martes, 14 de septiembre de 2010

¿Qué es lo que mira Chabela?


Cuando salíamos de la escuela, Chabela se quedaba mirando al cielo, pero yo no entendía qué era lo que miraba. Se quedaba callada, y respondía con palabras cortas.

-¿Estás bien?

-Sí.

-¿En qué piensas?

-En nada.

Así era siempre. Nunca supe nada de ella, ni de su familia, ni de su pasado. La dejaba en la puerta de su casa, que queda al frente del parque del barrio, porque me quedaba de camino a mi casa. Luego me iba a averiguar qué era lo que quería.

Comencé con lo usual: le llevé flores, chocolates, peluches, pero ella seguía con su mirada fija en el cielo. Le regalé un cuaderno, para que escribiera o dibujara lo que quisiera, a ver si con eso podía saber qué le pasaba. Pero, aunque lo recibió, nunca lo usó.

Entonces comencé a hacer cosas algo más raras. Un día, por ejemplo, puse semillas de cacao en todos los árboles que habían en el camino de la escuela a su casa, y a los tres días comenzaron a dar por frutos chocolatinas que yo recogía y le ofrecía. Ella comió algunos, pero no dijo nada, y los chocolates se los comían todos los demás niños del barrio.

Yo me prometí no comer ni un solo chocolate-fruta, hasta no descubrir qué le pasaba a Chabela. Me fui una mañana que no había escuela al parque, me acosté en el pasto, y me quedé mirando fijamente al cielo.

¿Qué era lo que veía ahí? Yo sólo veía nubes pasar, a veces calmadas, y a veces como si fueran de afán. Fue lo más cerca que estuve de entender a Chabela.

Me fui para mi casa, y busqué las herramientas de mi papá. Durante varios días me dediqué a mi nuevo trabajo: Hacer una escalera. No hacía las tareas, dejé de ver televisión, pasaba la noche sin dormir, y me despertaba tarde, de manera que no alcanzaba a recoger a Chabela para ir a la escuela.

Duré así como dos semanas, hasta que mi escalera estuvo terminada, la escalera más alta que nadie hubiera visto antes. Como no cabía en mi casa, la había tenido que terminar en el jardín, y fue allí mismo donde me trepé en ella, y subí muy alto, hasta alcanzar una nube de la que arranqué un trocito. La guardé en una cajita con mucho cuidado para que no se deshiciera, y bajé de nuevo.

Salí corriendo con la cajita directamente a la casa de Chabela, y llamé a la puerta con ansiedad. Chabela se demoró un poco en salir, y cuando abrió, me miró con esos ojos que parecían representantes de otros ojos que estaban quién sabe en donde. Abrí la caja y le enseñé el trocito de nube.

Nunca olvidaré la cara que hizo. Era como ver a Chabela por primera vez, como si por fin estuviera en frente mío.

-¿Cómo la conseguiste?

-Construí una escalera.

-¿Me llevas?

Con la sonrisa que había pintada en su rostro era más que imposible negarse. Fuimos al jardín de mi casa, y nos quedamos mirando la escalera que se perdía en el azul del cielo.

-Espérame, y no subas mientras yo esté arriba- me dijo, y comenzó a trepar.

La observé subir hasta donde pude, porque después de un rato no la vi más. Y la esperé. La esperé hasta que cayó la noche, y mi mamá me mandó acostarme. A la mañana siguiente, volví al jardín a esperarla. Y a la siguiente, y así por dos semanas. Un día decidí subir la escalera, y cuando llegué arriba, no había nada más que nubes viajeras.

Nunca nadie la buscó de su casa. En la escuela la quitaron de las listas. Los mayores quitaron las semillas de cacao de los árboles para que, en vez de chocolatinas, volvieran a dar manzanas, naranjas y limones.

Yo aún sigo pensando a Chabela, y cuando salgo de las recuperaciones de las materias que perdí por no llevar tareas, voy al jardín, al lado de la escalera que no le he dejado a mi papá quitar, y la espero. Me gusta pensar que por fin le di lo que realmente quería, pero no puedo estar seguro si ella no vuelve para contarme que así fue.

El diablo Fu

Cuando Almaguer despierta


El macizo colombiano es una formación de muchas montañas colosales, tan grandes que solo puedes ver el cielo si miras bien hacia arriba, porque al horizonte solo ves las más hermosas montañas que puedas imaginar, y de las cuáles nace agua tan fresca, tan limpia y tan recién nacida, que hasta dan ganas de cantarle canciones de cuna.

En una de estas montañas, queda el pueblo de Almaguer, que tuve la oportunidad de visitar por una grabación que realicé allí. Y no quiero que desconozcan, niños colombianos, lo que sucede allí, para que vean el hermoso país en el que viven.

