lo lleve.

-¡Muy chistoso el vago este! ¡Para el camión inmediatamente! ¡El servicio a la patria es obligatorio!

-¡Para donde me lleva! Yo vivo allí cerca, déjeme ir y hablo con mi papá...

-Nada de eso, ¿ya con barba y detrás del papá para todo? A usted nos lo llevamos pal monte.

En un camión lleno de jóvenes con tristes caras, nos llevaron hasta un lugar llamado “distrito militar”, donde todos los soldados tenían cara de dolor de estómago, y yo me pregunté si el desayuno que tendría que comer era tan malo, e iba a tener en el futuro la misma cara.

Me dejaron hacer una llamada, y yo llamé a mi papá, quien me dijo que inmediatamente se dirigía hacia allí. Entonces me pusieron a hacer una fila, en la cual afeitaban y rapaban a todos los que llegaban a la punta. Yo tenía muchas ganas de llorar, pero los adultos no lloran, y yo con la barba no podía darme ese lujo. Sin embargo, cuando llegó mi turno, las lágrimas comenzaron a escurrirse a medida que caían los feos pelos de mi barba, y entre menos barba quedaba, más lágrimas salían. El hombre que me afeitó me miró asustado.

-¡Oigan, pero si este es un niño! ¿A quién se le ocurre traer un niño acá? ¡Espero que no le hayan dado de comer, porque la cara que va a tener va a ser horrible!

-¡Claro que es un niño!-gritó furioso mi papá, quien entraba por la puerta empujando militares indigestados, y me alzó en sus brazos para llevarme de nuevo a casa.

En el camino me prometí dejar jugar a mi papá al trompo y las canicas junto con mis amigos, y buscarle excusas para que pudiera entrar más seguido al colegio. Hoy por eso, rompí otro vidrio.



El Diablo Fu