domingo, 24 de octubre de 2010

El Guardián de la Noche


Gregorio es un niño de 9 años, que vive en algún barrio del sur de Bacatá, y su aspecto es el de un niño normal. Cualquiera que lo mirara de reojo, no imaginaría quién es en realidad Gregorio, y su identidad secreta cuando se convierte en el Guardián De la Noche.

Son las diez de la noche, y hace 3 horas que Gregorio debería estar en su cama, durmiendo. Pero no está allí. Busca en el fondo de su armario, una bolsa escondida que contiene un abrigo (a falta de un buen gabán, hay que ser recursivos, ¿no?), y se lo pone.

Toma su linterna, y baja sigilosamente a la cocina, de donde agarra los guantes de su mamá, y luego, en el espejo del baño, se observa cuidadosamente. ¡Un súper héroe de identidad desconocida no puede andar con la cara descubierta!

Por lo tanto, decide llevar a cabo una operación peligrosísima, pero él, como súper héroe, está acostumbrado a este tipo de riesgos. Así que entra silencioso al cuarto de su hermano mayor, y toma una de sus bufandas, con la cual se cubre el rostro.

Listo para la aventura, el Guardián de la Noche alista su fiel lazo (que tomó prestado de las herramientas de su papá), y sube a la terraza.

Vigila. Toma nota del silencio que grita en las calles. Tanta tranquilidad en esa ciudad sólo puede significar crimen escondido. Apunta con su linterna hacia un lote vacío que queda en frente de su casa.

De pronto oye un grito. Alguien viene corriendo. El Guardián de la Noche apaga su linterna rápidamente, y se oculta tras la ropa que su mamá olvidó guardar en el día. Ve pasar a una mujer que corre apresurada, y dos hombres que la persiguen.

El Guardián de la Noche amarra su lazo a una varilla que ha quedado salida de la plancha que su papá ayudó a echar, y comienza a descender. Siente el corazón palpitar, siempre le pasa cuando se dispone a la aventura. La adrenalina corre de manera violenta por su cuerpo, y entonces se da cuenta.

Su lazo está muy gastado ya, y además lleno de cemento. Debe decidir rápidamente. La mujer puede estar en peligro, pero si algo fallara, el Guardián de la Noche podría no volver a sus andanzas y los débiles y desprevenidos transeúntes se quedarían sin quien les ayude. Además, ahora que lo pienso, esa mujer no iba gritando. Iba riéndose. Y caminaba chistoso, igual que los dos señores.

Mejor me subo de nuevo, y mañana le pregunto a mi papá si tiene un lazo más nuevo. ¿Será que soy muy cobarde para ser súper héroe? No, es el lazo. Y esta ciudad necesita un súper héroe. Yo podré tener nueve años, pero entiendo los noticieros, y no olvido los cadáveres que vi hoy al medio día.

Y así, el Guardián de la Noche se devuelve a su guarida secreta, planeando sus nuevas hazañas para el día siguiente. Al fin y al cabo, este era su primer día, y no estuvo del todo mal. Mañana devolverá los guantes, la bufanda y el lazo, y en la noche habrá grandes aventuras.

El Diablo Fu.

martes, 19 de octubre de 2010

El Gran Desastre del Tejado.


Se dice de la historia que es el estudio del pasado de la humanidad, y que es bueno estudiarla para que no se repita. Bueno, pues, en la gloriosa y reciente historia de mi cuarto, hay una fecha que siempre se recordará, 19 de junio del 2010, día del Gran Desastre del Tejado. Y hoy, en pleno aniversario del triste evento, lo recuerdo con el ánimo de que no se repita un hecho como aquél, que tantas víctimas dejó, y produjo tantas historias que conmovieron a los afligidos corazones que asistieron al espectáculo.

Viernes era, lo recuerdo, cuando me encontraba en mi oscuro cuarto, tocando guitarra, chateando con algún amigo, y jugando con los muñecos de Dragon Ball Z que tenía desde hacía algún tiempo.

De pronto oí un crujido en el techo, y algo me dijo que el peligro rondaba, de manera que en un instante, agarré mi guitarra, me levanté a toda prisa, y me alejé del lugar en el que estaba sentado, al frente de mi computador.

Tan instantánea fue mi huida, como el ver quebrarse la teja de barro de mi cuarto, y aparecer entre los pedazos, cayendo a gran velocidad, al vecino de la casa del lado sobre el mismo lugar en el que un momento antes yo estaba.