Cuando sale el sol, la montaña de Almaguer se despierta lentamente, y comienza a desperezarse. Como cuando una persona estira los brazos, esta montaña se estira hacia arriba, sube y sube hasta que llega a las altas nubes, que de pronto están por todo el pueblo, caminando por las calles, golpeando las puertas de las casas para luego salir a correr, persignándose frente a la iglesia, y jugando en la plaza central, nubes juguetonas. Por esto no es raro encontrarse en Almaguer algún ángel que estuviera trepado en alguna nube. Y yo encontré uno, en la mañana en que tenía que grabar la entrada de los estudiantes de uno de los colegios del pueblo. Mientras las nubes correteaban de aquí a allá, ese angelito de tez morena parecía muy ocupado contándolas, y tratando de no perderlas de vista.

-Perdón, ¿Qué hace?-pregunté imprudentemente.

El ángel ni siquiera me miró.

-Cuando la montaña baje, todas las nubes tienen que estar completas, sino, no lloverá como debe llover. No puedo perder ni una. ¡Hey! ¡Allá no!- le gritó a una nubecita, que intentaba entrar a una alcantarilla.

-¿Y usted no juega nunca?- insistí.

-¡Claro que sí! Los domingos son ellas las que me tienen que cuidar, porque comienzo a hacer travesuras, en el día escondo las cosas a la gente, y en la noche me hago pasar por espanto, y los asusto. Al finalizar el día estoy tan cansado, que caigo dormido en cualquier parte, y a la madrugada las nubes salen a buscarme por todo el pueblo, para llevarme a descansar un rato.

En ese momento comenzó a bajar la montaña de nuevo, el ángel llamó a todas las nubes que se formaron en frente de él, y se despidieron de mí mientras yo bajaba con la montaña y ellos se quedaban allá arriba.

Dicen los habitantes de Almaguer que cuando llega alguien que no es del pueblo, llueve, pero se sorprendieron al ver que en mi caso no llovió cuando yo llegué, sino cuando me fui. Creo que fue el ángel que dio la orden a las nubes de que sólo lloviera cuando yo me fuera, como una forma de despedida. A las personas que conocí en Almaguer, les pido que le den mis afectuosos saludos al ángel y a las nubes, y a la montaña que en las mañanas se despereza hasta llegar a ellos.

El Diablo Fu



lunes, 13 de septiembre de 2010

La mochila que se fue.

A varias personas les he contado este suceso que me aconteció, pero pocos me creen. He decidido escribirlo, aún a pesar de que es mejor contarlo, más si tengo la mochila conmigo. Pero espero que algún día el tiempo me dé la razón, y no me tachen más de loco si aseguro que la historia que acontinuación les cuento es real.

Hace unos meses decidí enseñarle a mi mochila a caminar. La tomaba en una mano, y la ponía a dar pasos, como pequeños saltos en el suelo, a medida que yo andaba. Y le decía: “es que yo no voy a estar siempre. El día que yo no esté, usted tiene que ser capaz de ir sola a donde haya que ir” Me gustaba imaginarla caminando por ahí, tal vez buscándome.

Así duré mucho tiempo, caminando por el barrio con mi mochila dando pasos colgando de mi mano, y los vecinos me miraban raro. Algunos se burlaban de mí, cuando me preguntaban por qué cargaba a mi mochila de esa manera, y yo les explicaba mis intenciones.

Una mañana desperté, y mi mochila no estaba. La busqué por toda la casa, incluso ordené mi cuarto (cosa poco usual en mi), pero no la hallé. Preocupado, le pregunté a algún amigo si la había dejado en su casa el día anterior, pero tampoco se encontraba allí. La mochila había aprendido a caminar, y se fue por ahí, sola, quién sabe a dónde.

Muy triste, me dediqué a poner anuncios en internet. Diseñe también un afiche de “se busca”, y lo pegué en distintos postes. Pero nadie me daba razón de ella. Así pasaron dos semanas, y yo con mi tristeza, extrañando a mi fiel compañera.

Por fin una noche perdí toda esperanza de volverla a ver, me asomé a mi terraza, y la imaginé por las calles, andando solitaria, sucia y gastada. Después me fui a llorar a mi cuarto, llorar hasta que el sueño llenó el espacio que desocuparon mis lágrimas, y me dormí. En la mañana, desperté con un sentimiento de malestar, ese vacío en el estómago cuando se extraña a alguien. Y es que yo creo que a los seres valiosos no los llevamos en el corazón sino en el estómago, porque cuando hacen falta es ahí donde se siente el vacío.

