Cuando salíamos de la escuela, Chabela se quedaba mirando al cielo, pero yo no entendía qué era lo que miraba. Se quedaba callada, y respondía con palabras cortas.
-¿Estás bien?
-Sí.
-¿En qué piensas?
-En nada.
Así era siempre. Nunca supe nada de ella, ni de su familia, ni de su pasado. La dejaba en la puerta de su casa, que queda al frente del parque del barrio, porque me quedaba de camino a mi casa. Luego me iba a averiguar qué era lo que quería.
Comencé con lo usual: le llevé flores, chocolates, peluches, pero ella seguía con su mirada fija en el cielo. Le regalé un cuaderno, para que escribiera o dibujara lo que quisiera, a ver si con eso podía saber qué le pasaba. Pero, aunque lo recibió, nunca lo usó.
Entonces comencé a hacer cosas algo más raras. Un día, por ejemplo, puse semillas de cacao en todos los árboles que habían en el camino de la escuela a su casa, y a los tres días comenzaron a dar por frutos chocolatinas que yo recogía y le ofrecía. Ella comió algunos, pero no dijo nada, y los chocolates se los comían todos los demás niños del barrio.
Yo me prometí no comer ni un solo chocolate-fruta, hasta no descubrir qué le pasaba a Chabela. Me fui una mañana que no había escuela al parque, me acosté en el pasto, y me quedé mirando fijamente al cielo.
¿Qué era lo que veía ahí? Yo sólo veía nubes pasar, a veces calmadas, y a veces como si fueran de afán. Fue lo más cerca que estuve de entender a Chabela.
Me fui para mi casa, y busqué las herramientas de mi papá. Durante varios días me dediqué a mi nuevo trabajo: Hacer una escalera. No hacía las tareas, dejé de ver televisión, pasaba la noche sin dormir, y me despertaba tarde, de manera que no alcanzaba a recoger a Chabela para ir a la escuela.
Duré así como dos semanas, hasta que mi escalera estuvo terminada, la escalera más alta que nadie hubiera visto antes. Como no cabía en mi casa, la había tenido que terminar en el jardín, y fue allí mismo donde me trepé en ella, y subí muy alto, hasta alcanzar una nube de la que arranqué un trocito. La guardé en una cajita con mucho cuidado para que no se deshiciera, y bajé de nuevo.
Salí corriendo con la cajita directamente a la casa de Chabela, y llamé a la puerta con ansiedad. Chabela se demoró un poco en salir, y cuando abrió, me miró con esos ojos que parecían representantes de otros ojos que estaban quién sabe en donde. Abrí la caja y le enseñé el trocito de nube.
Nunca olvidaré la cara que hizo. Era como ver a Chabela por primera vez, como si por fin estuviera en frente mío.
-¿Cómo la conseguiste?
-Construí una escalera.
-¿Me llevas?
Con la sonrisa que había pintada en su rostro era más que imposible negarse. Fuimos al jardín de mi casa, y nos quedamos mirando la escalera que se perdía en el azul del cielo.
-Espérame, y no subas mientras yo esté arriba- me dijo, y comenzó a trepar.
La observé subir hasta donde pude, porque después de un rato no la vi más. Y la esperé. La esperé hasta que cayó la noche, y mi mamá me mandó acostarme. A la mañana siguiente, volví al jardín a esperarla. Y a la siguiente, y así por dos semanas. Un día decidí subir la escalera, y cuando llegué arriba, no había nada más que nubes viajeras.
Nunca nadie la buscó de su casa. En la escuela la quitaron de las listas. Los mayores quitaron las semillas de cacao de los árboles para que, en vez de chocolatinas, volvieran a dar manzanas, naranjas y limones.
Yo aún sigo pensando a Chabela, y cuando salgo de las recuperaciones de las materias que perdí por no llevar tareas, voy al jardín, al lado de la escalera que no le he dejado a mi papá quitar, y la espero. Me gusta pensar que por fin le di lo que realmente quería, pero no puedo estar seguro si ella no vuelve para contarme que así fue.
El diablo Fu