Cayó de manera graciosa pues mi cama, que como algunos de ustedes sabrán, es un colchón en el piso, estaba en el lugar preciso para recibirlo acostado, mientras sus pies quedaron en la silla del computador.

Pero fue lo único gracioso del asunto. Pues las tejas y el vecino, habían hecho de mi cuarto un camposanto. Muñecos se debatían entre la vida y la muerte, pocillos rotos se despedían de manera melancólica de los platos que intentaban sobrevivir. Álbumes de diferentes programas, carritos, aviones, un montón de desaparecidos entre los escombros, y los seres que habían tenido la mala suerte de sobrevivir al desastre, buscándolos en amargas lágrimas.

Mi vecino se levantó asustado, y miró alrededor el desastre que había causado.

-¿Qué ha hecho?- pregunté confundido- ¡Ya sabe usted que no puede volar! ¡¡No puede usted seguirle creyendo a los programas de televisión todo lo que allí ve!

-Ya lo hice una vez, sé que puedo volver a hacerlo- respondió él avergonzado y con la cabeza gacha.

Mi vecino tiene 57 años, y no está loco. Es un hombre normal, taxista, todos los días sale a trabajar, tiene esposa e hijos, y una vida como la de cualquiera. Pero un día de mucha emoción en el que su nieto había nacido, voló en la terraza de su casa, en el momento en el que le dieron la noticia, y desde entonces no paraba de intentar volver a hacerlo.

En esta ocasión, calculó mal la dirección del viento, y la dirección del salto, y acabó destruyendo mi tejado.

Las labores de rescate fueron arduas, y mi vecino, mi familia y mis juguetes participaron en ellas. Uno de los más tristes recuerdos que me quedaron fue la historia de un gancho de ropa que sacó de los sitios más recónditos de los escombros a las maltratadas víctimas, hasta que heroica y trágicamente se partió cuando no pudo dar más vueltas. Mi antigua teja de barro fue reemplazada por una plástica transparente, porque mi papá quería que yo tuviera más luz, pero a mi me gusta la oscuridad y el cambio no me agradó mucho. Y días después de mucho trabajo, el cuarto llegó a estar de nuevo en condiciones más o menos normales, pero nunca volvió a ser el mismo.

Hoy que se cumplen 4 meses del Gran Desastre del Tejado, recorro el cuarto, melancólico. Veo el pocillo quebrado que me había regalado mi hermana de cumpleaños. Veo a Gokú, quien ahora no tiene piernas, y sus peleas con Freezer las deberá ganar sin una sola patada. Y veo los pedazos de tejas que dejé sobre el computador, para recordar siempre el evento, a manera de monumento. Porque la historia se escribe para no repetirse. Aunque algunos quieran ignorar el espejo que es la historia.



El Diablo Fu

viernes, 15 de octubre de 2010

La anciana casa embrujada.


Hoy “capo” la primera hora de clase. Nunca lo había hecho, siempre he sido muy aplicado en el colegio, pero dos amigos míos, López y Román, llevaban mucho tiempo invitándome a hacerlo, y hoy por fin lo haré porque nos vamos, no a una tienda de videojuegos, ni al parque, sino para la anciana casa que queda cerca de mi colegio.

Es una casa muy grande y abandonada, y se dice que está embrujada. Desde la ventana de mi salón se puede ver bien a la vieja casa con cara de abuelita. Con mis amigos siempre hablamos de esa casa, pues muchos misterios la rodean.

-¡Es la abuelita de todas las casas de este barrio!-cuenta López.

-Hay una ventana que uno puede romper todos los días si quiere-dice Román mientras caminamos a la casa vieja- y al otro día está ahí, como nueva, pero vieja, porque está llena de polvo y telarañas; como si no la hubiera roto el día anterior.

-¿Y se han escuchado voces o gritos alguna vez?-Yo pregunto intrigado.

-Yo una vez escuché como si un bebé llorara-contesta López.

Llegamos por fin, y nos detenemos en la entrada. Román, el más atrevido de todos, intenta empujar la puerta, pero está sellada. Lo habíamos previsto, así que trepamos por una de las paredes laterales. Primero trepa Román, a quien vemos desaparecer tras el muro. López y yo escuchamos en silencio, y yo estoy preparado para salir corriendo en cualquier momento, pues ya me estoy arrepintiendo de haber venido.