Desperté entonces con esa horrible sensación, pero fue grande mi sorpresa, casi tanta como mi alegría, cuando encontré allí a la hermosa mochila, muy sucia eso sí, pero de nuevo conmigo. Había vuelto, seguramente al ver los afiches que había pegado en los postes, y entender que la extrañaba. Desde entonces no la volví a hacer caminar, pero sé que aún lo hace, pues aunque no se va de la casa, nunca amanece en el lugar en que la dejé la noche anterior.

El diablo Fu



Nota: es de aclarar que fue mi mochila la que le enseño a caminar a mi bicicleta, jum

sábado, 11 de septiembre de 2010

Cercapared. Cortometraje infantil.

Este cortometraje fué realizado por el Colectivo Audiovisual Cinempleo, y El diablo Fu producciones, y fue seleccionado para la competencia mejor cortometraje nacional del Festival de Cine de Bogotá, 2010. Acostumbro decir que sólo teníamos tres pesos de presupuesto, pero no los podíamos gastar porque eran parte de la utileria :D

Mi cama se enojó conmigo.


Para Nicol Lorena Gaitán Díaz, quien lo inspiró :)
Tracatás! Sonaron todas las tablas de mi cama cuando intenté acostarme en ella.
Estaba celosa porque la noche pasada, por primera vez me quedé a dormir en otra casa, en casa de mi abuela.
Cuando llegué, mi cama no me saludó. Me miró de lado, y me ignoró. No pensamos que fuera de importancia, pero cuando mi papá me acostó, la muy pilla dejó caer todas las tablas al suelo. Sorprendido mi papá, sorprendida yo, quitamos todo, y ordenamos las tablas. Luego pusimos colchón, sábanas y cobijas, y me acosté de nuevo, con mucho cuidado.
Mi cama nos miraba de manera sospechosa. Una vez yo estaba entre las cobijas, mi papá se sentó a mi lado para contarme una historia, pero apenas su trasero tocó la cama, esta malgeniada vuelve y ¡tracatún! ¡Al suelo todas las tablas!
Mi papá y yo reímos hasta pararse el ombligo, de vernos ahí tumbados en graciosas posiciones, pero el vernos reír, enojó más a mi cama conmigo, y ya no se dejó poner más las tablas y tablones.
De manera que esa noche, tuve que dormir en el suelo, colchón en el piso, a un lado de la celosa cama, quien no podía entender cómo era que yo había pasado una noche sin dormir en mi casa.
Esa noche fue algo rara. Soñé con una ciudad de camas al atardecer, e iban por las carreteras presurosas porque llegaban tarde al trabajo. Una cama grande remolcaba a otra que se había quedado sin una pata, y en una esquina, una triste y aburrida cunita vendía almohadas.
Entonces me levanté temprano, y con ayuda de mi papá, nos pusimos muy juiciosos a coser y remendar: Con trapos de muchos colores y suave relleno de espuma, diseñamos una almohadita que tenía dibujada una sonriente luna.
Entré cautelosa y suavemente a mi cuarto, aunque la muy digna cama ni volteó a mirar. Me paré a su lado, escondiendo el regalito en mi espalda, y le pedí disculpas por mi ausencia pasada. Ella me escuchaba sin mirarme a los ojos.
Le expliqué que hace mucho no veía a mi abuela, y visitarla era muy importante para ella y para mí puesto que nos queremos mucho. La cama me miró por primera vez.
Saqué la almohadita de colores que tenía bien escondida, y se la ofrecí con una sonrisa. La cama respondió también sonriendo, y puse el regalo encima de las otras almohadas, donde quedó muy bonito. La cama me dejó sentarme, y aseguró que nunca más iba a celarme, ni enojarse si yo tenía que dormir de nuevo en casa de mi abuela. Yo la abracé y me quedé dormida, y descansé lo que no había descansado durmiendo antes en el piso.
El Diablo Fu

Colores allá arriba.