-Ahhhhhhhhhhhhhhh!- grita Román, y yo pego el brinco más alto que he dado en mi vida, si me viera el profesor de educación física, seguro apruebo la materia.

López y Román ríen descaradamente.

-Tranquilo, Alex, pueden pasar, acá hay un patio, tienen que saltar-dice Román desde el otro lado.

López sube también, y se pierde tras la pared. Luego yo comienzo a trepar, y llego a la parte superior del muro. Román y López se adelantan, y me piden que me apresure. Pero yo escucho un ruido extraño en el segundo piso, en una ventana que tengo precisamente unos metros al lado. Dudo un momento, y luego, en vez de saltar al patio, trepo por el viejo tejado de la casa que cruje bajo mis pies, y entro por la ventana que está a medio abrir.

El lugar es tenebroso en verdad. Todo el piso es de una madera que parece llorar cuando uno la pisa. Hay telarañas por todos lados, la luz entra con dificultad colándose por la ventana que acabo de entrar, y algunos agujeritos en el techo y las paredes. Hay muchas sombras que parecen recorrer todos los lugares, y todo está tan lleno de polvo, que pienso que si mi mamá viera esto regañaría al dueño de este lugar, y luego ella misma se pondría a hacer aseo.

-Buenos días, señoras sombras-digo gentilmente, y continúo mi camino.

Salgo a un pasillo, y allí está una de las cosas de las que me contaron que había acá: un esqueleto de perro completamente armado. Allí, parado, como si estuviera haciendo guardia en los huesos, parece que mira fijamente a una pared, y yo paso por su lado cuidando de no tocarlo, porque se puede desarmar, y yo no sé armar esqueletos.

-Con permiso, señor perro- digo, y continúo mi exploración al cuarto siguiente.

Ahí veo entonces, sobre una mesa llena de polvo, la famosa máquina de escribir que se escribe sola. De hecho nunca había visto una máquina de escribir: mi papá me cuenta que es como un computador, pero solo sirve para escribir, y que con eso hacían antes los trabajos para el colegio.

La curiosa máquina teclea y teclea escribiendo cartas invisibles sobre un tubo negro que da vueltas, y yo me quedo como tonto viéndola escribir sola.

Entonces escucho una voz ronca y extraña a mis espaldas.

-¿Le gusta?

Me doy la vuelta asustado. Es un viejito de ropas que serían muy elegantes si no fuera porque están rotas y muy sucias. El hombre también tiene la piel curtida por la mugre, y barba muy larga.

-Como no sé leer ni escribir, ella escribe por mí lo que quisiera decirle al mundo, pero son cartas que solo el aire leerá, porque no tengo hojas para ponerle-dice el viejo.

En este punto, me arrepiento de no estar en el colegio, no sé si porque el anciano no sabe leer y escribir mientras yo puedo aprender, o por puro y físico miedo, ya que si estuviera estudiando no estaría allí.

Miro sus manos. Son idénticas a la de mis abuelos, que viven en el campo. Son arrugadas, llenas de callos, con los dedos torcidos. Miro sus ojos, que brillan en medio de aquella oscuridad de manera misteriosa, pero que no me asustan.

-¿Usted es un fantasma?-pregunto.

-Morí hace mucho tiempo, supongo-contesta el anciano, y sonríe de manera dulce, y me doy cuenta que no tiene dientes.

Pongo mi maleta en el polvoriento piso, saco un cuaderno, y le arranco una hoja que luego pongo en la máquina de escribir, que sigue tecleando sola. Las letras comienzan a aparecer, y me parece más mágico que escribir en computador:

“Hoy unos niños entraron a la casa vieja, y uno de ellos me habló. La última vez que hablé con un niño, fue la última vez que hablé con mi nieto, que nunca más pude ver...”

-¡Vámonos ya!-escucho gritar en el primer piso a López.

Miro al viejito, quien tiene un pedazo de pan duro en la mano. Parte un pedazo y me lo ofrece, pero yo no me quiero comer eso.

-No es para usted, es para el perro. Cuando valla saliendo, déjeselo ahí. No se lo va a comer si usted lo mira. Vive moviéndose, pero la vergüenza con las personas lo hace congelarse.

Tomo el pedazo de pan, y me despido del anciano.

Al salir, veo que el perro está mirando a una pared distinta. Le dejo en el suelo el pedazo de pan, y bajo al primer piso a encontrarme con mis amigos.

-¿Qué vieron?-pregunto.

-Yo no encontré nada. López encontró la ventana que se vuelve a arreglar cuando se quiebra.

Nos vamos de la anciana casa, en dirección al colegio, mientras les cuento mi encuentro. Diremos que llegamos tarde, y seguiremos clases normales. Me pregunto qué vieron en Sociales mientras yo estaba hablando con el anciano de la casa vieja, y si habrán dejado tarea.

El Diablo Fu.

sábado, 9 de octubre de 2010

Futuras noticias


-Ya me tengo que ir a dormir, mi mamá me va a apagar el computador-escribió Carlos.

El mensaje llegó después de un zumbido que le envié a mi primo, quien vive en España. Yo no entendía por qué lo mandaban a acostarse tan temprano.

Era el comienzo de un caluroso Diciembre, y habíamos tomado por costumbre chatear todos los días, pues más que primos, somos los mejores amigos. Hace dos meses se había ido con mi tío, quien había conseguido un trabajo allá.

-¿Por qué tan temprano?- pregunté intrigado.

-Son las siete de la noche ya, siempre me acuesto a esta hora.

¿Las siete de la noche? ¡Si era la una de la tarde!

-¡Acá hasta ahora va a empezar el chavo en el 6!- respondí intrigado.

-¿Estás diciendo que allá no ha anochecido aún?

Nos quedamos un rato sin escribir nada. Ambos pensábamos en el extraño suceso. Hablábamos de muchas cosas en el chat: niñas del colegio, trompos que habíamos ganado en crueles competencias, fútbol, películas, dibujos animados... ¡Dibujos animados!

-¡Viajaste al futuro!

-¿Qué?

-¿No has visto ese capítulo nuevo de “los detectives súper increíblemente fantásticos” en que viajan al futuro para detener a su archi-enemigo, el tomate mutante?

Carlos estuvo un rato sin escribir. Luego, lo entendió todo, y puso un emoticón de sorpresa.

-¡Nos estamos comunicando en el tiempo! Eso quiere decir que...

-Que me puedes contar lo que va a pasar en un lapso de.... ¡seis horas! ¡Viajaste seis horas al futuro! Dime, ¿Qué está pasando en este momento?

-Es curioso que lo preguntes... ¡está empezando a nevar!

Yo no cabía de la emoción en mi silla, y me caí. Di tres vueltas, miré a todos lados, me cogí la cabeza, y me senté de nuevo. ¡Iba a conocer la nieve! ¡En seis horas nevaría! ¡A las siete y cuarto caerían copos de nieve, tenía la plena seguridad! Mi primo ya había visto caer el sol seis horas después, si el sol caía también aquí, caería también nieve.

Mi primo se despidió, pidiéndome que le contara todo tal cuál sucediera.

Yo, muy ansioso, me fui a mi cuarto, tomé dos sacos, un buen abrigo, un gorro y una bufanda, y me alisté para recibir la nieve. Bajé al primer piso, y sudando dentro de mi protección para el frío en medio de todo ese calor, me acerqué a mi mamá, que preparaba buñuelos en la cocina.

-¿Estás loco? ¡Qué haces con todo eso puesto, en medio de este calor!

-¡Mamá, debemos recibir la nieve!

Al ver que ella no reaccionaba, decidí salir de la casa. Me senté en el andén, y me quedé mirando al cielo, mientras el sol avanzaba lentamente, y en lo único que podía pensar era en la nieve cubriendo esas calles que, como yo, no la conocían.

La gente pasaba mirándome asombrada, pues todos ellos iban en pantalonetas, bermudas, faldas cortas, y cualquier otra prenda que les ayudara a calmar el calor que sentían. Yo, sudando en mi abrigo, no les ponía atención, y a veces hasta les aconsejaba que se abrigaran un poco.

-Señora, con esa faldita tan corta, se va a congelar esta noche.

Y por fin el sol se escondió. Mis papás habían intentado entrarme, pero todos sus esfuerzos eran vanos, y se quedaron en la puerta vigilándome, pensando que tal vez estaba enfermo. No eran los únicos. Todos los vecinos del barrio se amontonaban a mi alrededor, burlándose de mi atuendo, y mirando al cielo, donde yo miraba.