-No me moleste más- Dijiste, y yo escondí el perro de peluche que te había comprado, y salí corriendo.
Llegué a mi casa, y mi mamá me regañó porque no la saludé. Pero no dije nada. Me encerré en mi cuarto, y con la maleta aún puesta, busqué mi caja de cosas importantes. Estaba al lado de la caja de cosas raras, y sobre la caja de cosas para cambiar con mis amigos.
Saqué una a una, todas las cartas que te había escrito, pero que nunca te envié, y me senté con el peluche que no alcancé ni a enseñarte aún en la mano, a leer todos y cada uno de los papeles de mil colores que llenaban la caja.
La primera, fue del día en que te conocí. El día que llegué nuevo al colegio, y la profesora me sentó a tu lado. Una carta color galletas, donde te contaba que habías sido la única buena noticia del día.
Una a una, fui leyendo las cartas, algunas de color amarillo, como la del día en que nos tocó hacer una exposición a los dos, otras de color gris, como la del día en que pediste cambio de puesto.
132 cartas en total, desde el día que te conocí, todas regadas por mi cuarto, y el perro que decía “te quiero” si le presionabas una patita, sobre ellas.
Ya había caído la noche, habrían pasado unas 7 horas desde que se me vació el estómago con tus palabras. Salté diez veces en la cama, y luego, mi mamá me llamó para comer, y no fui.
Armé 132 avioncitos de papel, de mil colores distintos, y con los ojos borrosos, y la garganta doliéndome, comencé a lanzarlos por la ventana de mi cuarto.
Uno a uno, los avioncitos de papel dieron vueltas cayendo al andén que queda en frente de mi casa, pero luego, antes de tocar el piso, tomaban un nuevo impulso, y remontaban las alturas. Poco a poco, todos los aviones fueron subiendo, tratando de alcanzar la luna menguante que colgaba del cielo. Poco a poco, mil colores se tomaron la clara noche, y revoloteando como pajaritos, ascendieron sin cesar, hasta que, a eso de las once y once, ya no se vieron más, y el cielo quedó vacío y sin colores.
Luego, guardé el peluche por el que no comí dos semanas en los descansos, en la caja de cosas para no olvidar, sin escuchar sus protestas porque quería ir a la caja de cosas para botar.
El Diablo Fu

Francisca tras la roca.


Como a Francisca le gustaba mucho el sol, decidió una noche subir hasta la montaña más alta de su pueblo, y esperar tras una roca a que saliera, para pedirle que le permitiera acariciarlo. No podía dormir, no por el frío, sino por la ansiedad de la espera.
Por fin, comenzó a amanecer, y escondida tras la roca, Francisca vio como la gran esfera dorada salía tras la montaña en la que ella se encontraba, pero estaba tan nerviosa que no se atrevió a salir.
Poco a poco, vio como la sombra de la roca que la ocultaba se corría, y desesperada, pensando que el sol se iría de su alcance, y en un descuido de este, Francisca salió de su escondite, extendió su manita, y acarició la piel del astro. Después, con la respiración agitada y el corazón golpeándole su pecho, corrió a esconderse de nuevo tras la roca. Comenzó a sentir un ardor en su mano, y vio que estaba roja, pues se había quemado. Se asomó cuidadosamente, y vio como el sol, al que le había quedado su manita marcada en la piel, miraba sorprendido a todos lados buscando el origen de la caricia.
Francisca estaba avergonzada, y mientas se apretaba su adolorida mano, dejó caer una lagrimita por sus mejillas, pues no era capaz de salir a decirle al sol que quien había dejado aquella marca en él había sido ella.
El sol estuvo todo el día buscando la mano que lo había acariciado, pero terminó por irse, dando paso a la noche. Francisca bajó de la montaña, y se escondió en una cueva desde donde no podía ver el sol, ni él podría verla a ella. El sol siguió saliendo y ocultándose, y aunque la marca de Francisca nunca se fue, él termino por olvidarla. En cambio, Francisca nunca más salió, pero su manita adolorida no le permitió olvidar nunca que había acariciado al sol.

El Diablo Fu

1 A.M.

Iba pensando tan intensamente en ti, que las personas que estaban a mi alrededor comenzaron a recordarte sin nunca haberte conocido, y un poeta que estaba sentado a mi lado escribió las palabras que pensaba decirte. Al verlo le arrebaté la hoja. Esto es mio, le dije, y me persiguió durante horas rogándome que le dictara el poema. Mas cuando por fin te ví, no fuí capaz de decir nada, y no supiste que la gente te recordó sin conocerte, y que un poeta escribió las palabras que yo pensaba decirte, porque te estaba pensando muy intensamente.

el diablo Fú

Inercia.



Cuando caminaba mucho, su cuerpo se empezaba a hacer muy, muy pesado, y la ley de la inercia hacía efecto en él resistiéndose así a moverse del lugar en el que se encontraba. Esto llegaba a tal punto que su cuerpo se hacía más pesado que toda la tierra y se quedaba totalmente quieto, pero como quería seguir caminando, hacía un esfuerzo tremendo, y comenzaba a girar la tierra con sus pies. Toda la tierra giraba hasta que el lugar al que quería llegar, o mejor, las cosas a las que quería llegar llegaban a él. Nadie nunca se dio cuenta de que todos y todo era movido por sus pies; para los demás, él sólo estaba caminando. Las verdad es que él tampoco se dio cuenta nunca de esto: lo único que él sabía era que llegaba siempre muy, muy cansado al lugar que quería llegar.

El Diablo Fu