Muy ansioso, con el conocimiento que, de seis horas en el futuro, me había dado mi primo, miré el reloj, que marcaba las siete y cuarto y me levanté. Todos los vecinos hicieron silencio.

Mi papá salió entonces gritando.

-No más, no se van a burlar más de mi hijo. Y tú, jovencito, para dentro ya, es suficiente, ¡estás castigado! Es el colmo que nos pongas en esta situ.....

-¡Miren!-gritó de pronto alguien- ¡Es nieve!

Y era verdad. De repente, toda la calle comenzó a llenarse de nieve, pero sólo mi calle. La nieve caía lentamente, y el frío se apoderó del lugar. Los vecinos, en sus ropas descubiertas, comenzaron a tiritar, y se pusieron todos morados, no sé si del frío, o de la emoción, porque saltaban y reían como nunca los había visto. Mi papá se olvidó de mi, y se fue a jugar entre la nieve, revolcándose en ella, y haciendo bolas para lanzar a los demás.

Pronto, de las otras calles en las que no caía nieve, se supo la noticia, y todos llegaron a festejar el acontecimiento. Yo armé un muñeco de nieve, que se desbarató casi al instante. Después me fui a dormir, porque estaba muy cansado. Qué bueno que tenía mis abrigos, al otro día, todo el mundo estaba resfriado, menos yo, y me tocó hacer mucha agua de panela con limón en una olla enorme, de donde todos los vecinos tomaron para aliviarse. Luego le conté por chat a mi primo todo cuanto había sucedido, y él me dijo que hubiera preferido disfrutar de la nieve en el pasado y no en el futuro.

El diablo Fu

miércoles, 6 de octubre de 2010

Arquera movible.


A mí no me gusta juntarme con las niñas. Son feas, fastidiosas, creídas; lo único que tienen chévere es que huelen bonito.

Pero Julieth era distinta, para mi Julieth era hombre. Se la pasaba todo el día con Rodríguez y conmigo. Yo me rompía la cabeza tratando de entender cómo era posible eso. Lo peor era que cada día me la pasaba observándola, y me daba la impresión que era algo más que curiosidad.

Un día, por ejemplo, nos hacía falta uno para jugar microfútbol, y ella se ofreció. Al ver que no íbamos a poder jugar, Rodríguez la dejó de arquera. Un delantero del equipo contrario recibió un pase muy cerca de nuestro arco, y metió un taponazo tan fuerte, que yo, defensa, salí corriendo. Pero Julieth flexionó las rodillas, alistó las manos, y ¡zas! Atajó el balón.

Y no sólo eso, lo puso en el suelo, salió del arco con él, y a mitad de la cancha pegó otro taponazo, metiendo el gol más lindo que había visto yo en mi vida. Lástima que no lo valieron, porque no aceptaban arquero movible. Pero desde ese día, vi a Julieth, a sus ojos grandes y brillantes, a su cabello largo y liso, de otra manera. Desde ese día me quedó claro que era uno de nosotros.

Un descanso se fue con nosotros, le pidió algunas canicas prestadas a Rodríguez, y al volver a clases, nos había dejado sin una canica en el bolsillo.

En otra ocasión, se sentó entre Rodríguez y yo. Le pidió un cuaderno prestado a él, pero Rodríguez se negó. Entonces yo le di mi cuaderno, ella arrancó una hoja, e hizo un avioncito que le dio tres vueltas al salón entero antes de aterrizar en la espesa selva de cabello de la profesora Jennifer.

Me castigaron a mí, y eso que yo nunca he podido hacer un avión de papel que vuele dos metros. De todas formas no la iba a delatar. Por el contrario, decidí acercarme más a Julieth para entender el misterio de que fuera más hombre que todos los que éramos hombres en el salón. Al menos esa era mi excusa.

A la salida de ese día busqué a Julieth. Le pregunté si quería ir a mi casa a jugar X box.

-No puedo, es que Rodríguez me invitó a la de él, a jugar Play.

¿Cambiar un x box por un Play? ¡Yo había visto el que tenía Rodríguez! ¡Era un Play 1! Algo andaba mal. Sin embargo no le dije nada. La vi caminar hacia Rodríguez, y decirle algo mientras esbozaba una linda sonrisa en su carita. Y eso fue raro. Rodríguez hizo una cara extraña y le contestó algo.

Fue en ese momento que vi que Julieth si era mujer, porque lloró en silencio mientras Rodríguez se alejaba de ella. Y descubrí que yo también algo tenía de mujer, porque verla llorar, me hizo llorar a mí.

El diablo Fu.

sábado, 2 de octubre de 2010

Un cuento de letras desordenadas


Un día la A se encontró con la I en un hiato. Un hiato, como ustedes sabrán, es cuando dos vocales viven de vecinas en una palabra, como la palabra caer, país, o maestro.
En este caso, la A se encontró con la I en la palabra Hiato.
Primero había llegado la H, porque es muy puntual. Después llegó la I, de manera que ya decían:
Hi.
Entonces llegó A, y vio a la I, y le pareció maravillosa.
Hia
La miraba con mucha atención y curiosidad, hasta que la I se sintió avergonzada. Luego llegaron las otras letras: la T, y la O, y formaron la palabra:
Hiato
Pero la A seguía encantada con la I.
Cuando se fueron todas, A no se pudo sacar de la cabeza a I. Le parecía curiosa, inteligente, bonita. Y A decidió que quería ser una I.
Mamá A la reprendió fuertemente.
-¿Cómo se te ocurre que vas a ser una I? ¡Te escribieron A, y serás A por siempre! ¡No puedes ser una I!
Entonces la abuela A le contó una historia a hija A, donde una N quería ser una M, pero al final entendía que debía ser una N porque así había nacido.
Pero A sólo quería ser I. Así que desde ese día, no volvió a ser A, y cada vez que formaba una palabra, se hacía pasar por I, y descubrió cosas muy interesantes.
A veces, las palabras podían sonar más feas, por ejemplo, si antes escribían papá, ahora escribían pipí.
A veces las palabras cambiaban de forma curiosa. Por ejemplo, un día no escribió tanto, sino tinto, que es como le llaman al café sin leche en algunas partes de Colombia.
Y a veces las palabras simplemente parecían nuevas palabras por el cambio de A que ahora era I. Por ejemplo, una vez se iba a escribir pantalla, pero finalmente se leyó “pintilli”.
Todas las letras disfrutaban mucho estos cambios, porque eran graciosos, y además los hacía pensar. Pero un día el dueño del lápiz llamó a formación a todas las letras, de manera que formaran un abecedario, y se estremeció cuando encontró lo siguiente:
I B C D E F G H I J......
¿Dónde está la A? ¿Y por qué hay una I al comienzo del abecedario? Gritó y gritó, y después llamó a mamá A, y se quejó ante ella. Y mamá A cogió a A hija, y la castigó severamente. Pero I, que había visto todo, y como los demás había reído y pensado con el cambio de A, la defendió.
¿Por qué, al fin y al cabo, tenía que haber una a siempre al principio del alfabeto? ¿Porqué no podía ser otra letra? ¿Y por qué no podía A decidir qué letra quería ser, y cómo quería sonar? Entonces todas las letras, apoyando a A, decidieron seguir su ejemplo, e inventar qué letra querían ser. De manera que el abecedario ya no fue:
A B C D E F G H I J K ....
Sino
H F I O R T D L Y E B S A
El dueño del lápiz se enojó mucho al ver esto, y comenzó a gritar más fuerte que nunca.
Pero ya no había control, y las palabras eran totalmente nuevas, y ya no tenían sentido, por lo que se inventaron significados nuevos:
Hdregkof significaba cielo verde. Jjbmjlihnlkfc significaba fuego duro.
Y en un momento todas se convirtieron unas en A, y otras en I, y formaron una nueva palabra:
AIAIAIAIAI.
Que significaba libertad color árbol. Y al dueño del lápiz le pareció curioso que pudiera haber nuevas palabras, y nuevos significados, y se divirtió, y pensó. Y decidió que estaba bien que las letras fueran lo que quisieran, porque así le ayudaría a escribir cosas nuevas, con nuevos significados.
A siguió siendo I, pero con el desorden, nadie se dio cuenta que I decidió ser A, porque le pareció que lo que había hecho era muy valiente, y la admiraba mucho.
Menos mal las letras me colaboraron para escribir esta historia: aunque son palabras viejas, cuando escribo P, es una U, y cuando escribo W es una Ñ.
El diablo Fu